Entre clases y talleres de arte, museos y exposiciones, lienzos y pinceles ha transcurrido la mayor parte de su tiempo Imelda Rivera de Nuño. Aunque se casó muy joven nunca dejó de pintar y dejó volar su imaginación para crear su propio estilo.
Fotos: Víctor Briones
El arte siempre ha estado presente en la familia de Imelda Rivera de Nuño, quien creció escuchando cantar a su mamá y a sus tíos que hacían gala de sus voces y talento con los instrumentos musicales en las reuniones.
Desde pequeña descubrió que tenía no sólo el gusto, sino también la facilidad por el dibujo ya que aprovechaba cualquier lápiz y papel a la mano para dejar volar su imaginación.
La pintura también le atraía, la forma de combinar los colores y la habilidad de plasmar paisajes en un lienzo.
En una ocasión que visitaba a una de sus hermanas, que en aquel tiempo vivía cerca del edificio Garza Zamora en la zona centro de Reynosa, supo que se impartirían clases de arte por lo que no tardó en inscribirse convirtiéndose en alumna del maestro Artemio Guerra, en la primera escuela que él abrió, cuando ella tenía apenas quince años.
Fue aquí donde aprendió las técnicas de carboncillo, lápiz, dibujo a tinta china y pintura.
Desde ese entonces continuó participando en talleres libres de arte organizados por la Casa de la Cultura de Reynosa.
El arte moderno le llamaba la atención así que no dudó en tomar cursos de verano en la facultad de arquitectura en el Tecnológico de Monterrey. Complementó sus conocimientos al aprender técnicas mixtas, pastel y aplicaciones de oro y plata.
Su interés por el arte era evidente, pero Imelda Rivera consideraba pertinente terminar una carrera y siguió los pasos de sus hermanas mayores. Se inscribió en la academia comercial en Reynosa “Libro de Texto Gratuito” donde aprendió inglés y se graduó de contador privado.
Pero su inclinación por la pintura siempre la motivó a continuar preparándose y de nuevo en la Sultana del Norte tomó clases maestras particulares con el grupo “Plástica de San Pedro”, dirigido a un grupo de damas de Reynosa, por parte de la esposa del arquitecto González.
Continuó por siete años tomando clases con el maestro Artemio Guerra a quien seguía a donde fuera porque continuamente cambiaba su escuela de lugar.
Tuvo la oportunidad, incluso, de impartir clases en la preparatoria del Instituto Colón.
Siempre se las ingeniaba para aprender algo nuevo y en uno de sus viajes a Monterrey decidió tomar clases de hawaiano y tahitiano.
Con el tiempo a finales de la década de los años 80 decidió instalar su propia escuela de arte en Reynosa, en la colonia Las Fuentes, donde impartía además clases de ballet, hawaiano y tahitiano.
Al final de cada curso presentaba recitales en los teatros de aquellos años en Reynosa como el Cinema 70, y en el Centro Cívico de McAllen.
UNA VIDA FAMILIAR
Imelda Rivera de Nuño creció en la ciudad de Reynosa pero nació en Montemorelos, Nuevo León, de donde son sus padres, quienes decidieron viajar a esta ciudad para establecerse cuando ella recién había nacido.
Creció feliz en el seno de una gran familia conformada por ocho mujeres y dos hombres, con quienes jugaba beisbol, andaba en bicicleta y compartía sus travesuras con los otros niños porque confiesa que nunca fue una chiquilla tranquila.
A los 16 años conoció al hombre que se convertiría no sólo en su mejor amigo sino en su compañero de vida, Hugo Nuño, quien en ese tiempo acababa de terminar la carrera de arquitectura.
Lo conoció gracias a un tío, socio del hermano de Hugo. Los presentó y a partir de ese momento surgió una sólida amistad que se convirtió en un noviazgo de tres años.
En el año de 1975 Imelda y Hugo se casaron, poco tiempo después de que ella cumpliera los 19 años de edad.
