Yo pertenezco a una generación de mujeres a las que, durante la mayor parte de nuestras vidas, solo podíamos elegir entre aquello que los hombres nos quisieran o pudieran ofrecer. Permítanme explicar: Si íbamos a un baile, solo podíamos bailar con quien nos “pidiera” bailar. Si no nos sacaban a bailar, pues simplemente, no bailábamos. De igual modo, si no nos invitaban a salir, no salíamos, si no nos pedían ser su novia, no teníamos novio, si no nos pedían matrimonio, pues no nos casábamos. La iniciativa nunca podía ser nuestra, porque eso era “muy mal visto”. Tanto así que, como mujeres, no era “correcto” que nosotras le llamáramos por teléfono a un muchacho.
Así que, si teníamos la “suerte” de poder elegir, la elección solo era posible de entre lo que nos ofrecieran quienes tenían algún interés en nosotras; ya que, de otro modo, seríamos etiquetadas de “ofrecidas” “busconas” “fáciles”, “urgidas”, etc… condiciones todas esas que llevaban implícita una devaluación social. Y ya más adelante en nuestras vidas como adultas jóvenes, también
teníamos que “esperar” a gustarle a alguien lo suficiente como para vivir una sexualidad activa y saludable. Debíamos esperar el deseo ajeno, porque no importaba a quien deseáramos, sino quien nos deseaba a nosotras. Nuestras opciones de decisión sobre lo que pudiera ser importante o gratificante para nosotras, siempre dependía de la iniciativa del otro.
Si bien nos iba, aprendíamos a desarrollar estrategias para tratar de llamar la atención de alguien que nos gustara mucho: el coqueteo tenía que ser muy sutil, porque de otro modo “se vería mal”. Tan sutil debía ser que en ocasiones, hasta debíamos fingir indiferencia frente a alguien que, en realidad, nos hacía sentir maripositas en la panza. Para muchas de nosotras, (y como dice el refrán): “El que viene no conviene y el que conviene no viene”…¡Pues entonces hay que ir por él! Pero en nuestros tiempos, eso no era “apropiado” o tenía un alto precio social.
Así fue que, muchas mujeres de mi generación, que ahora andamos ya en el sexto piso, pasamos nuestros años de adolescencia, juventud y edad mediana, esperando ser elegidas, esperando la propuesta, conformándonos con lo que había o resignándonos ante lo que no hubo. Ahora y en total retrospectiva, veo que me hubiera gustado haber vivido de manera más auténtica, eligiendo más que esperando ser elegida, me habría gustado haber bailado con quien yo quería realmente bailar … y así con todo lo demás que es propio de los años en los que nuestra energía, nuestros cuerpos, deseos, sueños y propósitos estaban en su máximo esplendor.
Creo que ahora, si Dios me concede algunos años “buenos” más, si no con juventud, sí con vida y salud, quiero ser yo la que de el primer paso, aunque corra el riesgo de que me rechacen ¡No pasa nada!…también se vale que me digan que no, y con suerte en una de esas y me dicen que sí. Tal vez me dé permiso a mí misma de decirle a alguien que “me gusta”, hacer una invitación a cenar, a un viaje de fin de semana, a pasar un rato lindo… sin etiquetas, sin que necesariamente haya que ponerle “nombre” a la relación, sin promesas de imposible eternidad, y sin causarle daño a nadie, sin clandestinidades, sin fingir, sin tener que disimular intenciones contrarias. Ya sé que voy tarde, pero voy. Ya fueron muchos años viviendo como una receptora pasiva de lo que la vida -a través de otros- me quiera ofrecer. No todo el que me guste va a querer, va a poder o va aceptar mi iniciativa… pero bueno… de un “no eres mi tipo” o un “no gracias” nadie se muere…. y en una de esas, a lo mejor pega.
Además, he aprendido con el paso de los años que, tener el valor de decirle a alguien: “Me gustas mucho”, puede no ser mutuo, pero siempre será un dulce halago.