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El viaje literario de Mariana García Luna

29 de julio de 2025 por Jesús Santes

 

Desde pequeña, Mariana García Luna se sintió atraída por el poder de las historias. Tenía apenas tres o cuatro años cuando empezó a enamorarse de los libros, primero como lectora curiosa y después como exploradora silenciosa de las palabras. En su casa no solo abundaban los libros, también las voces: sus padres, lectores voraces y narradores entusiastas, llenaban las noches con cuentos inventados.

Aunque en sus primeros años soñaba con ser bailarina, la vida la fue llevando por caminos inesperados. Nacida en la Ciudad de México, con raíces peruanas y etapas en Perú, Ciudad Victoria y finalmente Reynosa, su infancia estuvo marcada por la movilidad y el descubrimiento. Fue en Reynosa donde vivió parte de su adolescencia, y desde ahí comenzó a forjar su identidad entre geografías, ritmos y recuerdos.

A los 19 años se mudó a Monterrey para estudiar Comunicación, una decisión guiada por la necesidad de encontrar algo práctico, útil, que generara ingresos. En ese camino, una clase de periodismo le despertó una inquietud que llevaba tiempo dormida. Mariana ya escribía por su cuenta: cuentos, reflexiones, textos personales que no compartía con nadie. Pero hasta entonces, no se había atrevido a imaginar una vida como escritora. “Era mi sueño guajiro”, confiesa, recordando cómo ser escritora le parecía un anhelo imposible, sobre todo desde fuera de la gran capital.

Tras un semestre, decidió cambiar de rumbo y optó por Diseño Gráfico. Pensó que ahí encontraría el equilibrio entre lo artístico y lo funcional, entre la expresión y el trabajo. Y aunque la carrera le gustó, se enfrentó a un descubrimiento personal que lo cambió todo. Mientras realizaba una tarea en su departamento, se detuvo a observar su librero. Estaba lleno de literatura, pero ni un solo título relacionado con el diseño. Esa imagen fue contundente. La lectura no era solo un hábito; era parte de su esencia.

Tras terminar la carrera, se mudó a San Miguel de Allende. Fue ahí donde la escritura se volvió más seria. En 2002, un sueño plantó la semilla de lo que, dos décadas después, se convertiría en su novela “El olor de las orquídeas”. Ese mismo sueño, que la acompañó durante años, le dio forma a una historia que vio la luz en 2022, luego de un largo proceso de trabajo, maduración y entrega.

UNA HISTORIA QUE COMENZÓ EN SUEÑOS
El olor de las orquídeas nació de un sueño. Literalmente. Una noche de 2002, Mariana soñó el final de una historia intensa y vívida, situada en la selva amazónica peruana, un lugar al que nunca había ido, pero que parecía conocer a través de imágenes tan reales que aún recuerda con precisión. En ese tiempo, regalar una orquídea era un lujo, algo inusual, casi exótico.

Descubrir en su propio sueño que estas flores crecían de forma silvestre en la selva fue solo el primer asombro de muchos que vendrían.

Mariana lo convirtió años después en un cuento breve, su primer intento por plasmar en papel esa historia que ya llevaba tiempo rumiando. Aún sin herramientas formales, pero con lectura constante y una intuición afilada, comenzó a explorar la narrativa de manera autodidacta. En San Miguel de Allende, conoció al escritor Héctor Ulloa, quien se convirtió en una figura clave: fue el primero en leer ese primer boceto. Le devolvió las páginas tachadas en rojo, llenas de observaciones, pero también de preguntas. Y Mariana tenía todas las respuestas. Sabía quiénes eran sus personajes, de dónde venían, qué les dolía, qué buscaban. Lo que había imaginado no era un cuento aislado, era una novela coral. Héctor fue quien la animó a escribirla así: desde múltiples voces, en primera persona, dejando que los cinco protagonistas narraran su versión de los hechos, conectados por un solo elemento simbólico: un vestido de novia.

Raquel, Alejo, Carmina, Santiago y Nana forman parte de esta historia que viaja por el tiempo y el espacio. De los años 50 a la Amazonía, de lo íntimo a lo místico. Mariana terminó de escribir la novela entre 2016 y 2018, pero fue hasta 2022 que finalmente se publicó. Ese proceso largo y transformador fue el que la empujó a tomar una decisión radical: dejar todo y convertirse en escritora de tiempo completo.

Vendió lo que tenía, cerró ciclos, y se mudó a Querétaro para estudiar en la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Ese giro vital fue el verdadero comienzo de su carrera literaria.

