Apropósito del Día de Muertos, el Halloween y el Día Internacional del perro negro, les contaremos una historia macabra pero que les dejará una gran lección: los perros y gatos abandonados están protegidos por una fuerza ancestral y un guardián oscuro vela por ellos.
Esta es una historia de cómo la avaricia por el poder hace que algunas personas hagan cosas oscuras para alcanzarlas de una forma rápida, y no les importan las consecuencias.
Con respecto a los involucrados diremos que esto sucedió en los terrenos de una propiedad abandonada, en dónde cada octubre ocurrían ciertas situaciones que los vecinos preferían no mencionar; murmuraban apenas entre dientes, como si el solo hecho de pronunciarlas invocara fuerzas malignas.
Un grupo de personas, creyéndose intocables, realizaban rituales oscuros a cambio de poder y riquezas. Eran hombres y mujeres codiciosos que se reunían en lo más recóndito de la propiedad, bajo un roble muerto y ennegrecido por años de maldad.
El grupo había perfeccionado un terrible ritual: capturaban animales, entre ellos cuervos y gatos, pero sus favoritos eran los perros, de preferencia de color oscuro.
Ya que eran ofrecidos en sacrificio para alimentar una fuerza que creían que les daba lo que deseaban, la líder del grupo, una mujer conocida solo como “La madrina”, buscaba algo más. Tenía una ambición desmesurada, y aquel octubre había decidido invocar a un ser mucho más antiguo y más oscuro de lo que jamás habían tratado de atraer.
Esa noche, cuando se empiezan a reunir para invocar a ese ser, el aire se hizo denso, casi irrespirable, cargado de presagios.
Mientras preparaban el altar trajeron a un perrito y a un pobre gato que sacaron de algún albergue, de esos donde las personas tratan de rescatar a animalitos en situación de abandono.
Algo en la mirada de éstos los perturbó, pero “La madrina” no cedió. Ellos procedieron con el ritual, y en el momento de alzar el cuchillo dispuesta a cortar a uno de los que sacrificarían ocurrió lo impensable.
El viento se detuvo. No hubo el más mínimo sonido, ni el crujir de las hojas, ni el susurro de los árboles. Era como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Y en ese inquietante silencio los presentes escucharon un suave pero inconfundible gruñido. Al principio pensaron que era el perro negro que estaba a punto de ser sacrificado, pero pronto comprendieron que venía de otra parte.
Desde las sombras una figura descomunal emergió. Era un perro-lobo, pero como ningún otro que hubieran visto antes. Su pelaje era un negro brillante como la noche, aunque parecía absorber toda la luz a su alrededor dejando tras de sí una oscuridad tangible. Sus ojos se iluminaban con un resplandor amarillo antinatural dando la sensación de una miraba con un odio tan profundo que casi podían sentir su carne arder.
El grupo intentó huir pero sus pies parecían pegados al suelo. El perro-lobo avanzó lentamente, su respiración resonaba en sus oídos, un sonido áspero y terrible, como si el mismo aire se estuviera pudriendo. Cuando “La madrina” trató de hablar su voz se quebró y las palabras no le salían como si una fuerza invisible le hubiera arrancado la garganta. Intentó levantar el cuchillo para defenderse, pero sus manos temblaban tanto que el arma cayó al suelo con un sonido hueco que resonó en la quietud de la noche. El Perro-lobo se acercó a ella y, por primera vez, “La madrina” sintió el verdadero terror. Era como si toda la maldad que había acumulado a lo largo de los años estuviera ahora reflejada en esa criatura, devolviéndole cada acto oscuro con una venganza inminente.
Uno por uno los miembros del grupo sintieron el peso de su codicia aplastarlos. No podían moverse, sus cuerpos permanecían rígidos como si estuvieran atados por cadenas invisibles.
El perro-lobo se movió entre ellos con una calma aterradora, observándolos, sin prisa, sabiendo que ya no había escape. Cada respiración que tomaban se hacía más difícil, más pesada, mientras la criatura les recordaba, sin palabras, que habían cruzado un límite del que no podían regresar.
Cuando llegó frente a “La madrina” el tiempo parecía haberse detenido por completo. La oscuridad alrededor del perro-lobo se extendió envolviéndola en un manto de sombras. El aire se volvió gélido, y por primera vez en años, ella supo lo que era la impotencia.
El ser oscuro inclinó la cabeza hacia el perro y el gato que había intentado sacrificar, y con un movimiento lento y calculado rozó con su hocico al perro. Este, de inmediato, dejó escapar un pequeño aullido que resonó en la colonia como una melodía de libertad.
El ritual no había salido como esperaban. Lo que habían liberado era la misma esencia de la venganza de la naturaleza, una fuerza pura e implacable que no podía ser controlada. “La madrina” fue consumida por la misma oscuridad que había buscado controlar.
Los otros miembros del grupo, aterrados y paralizados, observaron en silencio cómo “La madrina” desaparecía en la negrura. Entonces, sin emitir ningún sonido, el perro-lobo se desvaneció entre las sombras llevándose con él las almas corruptas de aquellos que habían sido seducidos por la avaricia.
Al día siguiente no quedaba rastro del grupo ni del altar, solo el roble negro que parecía más retorcido y oscuro que nunca, como si hubiera absorbido la maldad de aquellos que se atrevieron a desafiar lo que no comprendían.
Desde entonces los vecinos cuentan que hay fuerzas con las que nunca se debe jugar.