Convertirse en esposa tan joven no le impidió continuar preparándose así que compaginó su vida sin complicaciones. Con el nacimiento de sus tres hijos, recibió el apoyo de su suegra y cuñadas si tenía que trasladarse a Monterrey por motivos de estudio. Cuando por esa misma causa viajaba a la Ciudad de México los llevaba con ella.
En la etapa escolar a sus hijos los inscribió en el instituto Montessori, por lo que aprovechaba ese tiempo para estudiar.
“Yo siempre me daba tiempo para todo, supe compaginar bien mis horarios de mamá y estudiante. Tener a mi esposo conmigo fue de gran ayuda” comentó Imelda.
Cuando se mudó a Texas, hace 10 años, tuvo que dejar atrás la escuela de arte, pero no cesó en su interés de continuar en el arte, una herencia familiar. Su hija menor, quien siempre la acompañó y su niñez y adolescencia transcurrió entre museos y exposiciones siguió el camino de su mamá y actualmente es profesora de arte.
Como abuela a sus nietos los llevaba a su estudio. Los sentaba frente a un caballete y un lienzo, y les daba unas pinturas dejándoles volar su imaginación. Uno de ellos, el mayor de 11 años de edad, ha demostrado que tiene talento para el dibujo.
EVOLUCIÓN
La vida de Imelda Rivera de Nuño ha transcurrido entre lienzos y pinturas y es, a través del tiempo, que ha logrado ir más allá de lo establecido para crear su propio estilo y materiales, aunque reconoce que se inclina por la técnica mixta por permitirle mayor libertad de expresión y plasmar justo en el momento lo que pasa por su mente.
Cada artista tiene su propia forma de trabajar y crear; Imelda no es la excepción. En alguna ocasión experimentó con una hoja de acero inoxidable, en la que debido al material los colores variarían conforme pasara el tiempo y el lugar. No fue sencillo, ya que la pintura no se absorbía y resbalaba. Se las ingenió entonces para darle textura al acero logrando un resultado espectacular.
Es peculiar de ella que sin importar en lo que esté trabajando siempre tendrá en su estudio un caballete con un Cristo en proceso.
Esto es como una serie especial y personal que tiene y los ha hecho en diferentes técnicas.
Los colores cálidos son sus favoritos aunque hay momentos en los que se inclina por los fríos.
La inspiración surge de diferentes maneras. Su estado de ánimo, el clima, las emociones y el entorno, entre otras cosas, influyen.
El tiempo para terminar una pintura también tiene sus variaciones.
Sentarse frente al caballete la relaja y reconforta cuando tiene la libertad para crear, pero cuando es una petición especial se siente agobiada por la presión.
DUALIDAD
Las pinturas de Imelda Rivera han traspasado fronteras. Además de su ciudad natal han viajado hasta Monterrey, el Valle de Texas, San Antonio, Houston y Dallas en exhibiciones individuales y colectivas, además de ser parte de edificios y complejos residenciales y comerciales.
En el Centro Cultural Reynosa, el Museo de Historia y las instalaciones de Comapa se han presentado sus trabajos, alternando con artistas de la talla de Artemio Guerra, Miguel Ancona y Mary Carmen Aguirre.
Al estar casada con un arquitecto también ha realizado algunas esculturas.
Mencionó la artista que en Reynosa hay esculturas que fueron diseñadas por Artemio Guerra pero ejecutadas en su taller por su esposo Hugo Nuño.
“Tenemos esas esculturas a escala con su respectiva pintura. Amamos esa dualidad”, comentó.
En este momento tiene el proyecto de montar una exposición en Embasy Suites de McAllen, en donde está trabajando. También está la posibilidad de impartir clases en la galería de arte Kika de la Garza Fine Arts Center en Mission, Texas. Después le gustaría organizar una exposición de pintura con los trabajos de sus alumnos.
“Para mi como artista es reconfortante ver las buenas reacciones que tiene la gente al ver mi obra. Es agradable que les guste algo que yo disfruto haciendo y que puedan sentir lo que trato de plasmar en cada una de ellas”, comentó.
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