LA BÚSQUEDA INTERIOR COMO NARRATIVA
La relación entre la fe, el dolor humano y la muerte ha sido una constante en la obra de Mariana García Luna, pero también en su vida interior. Desde la infancia, ciertas experiencias familiares dejaron impresiones que no buscaban asustar, sino mover fibras profundas. Aquella curiosidad inicial por lo desconocido —más allá de lo religioso, más allá del dogma— fue el germen de una búsqueda personal que, con el tiempo, devino en una investigación espiritual sostenida.

Lo que en un principio era inquietud por entender la muerte, se convirtió en un camino de reflexión e indagación que abarcó distintas tradiciones, libros sagrados, sistemas filosóficos y prácticas meditativas. Mariana se formó en un entorno católico, realizó su primaria y secundaria en instituciones religiosas, pero eventualmente se desprendió de ese marco doctrinal sin abandonar su creencia en Dios, en Jesús, en la Virgen. “Ni Dios ni Jesús son una religión”, sostiene en sus reflexiones, y su espiritualidad, más allá de etiquetas, está tejida por lecturas del Corán, el budismo zen, la meditación y las revelaciones simbólicas que ha recibido en sueños y visiones.

Este impulso interior —lejos de ser decorativo o abstracto— es el sustento de su literatura. La muerte no aparece como tema morboso ni recurso de impacto, sino como parte de una pregunta esencial: ¿cómo podemos sufrir menos?. Para Mariana, la muerte está presente desde el primer aliento, no como amenaza, sino como certeza inevitable que merece una mirada espiritual.

Escribir sobre ella, entonces, no significa hacerla bella, sino verla con verdad. “No le tengo miedo a morir, pero sí al cómo. Lo único que pido es que no duela”, confiesa con franqueza.

Desde esa convicción se desprende también su manera de crear. Su proceso creativo no responde a fórmulas técnicas ni agendas editoriales. Es intuitivo, orgánico, fragmentado. Las ideas le llegan como bloques, a veces durante el sueño, otras como imágenes nítidas, frases o escenas completas. “Lo que me falta es tiempo”, admite con una mezcla de humor y resignación. Reconoce tener una mente prolífica, pero se considera lenta al escribir, meticulosa, cuidadosa de que cada obra tenga su momento y madurez.

Así fue como nació “Memorias del más allá para vivir en el más acá”—su segunda novela—. Una noche cualquiera, acostada, en medio de una meditación mental sobre el sufrimiento humano, se preguntó por qué la vida no traía un manual. Pensó en los libros sagrados, en las escrituras antiguas, pero también en los límites que impone la interpretación humana sobre lo divino. De ahí emergió Simeón, el protagonista de su novela, un hombre común que busca aprender a vivir preguntándoles a los muertos. La historia, lejos de ser fantasiosa, es una reflexión sobre la conciencia, el duelo y la posibilidad de reconciliación con lo que nos trasciende.

LA ESCRITURA COMO COMPROMISO
Más allá de su trayectoria como autora, Mariana García Luna también ha formado a nuevas generaciones de escritores, y desde esa experiencia ofrece un consejo que, aunque simple en apariencia, encierra una verdad crucial: hay que atreverse a escribir. La idea por sí sola no basta; debe traducirse en acción, en páginas concretas, en trabajo sostenido. “La inspiración puede ser brillante, pero si no la llevas al papel con constancia y herramientas, no sirve de nada”.

La autora subraya que la preparación es indispensable. Hoy en día, asegura, existen múltiples opciones para quienes desean formarse: desde cursos en línea hasta libros especializados en técnicas narrativas y creación de personajes. Pero para quienes residen en Reynosa, anticipa una oportunidad particular: próximamente impartirá un diplomado y taller intensivo en el Museo del Ferrocarril, donde compartirá todo lo que ha aprendido en más de quince años como docente.

“Va a estar muy completo”, afirma, e invita a estar atentos a sus redes sociales para más detalles.

El mensaje que insiste en transmitir es claro: el talento no garantiza resultados. A lo largo de los años, ha conocido personas con habilidades excepcionales que nunca concretaron un proyecto, precisamente por no comprometerse con la disciplina que exige la escritura. “La literatura es celosa”, advierte. “No basta con tener buenas historias. Hay que sentarse, trabajar, corregir, tener paciencia. La inspiración es apenas el uno por ciento. El resto es perseverancia y oficio”.

Desde su experiencia, la narrativa no es un acto impulsivo ni un destello repentino. Es una práctica que se perfecciona, que exige técnica, rigor y un vínculo profundo con lo que se desea contar. Para Mariana, la escritura es una forma de vida que reclama entrega y honestidad total. Y aunque cada autor debe encontrar su propio camino, hay algo que no cambia: la necesidad de comenzar. “Atrévete, porque si no lo haces tú, nadie más lo escribirá por ti“, concluye.

Categoría: Reportaje

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