Hace un tiempo —junto con toda la parentela— asistí a un bingo de la universidad donde trabajo y en cierto momento necesitaban una “mano santa” y la elegida fue una de mis niñas, así que, sin importar lo “equis” del asunto, que le corro con celular en mano, para captar una buena imagen.
Más tarde una alumna me mandó una foto que me tomó del momento y me dijo algo así como que, “tenía cara de ‘mamá toda orgullosa’” y es que sí, en esos momentos —no importa cuan simple sean— no hay espacio que sea lo suficiente grande para mí, pues yo me siento como un pavo real que se pasea mostrando su bello plumaje, pero a diferencia de él, yo presumo ante el mundo a mis retoños, a los hijazos de mi vidaza.
Desde eso, cada que la hago de paparazzi me acuerdo de esa anécdota con mi alumna, y aunque no sé dónde quedó la foto (¡Ruby mándamela de nuevo si la tienes si ves esto!) está muy grabada en mi mente.
Y seguramente lucí como en esa foto hace unos días, que mis retoños tuvieron la clausura del Taller Interdisciplinario, —de quinto semestre— como parte de la Escuela de Iniciación Artística Asociada al Instituto Nacional de Bellas Artes, que estudian en la Casa de la Cultura de Reynosa.
Dos de mis chamacos —en música y otra en artes plásticas y visuales—, trabajaron juntos en una presentación con sus compañeritos, expusieron una maqueta del recinto, e individualmente leyeron frente al auditorio, —sobre el escenario— un escrito elaborado por ellos, sobre su estancia en dicho curso.
Llegamos casi raspando al inicio del evento y alcanzamos a ver cómo cada uno de los güerquitos se asomaba por la puerta. Los tres parecían que se turnaban para ver si ya habían llegado papá y mamá, o por lo menos uno de los dos.
Tras ubicarnos no volvieron a asomarse y ya no los vimos hasta que frente al micrófono cada uno hizo lo suyo ¡Y cómo lo hicieron!
Claro que en algún momento por ahí a uno le llegaron los nervios, y aunque dijo que le hubiera gustado hacerlo mejor, aceptó que los nervios lo traicionaron, pero mamá le dejó en claro que lo hizo muy bien, que su lectura ha mejorado mucho y que además, era normal, pues era la primera vez que estaba individualmente en un escenario.
No podría describir mis sentimientos mientras veía a cada uno de los retoños ahí, triunfando, pues aunque para algunos sea poco, para mi cada participación es más grande que la de cualquier estrella, más valiosa que la piedra más preciosa y el oro más puro.
Porque cuando los veo ser ellos mismos y darse cuenta de lo que son capaces, mi corazón se infla y parece que saldrá de mi cuerpo, pero lo detienen mis lagrimillas de cocodrilo que a veces logran ser contenidas por mis ojos. Pero he de reconocer que otras veces no, aunque hemos aprendido a disimularlas bien bajo el cristal de mis lentes.
En pocos meses, los retoños terminarán su formación de tres años, tendrán una graduación en la que seguramente habrá cosas que se repitan: tres niños triunfando, unos papás en primera fila, y sobre todo, una mamá emocionada como la primera vez, captando cada momento con su celular.
Hace días no pude ver mi cara mientras mis hijos participaban, pero lo que sí puedo decir es que, seguramente, tal como dijo mi alumna, tenía esa cara, pues están en modo de “mamá toda orgullosa”.