“Por mucho tiempo fui todo lo que pude. Ahora soy todo lo que quiero. Esa reflexión aplica muy bien en mi vida”.
Alfredo Moreno Ricart, un hombre que se recuerda por su amor a la naturaleza, a los animales y por su don de gente.
Necio, tenaz, persistente, soñador e idealista, así era Alfredo Moreno Ricart.
Una persona que siempre será recordada como excelente hijo, gran amigo y hombre bondadoso.
En una de sus últimas entrevistas concedidas a este grupo editorial, quien fuera desarrollador del fraccionamiento “El Santuario”, Quintas Campestres y propietario del Zoológico de Reynosa, nos habló de su niñez, de sus sueños, de sus inicios como empresario y cómo concibió la idea de su más preciado proyecto: el zoológico de Reynosa.
Originario de esta ciudad, Alfredo nació el 12 de enero de 1969. Siempre fue un niño inquieto cuyo máximo sueño era poder ir a las Olimpiadas, tener su propio circo o llegar a ser astronauta o biólogo.
Al paso de los años, egresó del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey como administrador de empresas, para después realizar un posgrado en alta dirección en Harvard Extension School, en Cambridge, Massachusetts.
SU PRIMER PASO
EN LOS NEGOCIOS
Su padre, Luis Lauro Moreno Rodríguez, dos años después de contraer matrimonio con su madre, Elvira Ricart, compró un rancho con dinero fruto de su trabajo que realizaba desde joven.
“En nuestra infancia mis padres nos llevaron a vivir ahí durante tres años a mis hermanos Luis Lauro, Montserrat, Rodrigo y a mí; Rocío y Cristina aún no nacían. Posteriormente nos cambiamos a Reynosa y muy frecuentemente íbamos a ese rancho a pasar allá los fines de semana, por lo que prácticamente crecimos en el campo”, dijo.
Alfredo y sus hermanos vivieron bonitas aventuras rodeados de animales silvestres y domésticos, aire puro y vegetación. Aventuras que hoy se traducen en recuerdos imborrables de aquellos tiempos.
Mientras estudiaba la carrera en Monterrey, Nuevo León, todos los veranos cuando había temporada de cosecha de sorgo en Tamaulipas, Alfredo venía a Reynosa a brindarle ayuda a su papá en una bodega donde manejaba la compra-venta del grano, que era el ingrediente principal para el alimento de animales.
“En 1992 mi padre nos cedió ese negocio a mis hermanos Rodrigo, Luis Lauro y a mí. Juntos logramos establecer una comercializadora de granos que tuvo un gran crecimiento y de ser una empresa local pasó a ser una de las comercializadoras de grano más grandes de México”.
Alfredo reconoció que tuvieron tropiezos muy costosos, pero la constancia y la experiencia en la materia los ayudó a salir adelante. Fue precisamente esta etapa la que le enseñó a Alfredo el verdadero mundo de los negocios.
“Ser socio fundador de la empresa me daba status, satisfacía mi ego y me daba para vivir. Además nos abrían las puertas en muchos lados y las oportunidades de crecimiento diversificando nuestro giro no se hicieron esperar. Mis hermanos continuaron persiguiendo sus sueños explorando otras áreas y abriendo empresas con nuevos giros de negocio y dirigiendo la empresa a su estilo”.
LA DECISION QUE CAMBIO
EL RUMBO DE SU VIDA
A pesar del éxito que rodeaba la vida de Alfredo, en el fondo se sentía insatisfecho y frustrado hasta cierto punto.
Había llegado el momento en que le parecía rutinaria la mecánica de la compra-venta y por ende ya no estaba aportando su cien por ciento.
“La manera de hacer negocios de mis hermanos era cada vez más diferente a la mía y por supuesto no iban a dejar de ser ellos porque su hermano Alfredo fuese conservador y no estuviera de acuerdo. Además eran mayoría de dos contra uno”, comentó.
