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Patriotismo, orgullo y nostalgia

27 de octubre de 2025 por Beatriz Flores

Había pasado mucho desde la última vez que saludé a la bandera, cantaba el himno nacional o el de Tamaulipas y ahora ahí estábamos, en la primaria de mis retoños, no nada más para participar como ciudadana, sino para ver a mi primogénita en la escolta.

El camino no fue sencillo, hubo trabajo constante y mucha dedicación, pero sobre todo, y lo pongo con mayúsculas: MOTIVACIÓN, DECISIÓN y LIBERTAD.

Ella solita siempre tuvo el deseo y se fijó la meta de ocupar un lugar en la escolta, sooola, es decir, sin que mamá o papá la presionáramos, sin que ella dejara de ser feliz, jugar o divertirse; sin traumas, ansiedad o negatividad.

Pareciera ser malo el que un niño esté en la escolta, forme parte del cuadro de honor y saque buenas calificaciones, ¡y peor si es puro 100! Las redes sociales están inundadas de “memes” que critican, se burlan y hasta auguran el fracaso de quienes fueron niños “aplicados”.

Cuando nos platicó sus deseos, cuando estudiaba para el examen y mientras esperábamos resultados, platicamos sobre todo lo que podía pasar: el no ocupar el puesto que deseaba, o de plano, no obtener ninguno.

Le dijimos que si no se lograba no pasaba nada, que sería una bonita experiencia, que estaría llena de aprendizaje, y que el hecho de haber sido seleccionada para presentar la prueba ya era un logro, de algo tenía que estar segura: su familia estábamos muy orgullosos de ella.

Total, ahí estaba la chamaquita: formando parte de la escolta, recorriendo la explanada, derechita, derechita, con mucha fuerza, presencia y conociéndola, muy orgullosa de ella misma, y se vale y se lo merece, porque si algo sabe es que debemos sentirnos orgullosos de nuestros logros, porque hay mucho trabajo detrás.

Ese día, vi a lo lejos a su hermano, siendo el primero en la fila, y después le pregunté por qué, diciéndome que porque quería ver bien a su hermana.

Yo por supuesto no cabía e inevitablemente había una gran carga emocional. Por ahí, entre el 96 y el 97, cada lunes recorría la explanada de mi primaria, la poderosísima “Josefa Ortiz de Domínguez”, ubicada en la calle Mina, no recuerdo el número, en el centro de la ciudad. Una de las primeras y de mayor tradición en Reynosa.

Recuerdo que me sentía súper orgullosa, “la muy, muy” decían muchos, y sí. Porque llevar la bandera era y es un honor.

También en ese lapso fuimos a un concurso de escoltas a representar a nuestra escuela, usamos el uniforme blanco de los lunes, zapato escolar negro, calceta doblada a los tobillos, cabello recogido en forma de “cebolla” y un moñote blanco en la cima de nuestra cabeza.

Creo que obtuvimos el segundo lugar, pero, ¿adivinen donde fue el concurso?: en la escuela donde hoy está mi hija.

Desde ahí ya estaba yo apretando; peeero claro que en mi faceta de mamá chillona, aún faltaba más.

El esposo, padre de familia, papá mitotero, alborotador, parte de la tribu, responsable, motivador, compañero, cómplice y acompañante en los mejores eventos estaba ahí y de repente soltó tremenda frase que me hizo sentirme como Anton Ego, cuando gracias a un platillo recordó la comida de su madre, los gratos momentos y emociones.

“Nada más no me vayas a pisar los zapatos”, dijo sin voltear. Y es que cada lunes, en la secundaria, donde también formé parte de la escolta, regresaba a la fila de mi grupo, pero al pasar por la del otro, en donde se encontraban los hombres, ¿adivinen a quién le pisaba los zapatos según recién boleados? Si, a él.

Quizás, tan solo quizás, era algo planeado de mi parte, quizás solo sucedía porque el espacio era reducido, o quizás él se colocaba estratégicamente para que mi tacón terminara en la punta de su zapato, quién sabe.

Lo cierto es que, dejando de lado las vivencias de hace algunos (muchos) años, ahora es su momento y todos, lo estamos disfrutando mucho, apoyándola y respaldándola en los objetivos que ella quiera lograr.

Categoría: Columnas

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