
Cada noviembre, México se pinta de naranja, morado y dorado. Las calles huelen a cempasúchil, el pan de muerto llena las panaderías y los altares se llenan de fotos y velas. Pero entre tanta tradición, hay un personaje que roba cámara cada año, La Catrina.

Esa calavera elegante que parece salida de una pasarela gótica hoy la vemos en desfiles y películas, su historia va mucho más allá de los filtros de Instagram.
De la crítica al glamour
Antes de ser símbolo de belleza mexicana, La Catrina fue una sátira. A principios del siglo XX, el grabador José Guadalupe Posada dibujó a “La Calavera Garbancera”, una figura que se burlaba de quienes negaban sus raíces indígenas para aparentar ser europeos.

Años después, Diego Rivera la vistió con sombrero y vestido elegante en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, y ahí nació el nombre con el que hoy conocemos a La Catrina.
De burla social pasó a convertirse en un ícono cultural que hoy representa el orgullo, la identidad y la igualdad ante la muerte.
La nueva cara del Día de Muertos
Maquillarse como Catrina no es solo una tendencia, es una forma de conectar con nuestras raíces y rendir homenaje a los que ya partieron.
Desfiles, concursos de maquillaje, festivales y sesiones fotográficas han transformado esta figura en una expresión de arte, moda y orgullo mexicano.

Más de un siglo después, La Catrina sigue reinventándose sin perder su esencia. De burla pasó a leyenda, de grabado en papel a ícono mundial. Representa lo que somos, una mezcla de historia, humor y corazón.
Y es que en México, la muerte no asusta… se celebra, se viste, se maquilla y se honra con estilo.

