POR JOSE LUIS CICERO
Un deporte de raíz británica, con talento carioca y sentimentalismo nacional mexicano, paraliza cada mil cuatrocientos sesenta días un mundo en su totalidad; plazo que se cumplió el 12 de junio con la inauguración de la Copa Mundial de Futbol Brasil 2014. Treinta y un días plenos de futbol asociación, un torneo capaz de transformarle la vida a un niño, vislumbrando un caminar con alegrías, tristezas e innumerables recuerdos.
La alegría que se encarama en cada aficionado (sin importar qué “estrella” se encuentre “fugaz” por lesión), un sentimiento inigualable y un poder que recae única y exclusivamente en los hombros de nuestro representativo nacional mexicano, un poder misterioso, místico, mágico que involucra a toda una nación amante del
futbol en una familia entera.
Campeón Copa Oro, campeón panamericanos, campeón confederaciones, campeones pre-olímpicos, campeones olímpicos, campeón Esperanzas de Toulouse, campeones del mundo Sub-17 en dos oportunidades, finalista Copa América un par de veces, tercer lugar Mundial Sub-20. En 22 años de vida he visto ganar todos estos trofeos con su digna participación, dándole la alegría total al aficionado. ¿Campeones del mundo?, muy difícil, pero en un análisis ecléctico del tema y siendo más específicos, ni la Holanda de Johan Cruyff pudo serlo, entonces debemos ser responsables y crear la conciencia de que tal vez no lo veamos jamás con este título, pero eso es lo que genera el poder de la esperanza, siendo posible que alguna de nuestras generaciones futuras lo palpe en su momento y sin dejar de resaltar que es una representación del “futbol mexicano”. Si se fracasa no fracasa una nación, fracasa una disciplina donde se tendrá que seguir trabajando a pesar de sus ambigüedades. Nuestra panacea es soñar y parafraseando a Ramón J. Sender, les digo: “El pensamiento no delinque y en él nos gusta entretenernos”.