Cuando pensaba que su vida había terminado después de ser víctima de un accidente, Marco Antonio Bracho Ruiz le pidió a Dios un milagro; entonces supo de Reyna, una joven con parálisis cerebral que le devolvió las ganas de salir adelante.
Con tan solo 22 años de edad y un largo camino de sueños por cumplir, para Marco Antonio Bracho Ruiz enfrentar su nueva realidad no fue fácil: sufrió un accidente automovilístico que lo dejó paralizado del cuerpo. Su vida tomó un rumbo inesperado, aquel joven en plenitud y deportista extremo ahora sólo podía mover la cabeza.
Después de varias operaciones y semanas en el hospital lo dieron de alta. Su casa se convirtió en su refugio, pero un día no pudo más y estalló en llanto; lo único que necesitaba era un milagro y así, de pronto, supo de Reyna, una niña de 16 años de edad con parálisis cerebral a la que sus padres golpeaban y echaron a la calle. Ella sería ese milagro que tanto esperaba.
Su historia va más allá de un caso conmovedor, él es un ejemplo de vida que ha comprobado que las limitaciones no están en el cuerpo sino en la mente, tanto así que es el primer tamaulipeco con una discapacidad que es certificado en liderazgo por la universidad de Harvard.
TOÑITO, EL NIÑO TÍMIDO
Marco Antonio creció en el seno de una familia tradicional y respetuosa, con valores bien cimentados y el amor de unos padres vanguardistas y visionarios. Una pareja de profesionales que le aseguraron una educación de calidad en una de las universidades de mayor reconocimiento, el Tecnológico de Monterrey.
Su infancia la recuerda feliz, junto a su hermano menor Gumaro, compañero de travesuras. Su mamá les daba permiso de desordenar la casa para crear escenarios de juego. Además, en aquel tiempo se podía salir a la calle a divertirse sanamente con los vecinos de la misma edad.
Tiene un hermano pequeño, Emmanuel, a quien le lleva casi diez años, por lo que no pudo convivir como con Gumaro, pero con el que mantiene una estrecha relación.
Al ser un joven hiperactivo, Marco Antonio practicaba futbol soccer, futbol rápido, softbol, y a pesar de que no contaba con los recursos económicos para costear deportes extremos, Dios le puso en el camino amigos que lo involucraron en el rápel y rafting, actividades que disfrutaba al máximo. Como parte de su rutina asistía todos los días al gimnasio, sin fallar en la escuela, pero siempre estaba ocupado.
En la primaria se caracterizó por ser tímido, tanto así que sus compañeros aún lo llaman “Toñito”, por considerarlo el niño dulce y tierno, pero con la valentía de pedirle a su profesora la oportunidad de decir unas palabras en una reunión de padres de familia. Tenía sólo diez años y preparó un speech de agradecimiento dirigido a los papás de sus compañeros por apoyarlos en sus tareas.
“Desde entonces yo estuve al tanto de los demás de manera inconsciente”, comenta mientras se dibuja en su rostro una sonrisa.
Ser tímido no le impedía ser sociable y de cada etapa de su vida recuerda a todos aquellos amigos que frecuentaba y aún suele saludar.
Sin duda evoca aquellos años, pero su realidad ahora es otra.
Durante una entrevista donde los recuerdos afloran, confiesa: “No es fácil tener 22 años y verte tirado en una cama. Quería volver a mi vida de antes, como un estudiante, como deportista”.
UN EJEMPLO DE INSPIRACIÓN
Después de semanas de angustia y complicadas cirugías en un hospital de Monterrey, continuaron las terapias de rehabilitación por su paraplejía. Se le practicaron una serie de estudios para evaluar las posibilidades de recuperación.
Cuando lo dieron de alta fue trasladado a su casa en Reynosa, de donde es originario. Sus papás, el doctor Marco Antonio Bracho y la química Rocío Ruiz de Bracho, con todo el amor que tan sólo unos padres pueden brindar, se encargaron de hacer su estancia cómoda, en lo posible.
