Me subí al auto, llevaba mi libro y un termo lleno para intentar sobrellevar el camino en la jungla de concreto. El chofer del taxi Uber me recibió con una sonrisa; sus ojos eran especialmente brillantes. Me dijo: ¿gusta un poco de agua? ¿quiere escuchar alguna música en especial?, a lo que le contesté con una sonrisa. “Le agradezco, todo bien”, agregué.
A los dos semáforos continuó la plática: “El tráfico está pesado, los maestros están de plantón, le recomiendo que saque de sus entrañas paciencia y póngase cómoda”. Al escucharlo respiré hondo y tomé la decisión de aceptar su sugerencia. Unas cuadras más adelante me preguntó: “Oiga, usted ¿cree en el amor? Levanté la mirada hacia el retrovisor y alcancé a ver cómo sus ojos habían perdido el brillo. “Esa pregunta es muy profunda para esta hora”, respondí, y solté una risa traviesa. El taxista asintió: “Sí, tiene razón”.
Intenté seguir leyendo, pero insistió: “Fíjese, yo estoy incapacitado para eso del amor, tengo un gran problema, padezco de depresión y a todo el que amo está condenado a sufrir”.
Levanté de nueva cuenta la mirada hacia el retrovisor y sus ojos denotaban frustración y tristeza. No pude evitar hacer una mueca, y pensé: ¿qué tipo de novelas ve este hombre? o ¿quién le vendió esa idea absurda?
De inmediato entró mi yo rescatadora y “empática” y consideré que necesitaba alguien que lo escuchara.
¿Por qué dice eso señor?, le cuestioné. “Bueno, pues hace poco me pasó algo maravilloso, de esas cosas que no esperas. Conocí a una persona, mi pequeña maravilla…”. Mientras lo platicaba pude sentir el cambio de su energía.
“Ella me hizo feliz, pero duró poco, pues al cabo de unos meses, la cosas no se sentían igual. No sé cómo decirlo…”.
Pues dígalo, repliqué con una extraña sensación de molestia. Parecía que me estaba proyectando en su situación.
“Pues que no puedo amarla, decidí abrirle mi corazón y todo se acabó, pero esto es culpa de la depresión. Mi salvación es manejar sin parar y perderme por esta gran ciudad”, aseguró.
Sentí escalofríos y le pedí poner algo de música; fue certero en su elección sintonizó a Cerati.
Durante el trayecto me quedé pensando en lo que me compartió el conductor, recordé cómo salió de mi vida la depresión.
Con las condiciones de vida que tenemos, todas las personas en algún momento estamos expuestas a experimentar este trastorno. Actualmente, la doctora Kelly Brogan, especialista en psiconeuroinmunología, afirma que la inflamación en el cuerpo parece ser un determinante altamente relevante de los síntomas depresivos, tales como el estado de ánimo indiferente, pensamiento lento, evasión, alteraciones en la percepción y cambios metabólicos.
El papel de la inflamación, en estos estados de la enfermedad, cada día está más claro. ¿Pero cuál sería la solución?, suena trillado, pero es modificar prioridades: la salud, en primer término, consiguiéndola a través de la alimentación, meditación y el agua que tomamos, así como la investigación y hacer conciencia que cada uno de nosotros podemos lograr con actitud revertir lo que nos pasa.
Buscar apoyo de profesionales que puedan dar luz al camino. Es un trabajo de equipo, pero el que tiene que optar por la decisión es uno mismo.
Pareciera que estoy menospreciando este padecimiento, pero yo una vez estuve ahí, sin luz y sin salidas aparentes, jugando el papel de la víctima, pero hubo manera. Hoy puedo decir que soy una persona plena, y agradezco a ese conductor de Uber recordarme lo que es prioritario para mí, lo que yo elijo y es… ser feliz.
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