Por CYNTHIA ROBLES WELCH
Recuerdo que la primera vez que me sentí acosada no fue precisamente por un adulto, era un menor igual que yo, él tenía casi 15 y yo 16, era “mi novio”.
De un momento de estar viviendo mi primer noviazgo supervisado por mis padres, en el que todo parecía ser lindo, había otra cara de la moneda a la que yo me fui acostumbrando: la violencia, el chantaje, el abuso y la “normalización” de todo esto. Se prolongó un par de años, quizá lo suficiente para crearme un patrón de conducta durante muchos años de mi vida. Una experiencia que guardé para mí.
Años más tarde, esta novela tuvo un capítulo que culminó en una violación por parte de la misma persona a la que amé tanto.
¿Qué pasó? Eran los años 90, lo primero que hicieron mis amigas al saberlo fue protegerme y a mis espaldas mis amigos lo buscaron y lo golpearon. Al enterarme entré en pánico y viví con miedo durante meses. ¿Qué siguió? Hablar con algunos especialistas. El ginecólogo dijo: “Si denuncias te verás envuelta en muchas situaciones que te llevarán a un martirio, ¿estás dispuesta a asumirlo? La sicóloga me ayudó a entender que no era mi culpa y que podía sanarlo, pero no hubo nunca una opción para denunciarlo.
Meses más tarde, me di cuenta que mi alma había evolucionado y aunque no sentía rencor hacia él, me dolía tanto que la primera persona que tanto amé me lastimara de esa forma. Yo, la víctima del amor y la ilusión, decidí no darles este dolor a mis padres. Me apoyé en “expertos”, decidí callar durante un tiempo y luego platicarlo con mis hermanos para que esta experiencia les fuera de utilidad a ellos. Desde mi perspectiva el atacante, víctima del vacío y el sexo, desató una campaña de desprestigio, argumentando que en venganza a su desamor lo había mandado golpear, y así en el pueblo donde viví estuve en la boca de muchos por años como una malvada vengativa.
¿Cómo pude haber amado tanto a alguien que me abusaba y lastimaba? ¿Qué me hacía falta? Soy la primera de cuatro hermanos de una familia normal y honorable, pero ¿dónde estuvo el hueco que yo sentía para amarrarme a una relación viciada y ventajosa? No tengo la respuesta y creo que no hay un culpable directo.
Lo que yo llamé amor en mi adolescencia y arrastré hasta mediados de la edad de los 30 hoy lo asumo, no fue realmente amor, fue una ilusión tergiversada por todas las influencias recibidas de diferentes medios, dejándome desarmada, enferma y vulnerable para vivir una vida acompañada de toda esta basura.
Al cabo de 20 años, él, la víctima del vacío y el sexo, me buscó argumentando que jamás me había olvidado, que yo era el amor de su vida. Fue entonces cuando el rencor no identificado brotó en mí inevitablemente, como una explosión de emociones contenidas que me hicieron después sentir más liviana. Todo lo que nunca imaginé que podría decirle a una persona se lo expresé en dos minutos; respiré profundo y cerré la página.
Cinco años más tarde, el sujeto volvió a aparecer y decidí volver a escucharlo, mi ira en la anterior ocasión no había sido suficiente, necesitaba perdonarlo y perdonarme. Él jamás asumió su responsabilidad en la violación, incluso, para él nunca existió. Sentada frente a él en un café, lo miré vulnerable, enfermo, triste, Me di cuenta que él sólo era un ser humano con errores como yo, decidí perdonarlo y perdonarme, solté eso que cargué en mi historia. Experimenté la insoportable levedad del ser.
Nunca sabré el motivo de su proceder, pero ahora puedo entender que la vida me dio oportunidades para crecer y ser una persona que a través del dolor floreció. Desde mi corazón deseo que la compasión sea uno de los sentimientos que más se arraiguen en el corazón de todas las mujeres que hemos sufrido violencia. Que como tales dejemos de generarla a través de nuestros actos explosivos y bravucones. Asumir el dolor que un abuso conlleva no se procesa en días ni en semanas, a veces no nos basta una vida, pero nosotros podemos decidir cambiar la historia.