Una vez instalado en su recamara, Marco afrontó otro momento muy duro para él: tener que usar un pañal nocturno para adultos. Se sentía devastado, que perdía su dignidad como persona.
Esa primera noche en casa, en la privacidad de su habitación y sin que su familia lo percibiera, Marco, desesperado, rompió en llanto, entró en un estado de catarsis que le permitió, en medio de su impotencia, acercarse a Dios y rogar por ese milagro que lleva el nombre de Reyna.
“Al saber lo que ella había vivido, entendí que esa niña pude haber sido yo. Me di cuenta de lo afortunado que fui. Entonces pude ver con claridad que era el milagro que tanto le pedí a Dios”, afirmó Marco con lágrimas en los ojos.
A partir de ese momento las cosas
cambiaron de color y tomó la decisión de ser el milagro de alguien más. Un ejemplo de inspiración para demostrar que se puede tener una mejor vida, aun con limitaciones físicas.
CADA VEZ MÁS INDEPENDIENTE
Con el tiempo Marco está aprendiendo a ser autosuficiente, aunque requiere de una persona para que lo asista.
Las terapias han sido dolorosas, pero le han permitido mover sus brazos y continúa esforzándose para rehabilitar sus manos.
En este proceso ha crecido su fe en Dios y ha tenido la oportunidad de conocer personas en este mismo camino, como es el caso de Toñeta Elizondo, una activista que realiza eventos altruistas con un mensaje de amor y esperanza hacia aquellos que lo necesitan.
Desde entonces entabló una amistad con ella, tomó la decisión de unirse a su causa y compartir su experiencia de vida.
Sin siquiera pensarlo, este sería el camino que lo llevaría a diferentes foros para presentar conferencias.
La experiencia surgió en el 2006 durante un evento cristiano-católico que organizaron Marco y Toñeta, al cual no asistió el orador.
Ante un auditorio de más de 3 mil 500 personas no hubo otra opción: Marco
debía dar la conferencia.
A partir de ese momento sus pláticas
giraban en torno al desarrollo espiritual,
tema que imparte en algunos talleres.
Con el tiempo, decidió certificarse en programas de liderazgo como coaching.
EL VALOR DE SER
Más que conferencias motivacionales, Marco Antonio Bracho se dedica a “rediseñar personas” para que encuentren su valor en sí mismas y el deseo de llevar adelante sus proyectos de vida.
“No es un aliciente nada más, un estímulo que desaparezca a los pocos días y regrese la tristeza a su existencia”, enfatizó.
Hablar de su experiencia personal le exigía ser un ejemplo a seguir y toma la decisión de terminar una carrera que dejó inconclusa por su accidente.
Temía que no le permitieran adecuarse a sus horarios de lunes a domingo en los que impartía talleres, coachings y conferencias en Tamaulipas, Nuevo Léon y otros estados de la República Mexicana. Sin embargo, el rector accedió y concluyó la carrera de negocios y comercio internacional en el Tecnológico de Monterrey.
Actualmente está cursando un doctorado en la especialidad de economía y desarrollo social.
Además es parte de un movimiento en Reynosa para jóvenes llamado “Embajada de la paz”.
Se trata de un ciclo de conferencias que se presentan en diferentes ciudades de México.
Bracho Ruiz es el único tamaulipeco que comparte créditos con expositores de alto nivel a lo largo de la República Mexicana que imparten el tema de “Responsabilidad social”.
La finalidad es crear conciencia sobre la situación actual de violencia en cualquier ámbito, creencias de las personas y la responsabilidad que como individuos tenemos con la sociedad.
CERTIFICADO EN HARVARD
Crecer en su profesión lo motivó a enviar una solicitud a la universidad de Harvard para certificarse en liderazgo.
