Se aferraba a la vida y aseguraba Jorge Orfanos Faraklas que llegaría por lo menos hasta los cien años de edad; le falló por cinco. Su don de gente y amistad lo distinguieron.
POR ALEJANDRA ARELLANO
Con apenas 6 meses de edad, Jorge Orfanos Faraklas en los brazos de sus padres llegaban a esta frontera procedentes de Grecia. Reynosa les daba la bienvenida.
Se consideraba un mexicano por decisión propia, y no porque haya nacido aquí. Era fanático del box y del beisbol; el Canelo era su gallo y Bronco de corazón. Aunque por los Dodgers apostaba miles de dólares con sus amigos, aunque nunca se pagaban.
SE DESPIDE DE SU FAMILIA
El jueves 26 de noviembre del 2020, en la noche, unas horas antes de morir, “Yorgo”, como le llamaban de cariño, se despidió de su familia, lo que les causó asombro ya que se aferraba a la vida, y tenía la esperanza de ver a sus amigos de Reynosa, ciudad donde formó una familia e hizo muchas amistades.
Sus hijos, Juan Jorge y Athanasi, le preguntaron si quería algo; su respuesta fue: tranquilidad. Pocas horas después, a las 2:15 a.m., “Yorgo” cerró sus hermosos ojos azules. Tenía 95 años de edad.
“Mínimo quiero llegar a los cien años”, repetía con la esperanza de que así fuera.
Un ser humano que por azares del destino se quedó a vivir en la llamada Villa de Reynosa, donde se enamoró de María Esther García Martínez, con quien se casó. De su unión nacieron: Juan Jorge, Marilú (†) y Athanasi. Le sobreviven además diez nietos y once bisnietos.
En esta frontera creció, sin embargo no tuvo la oportunidad de conocer la isla Kastellórizo, lugar que lo vio nacer, ya que durante un viaje que hizo a Grecia, estaba cerrado el acceso.
EL ÚLTIMO ADIÓS A SUS AMIGOS
Para Athanasi Orfanos el legado que su padre le dejó fue su forma de ser, su carácter y la lealtad hacia sus amigos de toda la vida.
Como padre, dijo, les enseñó el valor del respeto y el trabajo, a enfrentar los problemas y resolverlos.
“Él luchó hasta el último momento de su vida, él no quería morir, tenía la esperanza de irse a despedir de la gente de Reynosa…”, aseguró Athanasi.
Siempre procuró a sus cuates, incluso se fue sin tener la oportunidad de volver a verlos, ya que por la pandemia y la debilidad que tenía, debían cuidarlo.
“Ya lo vimos muy difícil porque no lo queríamos exponer por cosa del Covid, fue lo que se lo llevó, no por haber agarrado la enfermedad sino porque él se encerró y perdió muchas de sus facultades físicas, la caminada, las fuerzas, y así fue como empezó a desvanecerse”, consideró.
Incluso, su nieto Horacio De Coss, retomó las palabras de Heriberto Deándar Robinson, cuando se refirió a don Jorge, el día de su fallecimiento: “La pandemia le paró la máquina”.
Don Yorgo padecía diabetes y bronquitis crónica, además de que a la edad de 85 años tuvo un reemplazo de la válvula órtica, pero siempre estuvo muy controlado.
Hace tres meses el cardiólogo les informó que la válvula se estaba cerrando y pues no había nada qué hacer.
Mencionó que quizás fue, al último, lo que se lo llevó.
“Era muy disciplinado con sus medicinas y cuidadoso con sus enfermedades, de la misma forma con mi mamá… pero el no moverse, el no ejercitarse… el andador lo usó algunas veces, era con puro bastón que caminaba a los 95 años, manejaba solo a Reynosa, jamás quizo traer chofer. Iba los martes y los jueves con la ilusión de ver a sus amigos, el lunes en la tarde lo veías medio apachurrado, cuando regresaba de allá parecía que le habían inyectado vitaminas”, afirmó.
Juan Jorge Orfanos, el mayor de los hijos, reiteró que la mayor herencia que recibieron de su padre fue mantener una sonrisa, el buen sentido del humor y la amistad.
Con un matrimonio de 70 años, don Jorge fue además un ejemplo de lo que significa la familia, y es otro de sus legados.
FANÁTICO DEL BEISBOL
“Mi padre fue muy aficionado al beisbol, un recuerdo que tengo de mi infancia. Además, cada año íbamos de cacería. Todavía este enero (2020), a los 84 años, mató su último venado. Me llevaba a los partidos de Broncos. Los Dodgers y el Atlanta eran los favoritos de papá. Incluso apostaban con amigos miles de dólares que nunca se pagaban”, evocó Juan Jorge.
Uno de sus diez nietos, Horacio de Coss, agregó que no se perdía las peleas de box, sobre todo cuando peleaba el Canelo, y en las temporadas de beisbol no faltaba para apoyar a los Broncos de Reynosa, y a los Dodgers les apostaba sin temor.
Mencionó que más que su abuelo era su amigo.
“Nunca nos permitió llamarlo abuelo, quería que nos refiriéramos a él como ‘Yorgo’. Sin faltarnos el respeto nos hablábamos como cuates”, dijo.
EN MEJORES MANOS
Juan Jorge mencionó que hasta sus últimos momentos se aferró a la vida.
“Era admirable, tenía mucha fuerza de voluntad para todo, si emprendía un proyecto no lo dejaba hasta que terminaba. Es una cualidad que aprendí a él. Antes de morir hablábamos de que ya nos teníamos que preparar, pero él no quería tener esa plática”, manifestó.
