Una persona deja de vivir… cuando se le olvida.
Con la finalidad de preservar el Día de Muertos, una de las tradiciones más significativas de los mexicanos, y recordar a las personas que ya partieron, Lupita Yruegas de Anda desde hace diez años monta un altar en su residencia en honor a su hijo Enrique, quien vive en su corazón porque permanece en sus
pensamientos.
El Día de Muertos para ella es muy simbólico y nunca olvida hacerle una ofrenda en la que aparecen los artículos personales y los alimentos de Quique, su hijo menor.
Sus lentes y una cadena con una cruz que siempre llevaba en su cuello aparecen muy cerca de su foto, custodiada por el ángel que lo acompañó en su fiesta de Primera Comunión así como la Biblia que acarició mientras recibía la hostia.
Le gustaba la música y cantar, así que entre calaveras, calabazas, pan de muerto y flores surgen a la vista unos mariachis y las figuras en miniatura que los representan: mamá e hijo entonando música ranchera.
La olla donde cocinaba el choriqueso, el molcajete y los chiles no podían faltar pues a Enrique la salsa, y bien picosa, le encantaba aunque lo hiciera sudar.
Este año, las amigas de Lupita quisieron ser parte de ese homenaje y le llevaron algunas piezas que forman parte del altar, como es el Santo Niño de Praga.
La familia se reúne en su memoria y comparte los alimentos de esta ofrenda el 1 de noviembre, un ritual que año tras año está presente.
Enrique partió el 20 de diciembre del 2005 y, desde entonces, su brillo no
desaparece, su recuerdo se aviva más y cuando hay que celebrar a los difuntos es el invitado especial de esta fiesta iluminado por decenas de velas que alumbran su camino.
Compartir con los demás este homenaje en las festividades del Día de Muertos, es la forma en la que Lupita Yruegas invita a la sociedad a perdurar esta celebración más allá de la vida.
