POR ERNESTO SOLIS
Desde la antigüedad, la cultura oriental determinó que el equilibrio de la vida mediaba entre dos fuerzas: el yin y el yang.
Estas representan el equilibrio entre las fuerzas de lo masculino y lo femenino, entre el bien y el mal, una depende de la otra para poder existir y siempre deben de estar en equilibrio al igual que nuestro planeta, ya que si un día fuera totalmente oscuro las plantas morirían y algunos animales se extinguirían. En caso contrario si el sol estuviera resplandeciente no podríamos descansar y nuestro ciclo del sueño se vería afectado, los ríos se secarían y las cosechas se quemarían.
El yin significa: frío, femenino, oscuridad, tierra, debilidad, luna, depresión y color negro, mientras que yang: calor, masculino, luz, cielo, fuerza, sol, excitación y color blanco.
El desequilibrio de estas dos fuerzas nos puede causar desequilibrios, esto es, cuando hay un exceso de calor se produce resequedad, sed, la piel enrojece y el pulso se acelera, además de que se consumen los líquidos orgánicos. Por otro lado, cuando el frío es excesivo puede causar escalofríos, enfriamiento, dolor abdominal y pulso débil.
La ley de la vida se rige bajo esta teoría, sin una mujer y sin un hombre no se puede concebir la vida. Bajo este dogma universal se rigen también nuestros organismos, podemos darnos cuenta que, incluso, las partes más delicadas de nuestro cuerpo, que están en la parte superior y media frontal, lo constituyen la cara, el pecho y el abdomen, así como la parte interna de los brazos. Ese es, nuestro lado yin, donde somos más débiles y propensos a lastimarnos. El yang, por el contrario, es la parte trasera externa del cuerpo humano constituida por la espalda, las piernas y los brazos; esto es, donde resistimos más los golpes y tenemos más fuerza.
¿Cómo podemos aplicar la teoría del yin y yang a nuestro beneficio, para que nuestro cuerpo funcione en equilibrio, luzca más joven, con mayor energía y con una mejor salud?
Con una alimentación 50 por ciento yin y 50 por ciento yang.
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