Hay historias de vida que se cuentan con el corazón y, la de Mariana y Judith, es una de ellas.
Dos amigas, desde la infancia, que el destino las ha llevado a compartir momentos inolvidables de felicidad y, a veces, de tristeza. Cada una, al lado de sus hijos, quienes recién nacidos las pusieron a prueba, y ellas les demostraron lo que están dispuestas a hacer por darles la vida.
Mariana Villarreal Gámez y Judith Margarita Plata Ramírez son dos amigas que se criaron como hermanas y han recorrido el mismo sendero, porque el destino así lo quiso, como decidió también que compartieran a uno de sus hijos, con la misma devoción que lo hace una madre.
Es tanta la comunión que existe entre ellas, que casi pudieron encontrarse en el mismo cunero, ya que Mariana nació el 11 de julio de 1982 en Reynosa y Judith, 20 días después, el 31 de ese mismo mes y año, en Monterrey.
Cuatro años más tarde, en septiembre de 1986, ingresaban al segundo año de kínder del Colegio Tamaulipas, en Reynosa, las mismas niñas que no dejaron nunca de ser amigas: Mariana, muy bonita, de cabello largo, lacio y del mismo color que sus grandes ojos, negro. Judith, una pelirroja muy linda, con impresionantes ojos verdes y un largo cabello y grandes rizos.
Incluso, Walter, el ahora esposo de Mariana, también estuvo en el Colegio Tamaulipas, con ellas.
Como eran las más chaparritas de su salón, cada semana se turnaban para sentarse en el primer pupitre de la fila.
Desde entonces hacían todo juntas, como trepar árboles, jugar a los “encantados”, a las muñecas, al té y todo lo que las niñas pueden hacer a esa edad.
Mariana, con el pelo liso, quería tener los “chinos” de Judith, y doña Margarita, su mami, con ternura le decía: “Pero hijita, cómo quieres los “chinos” de Judith si tu cabello es lacio…”.
Durante la primaria estuvieron en el mismo salón y la historia casi no cambió; ahora compartían cartas personales, rompían botellas, iban al cine, organizaban pijamadas en casa de s