Al principio lo dudó por carecer de los medios económicos, pero después se animó a continuar, antes de darse por vencido.
Lo aceptaron y se convirtió en el primer tamaulipeco con una discapacidad que es admitido en esta institución.
“Fue tal cual, como te lo muestran en las películas, grité emocionado: ¡Mamá! ¡Me aceptaron en Harvard!”, recordó.
Sólo se trataba de una especialización pero para él fue como un sueño cristalizado que reflejaba en su mirada.
El prestigio que Harvard se ha ganado lo corrobora Marco al comparar que una sola de sus clases era más intensa y extenuante que un examen final en el Tec de Monterrey, donde realmente son demandantes.
Comentó que durante la certificación tuvo la oportunidad de conocer a funcionarios consulares de Estados Unidos, Europa y América Latina, experiencia que lo ha enriquecido como persona.
A partir de entonces lo han invitado a participar como profesor de apoyo compartiendo crédito con estos líderes mundiales, pero desafortunadamente no ha podido asistir.
No obstante, para él es un honor que lo consideren.
POR UNA MEJOR VIDA
En una de sus tantas reflexiones, Marco comprendió que la verdadera discapacidad está en las personas sin metas, ni ilusiones; aquellas que a pesar de no tener ningún impedimento para moverse, ver, hablar, escuchar… se niegan la oportunidad de cumplir sus expectativas de vida.
Catorce años después de su accidente está reconstruyendo su vida y tratando de ayudar a quienes como él poseen alguna discapacidad.
“La discapacidad es multidimensional pues se involucran un montón de situaciones, circunstancias, no es una problemática tan compleja pero hay mucha desinformación”, refirió.
Sin embargo, él y un equipo de trabajo desarrollan la única metodología que existe en América Latina para poder abordar el tema creando posibilidades reales que ofrezcan una vida digna a las personas en estas condiciones.
Se trata de un programa que inició hace tres años con la aprobación en primera instancia del gobierno de Colombia, un país interesado en crear conciencia y una cultura en lo que se refiere al tema de los discapacitados.
Reconoció que es un proceso largo estimado en alrededor de diez a veinte años para ponerse en práctica.
En sus planes, por supuesto, consideran a Reyna, quien tiene una mejor calidad de vida; a Eduardo que conoció en el Ejido “La Libertad”; a Zula, su amiga de Tampico, y a Toño que vive en Mante, todos ellos que al igual que él, tienen una discapacidad física, han dejado huella en su vida y día a día se esmeran para transformarse.
“Yo trabajo para que puedan tener posibilidades diferentes”, comentó Bracho Ruiz.
EL ESFUERZO VALE
Para Marco Bracho la relación con su familia es primordial, saber que cuenta con ellos lo motiva a seguir adelante.
El accidente está presente pero acepta la realidad y la lleva de la mano.
Sigue siendo un hombre hiperactivo. Trabaja los siete días de la semana y no tiene vacaciones. Empieza muy temprano con la mentalidad de construir y aportar.
“Amo lo que hago, no puedo llamarlo trabajo porque me apasiona y llena totalmente”, reconoció.
Con todo lo que ha vivido y cada vez que le toca impartir un coaching sin recibir alguna remuneración económica e invirtiéndole tiempo, piensa que su cansancio no es más grande que él.
Es un hombre que no cree, esto es, que se rehusa a pensar que su compromiso sea menor que la falta de compromiso de los demás; que su amor es más pequeño que el amor de los demás y que el deseo de construir una vida extraordinaria para él y las personas como él es mínima a comparación de aquellos que no están interesados, así como su perseverancia sea más chica que el desinterés de todos los demás.
Y con la firmeza de sus pensamientos aseguró: “No es cuestión de ego, sino de empoderamiento. Me rehuso a creer que mi esfuerzo y compromiso no vale. Que mi condición física es menos que las limitaciones de aquellos que pueden moverse sin problemas”.