Llegó a la conclusión de que tenía dos opciones: quedarse en su zona de confort de socio de sus hermanos, ganando bien, pero pagando el precio de vivir su vida y no la suya, además de sacrificar sus ideales y escuchar lo que verdaderamente quería su corazón: emprender el vuelo solo para buscar lo que realmente quería.
“Hablé con ellos, les expuse mi sentir, afortunadamente lo entendieron y compraron mi parte de la empresa. Para mí fue un gran reto, ya que desde que empecé a trabajar en 1992 hasta 2006, me dediqué y me especialicé en la comercialización de granos”, dijo.
Ese año se le presentó la oportunidad de conocer un terreno en venta a orillas del río Bravo con una biodiversidad impresionante y abundante agua.
“Al visitar el lugar, recuerdo perfectamente que les dije a mis hermanos: ‘este es el tesoro mejor guardado de Reynosa’. Nunca coincidimos en comprarlo para venderlo como quintas. Con lo que me pagaron por las acciones de la empresa, me alcanzó para comprar la mitad del terreno y mis hermanos compraron la otra mitad”.
Sus hermanos Rodrigo y Luis Lauro dejaron en sus manos este proyecto para que él lo desarrollara
y lo hiciera negocio. Al realizar la compra, inevitablemente pensó en dejar una parte para construir un parque de entretenimiento, pues era el sitio ideal, pero en aquel entonces era imposible ya que tenía que sacar adelante una tarea ambiciosa y arriesgada: vender con éxito el terreno como ranchos campestres.
“El primer obstáculo a vencer fue hacernos de dinero para entrar en acción, así que le pedimos dinero prestado al banco, nos hipotecó la propiedad adquirida y nos pusimos a trabajar con pasión y dedicación”, dijo.
Después de ocho años y gracias a las familias que creyeron en ellos, se logró construir “El Santuario”, un fraccionamiento de quintas campestres con casa club bajo el régimen de condominio con restricciones ecológicas para la sustentabilidad de la vida silvestre
“Desafortunadamente los intereses del banco nos ‘comieron’, además de que por la misma falta de dinero de las personas tuvimos que bajar los precios de los lotes, por lo que no fue una operación rentable. Me queda la satisfacción de que conjuntamente con los compradores que creyeron en el proyecto logramos ‘esculpir’ la piedra y quedó una hermosa escultura”.
Un lugar abandonado por mucho tiempo y propicio para la delincuencia, fue convertido en un sitio único en su tipo en el norte del país: seguro y ecológicamente sustentable donde las familias convivieran en armonía con la naturaleza. Sin duda, su sueño se truncó el 4 de agosto de este año, pero su recuerdo permanecerá vivo en Reynosa.
Heriberto Deándar
Martínez
“Es una pérdida irreparable de esas personas que aman la naturaleza, aman a sus congéneres… él dio muestras de ser un buen amigo, de ser un protector de la naturaleza y un amante de las buenas costumbres. Entonces es muy lamentable el deceso de Alfredo y que se haya ido tan joven”.
María Esther
Camargo Félix
“Era una persona muy admirable y es una pérdida irreparable… La verdad fue un ciudadano ejemplar que quiso mucho a su ciudad y a todas las personas que pudimos convivir con él. Mi familia y una servidora disfrutamos de su gran proyecto que es el Zoológico de Reynosa”.
Oscar Luebbert
Gutiérrez
“Para todos su fallecimiento fue muy sorpresivo. Era una persona muy joven, muy entusiasta, muy
activa, un ciudadano ejemplar y definitivamente es una gran pérdida para Reynosa”.
Ernesto Robinson
Terán
“Es una lamentable pérdida. Alfredo siempre se distinguió por ser una persona altruista, muy trabajadora… como director general siempre buscaba la forma de acercarnos con él… Nos unía una amistad de 15 años”.
Irene Elías
Leal
“Su partida representa mucha tristeza, pero me quedan puros recuerdos bonitos de él. Nos
conocíamos desde hace 30 años, Siempre lo voy a recordar por su positivismo y la amabilidad que lo caracterizaba con todas las
personas”.
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