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7 de mayo de 2020 por Susana Valdés Levy

A fin de cuentas

Las lágrimas a punto de brotar, el grito en la punta de la lengua, los puños cerrados, el insomnio nocturno, la somnolencia en el día, la mandíbula apretada, las ansias, la angustia, la incertidumbre, el miedo. Las emociones todas a flor de piel y a nada de desbordarse. Andamos con “los cables pelones” o con “los cables cruzados” como dicen, cuando todo nos saca chispas, todo nos enoja fuera de proporción, como leones enjaulados, como gatos encerrados, como bombas de tiempo… Es un gran reto personal controlar las emociones, especialmente cuando no nos aguantamos ni solos. Nadie puede controlar las propias emociones más que uno mismo; pero se desbordan y nos aplastan como avalanchas internas. Se confunden y se amontonan las emociones en el umbral de cualquier válvula de escape: No sabemos si llorar o gritar o insultar o maldecir o rezar o callar…. a veces no sabemos si echarnos agua o inmolarnos.

No sabemos si estamos hartos, o asustados, aburridos o frustrados o todas las anteriores. Probamos de todo… hay quienes cantan un mantra, o rezan el Rosario, o entonan una canción o bailan salsa en la sala de sus casas, tratando de convencerse de que la cuarentena, sesentena u ochentena de encierro y aislamiento que se torna cada vez más estricta y más larga, no es una prisión, ni un castigo, ni una condena propiamente dicho. Y tal vez sea peor saber por qué nos está sucediendo esto, por qué parece como si la vida se derrumbara frente a nuestros ojos como un frágil castillo de naipes, o como la casa de paja del cuento de los Tres Cochinitos. Resulta útil cambiar la pregunta. En lugar de cuestionar “¿Por qué?” debemos preguntarnos “¿Para qué?” y centrarnos en el aquí y el ahora. La respuesta: estamos así para sobrevivir a una pandemia que nos vino a demostrar más allá del mero cliché, que no hay ni existe nada más importante que la salud y la vida.

Debemos hacernos conscientes de las emociones que esta experiencia nos provoca; que ya desde ahora no somos los mismos. Debemos hacernos conscientes de que nuestras emociones están exacerbadas, que están a flor de piel, que desafortunadamente tenemos un enorme potencial para herir y ser heridos dentro de nuestros más íntimos círculos familiares y que, aunque nuestras acciones y reacciones están alteradas por una circunstancia atípica, nada justifica que demos rienda suelta a nuestros demonios internos permitiendo que se acumule y se desboque nuestra toxicidad. Hoy por hoy todo parece estar fuera de nuestro control; todo, menos nosotros mismos. Tenemos pues la obligación moral y la responsabilidad personal y social de controlar nuestro carácter, nuestras emociones, nuestras conductas… sin pretextos ni justificaciones. ¡Cuidado con los pensamientos, las palabras, las acciones y las reacciones! Si en la calle usas un tapabocas, quizás en la casa necesitemos un bozal. Todavía hay un largo camino que recorrer. El único control que hoy podemos tener es el control sobre nosotros mismos. ¡Ejerzámoslo! Calma en el alma, balance en el trance, determinación en el corazón, fuerza de voluntad en la personalidad, confianza en uno mismo y dominio del carácter, eso es auto-control.

Categoría: Columnas

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