Por CYNTHIA ROBLES WELCH
En medio de mi momento pulpo: cocinando, metiendo ropa a lavar, contestando uno que otro mensaje y buscando la forma de tener un momento de paz… de sopetón escucho esta pregunta: “Mamá, ¿qué es el amor?”.
Automáticamente mi cuerpo se estremeció desde los pies hasta la cabeza. Sabía que llegaría el momento en el que tendría que hablarle de esos temas en los que a veces no se tienen las palabras suficientes. Los que no son como nos lo dicen.
Espera, me dije a mi misma. Él está haciendo una pregunta muy simple, respira y contesta.
Mmm, pero por dónde empiezo, me cuestioné.
Acerté entonces a preguntarle: “¿Y de dónde salió esta duda, señorcito?”.
-Pues mamá, en la canción que me gusta de Café Tacuba dice que el amor es bailar y estoy confundido.
-Ah, ok, pues ven y siéntate aquí, le pedí señalando mis piernas. Te contaré cómo se siente el amor, ¿estás listo?, le pregunté.
Así empecé: “Estaba en una ciudad que no era la mía, caminaba sin ninguna pretensión, observando mi momento, me sentía feliz en ese anonimato, plena, libre. Me senté sola en la banca de un parque. A lo lejos, una mamá cargaba a sus gemelos mientras les cantaba una canción y ellos se reían y la abrazaban. Y yo pensaba, eso, eso es amor.
Continué: “Un par de parejas pasaron frente a mí de la mano, una de ellas se sentó justo en la banca de enfrente, se trataba de dos abuelitos que no se hablaban, pero sus movimientos parecían como ensayados, asumí que el responsable era el tiempo. Él se levantó de pronto y yo lo perdí de vista, reapareció al poco tiempo con unos dientes de león en sus manos que acercó a la mujer. Los dos se miraron, sonrieron y le soplaron a la flor. Y yo pensé, eso, eso es amor.
Para finalizar, le conté: “Un hermoso extraño apareció frente a mí en el momento menos pensado. En pocos minutos, nuestras miradas se encontraron detrás de nuestros lentes de sol, un hola fue suficiente. Una sensación de electricidad recorriendo mi cuerpo me hizo sentir una especie de sincronía. Energía pura, que de pronto era como si nuestro caminar llevara el mismo compás. Sin mirarnos, nuestras manos se conectaron. Caminamos juntos solamente por 15 minutos o quizá 20. Suficientes para sentir que todo se paralizó, que sólo existíamos él y yo. Creo que eso, eso fue amor.
-¿Qué piensas, Rocco? ¿Me expliqué?”, le pregunté.
Respondió: “No, mamá, pero qué bonito es el amor.
-¿A qué huele?, ¿y ese humo?”, cuestionó.
-”¡Ay no! ¡Se me quemó la comida, mi amor”, le contesté alarmada.