Mencionó que ya lo están extrañando.
“Va a ser una Navidad triste, pero por otro lado ya sabemos que está descansando y en mejores manos”, dijo.
Por su parte, Mayra Gómez de Orfanos señaló que su suegro hasta el final expresó su deseo por vivir.
De la esposa de don Jorge, Beatriz, comentó que siempre lo tiene presente, aunque está enferma repite el nombre del que fue el amor de su vida.
Se le escucha decir: “Por qué me dejaste, quedamos que yo me iba a morir primero”.
Sin duda, puede haber momentos en los que está ausente, pero fueron tantos años juntos que el corazón no lo olvida.
UN TRAVIESO MONAGUILLO
Su infancia transcurrió en una Reynosa tranquila y pacífica, donde sus habitantes se conocían y saludaban cuando se veían por la calle.
A mediados del siglo XX era una ciudad pujante, donde los turistas norteamericanos cruzaban a México a divertirse. También recibía visitantes de otros municipios aledaños.
Las noches eran largas, por la cantidad de centros de entretenimiento y la algarabía de los reynosenses que le daban un ambiente festivo a la ciudad.
Con su amigo “Nene” González, que vivía frente a la plaza principal, se sentían dueños del parque.
Incluso, se tomaron el atrevimiento de pescar en la fuente de la plaza principal, recién instalada por la administración municipal. Había peces y a ellos se les hizo fácil. Por supuesto que recibieron un gran regaño y les quitaron sus cañas hechizas, acción que los indignó. Fue allá por los años 30, y una historia que se contaba repetidamente en las sobremesas.
También fueron monaguillos “pagados” con el bolo de los bautizos. Pero eran tremendos, pues cuando se les negaba le decían a los familiares que el niño se quedaría chaparro.
Hace un par de años todavía, Nene y Yorgo seguían haciéndose bromas. El primero, mientras aseguraba que su amistad valía oro, el segundo arremetía contradiciéndolo en tono de burla: “solo sirve para no aburrirte, ya que te buscas a alguien que te eche mentiras”.
Consideraban que su amistad no se perdería con el tiempo ni la distancia, y que en el más allá seguirían unidos.
HOMBRE AMISTOSO
Sus padres Juan Orfanos y Kristala Faraklas junto con sus hijos, siendo Jorge el más pequeño, salieron de la isla Kastellórizo, en Grecia, donde vivían, entre los años de 1930 y 1940.
Viajaron miles de kilómetros con destino a los Estados Unidos, específicamente a McAllen, Texas, pero debido a que tuvieron problemas con la documentación debieron permanecer en México, y Reynosa fue la ciudad que les abrió las puertas.
Tuvieron que pasar más de 20 años para que finalmente se concluyeran los trámites, para ese entonces los hermanos Orfanos ya tenían una vida en esta ciudad con un próspero negocio, un restaurante llamado “Meca Café”, el punto de encuentro de la sociedad reynosense, estratégicamente ubicado en la plaza principal, donde los jóvenes tenían la costumbre de pasear por las tardes.
La facilidad que tenía para relacionarse socialmente le dieron la oportunidad de conocer a muchas personas que hasta los últimos días de su vida lo saludaban con gusto donde lo encontraban, y fue en el restaurante “San Carlos, un negocio que también inició, donde hizo muchas amistades que mantuvo de por vida.
Estaba ubicado en la plaza principal, un lugar muy popular y el preferido de los jóvenes los fines de semana.
Al mismo tiempo Yorgo trabajó en la concesionaria Chevrolet y una constructora, pues quería darles lo mejor a su esposa y a sus hijos.
EL AMOR DE SU VIDA
Hace más de 70 años comenzó la historia de amor entre Yorgo y Teté, como los llamaban de cariño. Su primer encuentro casual fue en uno de los acostumbrados paseos de los jueves en la plaza principal, donde se solían reunir los jóvenes.
“Mira, ahí viene Yorgo”, gritó su amiga. No sabía a qué se refería y volteó buscando a un perro pequeño. Sorprendida frente a ella apareció un apuesto joven que le sonreía y le daba la mano para saludarla amablemente. Sin saberlo sería el hombre que la llevaría al altar.
La segunda vez que se vieron fue en otro lugar muy popular de aquellos años, el rancho La Laguna, donde actualmente está el Parque Cultural Reynosa.
Ahí Teté y Yorgo se reencontraron de nuevo, apenas se habían visto pocas veces, sin embargo fue ese día cuando las cosas cambiaron, al menos para Yorgo, quien consideraba que desde ese momento ya tenía novia: su corazón no dejaba de latir por la emoción del encuentro.
“Ella era una muchacha muy bonita, por eso yo fui rápido”, recordó durante una entrevista para esta revista, en 1918.
En aquel momento, luego de más de cuatro años de novios, don Jorge decidió que era tiempo de sentar cabeza, por lo que le pidió seriamente que fuera su esposa y que jurarían su amor en el altar hasta que la muerte los separara.
Cinco de octubre de 1950. Esa fue la fecha que fijaron para casarse en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Desde entonces y hasta la la actualidad, ellos solían celebrar su aniversario comiendo una hamburguesa en Whataburger.
Jorge Orfanos Faraklas fue todo un personaje que se quedará en los libros de la historia de Reynosa.
Esta Navidad 2020 no estará presente, y en su casa, durante la comida del 25 de diciembre se sentirá su ausencia física, aunque en el corazón de quienes lo conocieron, don Yorgo siempre se mantendrá vivo.