Por: Clara villareal
Hay quienes nacen en una cuna de oro, con una familia amorosa que nutre la formación desde la primera infancia. Sus padres se esfuerzan por brindar la mejor educación, los colegios más exclusivos, numerosas posibilidades para crecer y desarrollarse.
Provenir de una familia con holgura económica o, mejor aún, con tintes aristocráticos, tiene enormes ventajas tanto por la seguridad financiera como por la abundancia de contactos de todo tipo y la escasez de dificultades. Incluso, cuando se presentan los problemas, lo más probable es que haya una red de apoyo y una pluralidad de opciones para solucionar la situación. Este es el caso de unos cuantos.
Sin embargo, hay quienes nacen en cunas más modestas, de madera, apenas un cajoncito con un cobertor. La cartera apretada genera estrés en la familia, reduce el tiempo de convivencia y limita las oportunidades de esparcimiento. Se provee educación, la que se pueda; comida, la que alcance; ropa heredada de los hermanos mayores y primos, o comprada en oferta.
La precariedad económica plantea muchas restricciones, pero hay un elemento clave que hace toda la diferencia, y es la manera en como se experimenta la riqueza o la pobreza.
En la mayoría de los casos la riqueza dota a la persona de un capital económico, pero pocas ocasiones para desarrollar la resiliencia. No hay necesidad de hacerse fuerte, de experimentar el fracaso, de caerse y aprender a levantarse. Y si algo sabemos del dinero es que no dura para siempre.
Las personas en cuna de oro aunque hayan recibido la mejor educación académica no siempre están preparados para conservar sus fortunas y, menos, para hacerlas crecer. Lo anterior se da porque “como no les ha costado trabajo” algunos no saben valorar lo que tienen.
Por el contrario, aquellos que saben lo que es vivir en la pobreza y tienen hambre de éxito, aprenden a sacar de sí mismos amplios recursos emocionales como fuerza, audacia, coraje, resiliencia, para enfrentar los numerosos obstáculos que se anticipan.
El mensaje es que no importa la cuna, ya que esta es solo el inicio, pero de ahí en adelante hay muchos factores que pueden influenciar el camino al éxito. El principal es la propia personalidad, la convicción, la disciplina, la perseverancia para trazarse un objetivo y cumplirlo.
Al final, el éxito está dentro de cada uno, en la capacidad de transitar de cierto estado económico, laboral, familiar y social a otro que provea un mayor nivel de bienestar y felicidad. El resultado final está en ti.
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