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Dulce agonía

9 de agosto de 2016 por Redacción

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Dulce agonia

México se declara, a oídos sordos, en una situación de urgencia y gravedad por el alto consumo de azúcar y comida chatarra”

Por CYNTHIA ROBLES WELCH

Conforme avanza el tiempo, el consumo en exceso de azúcar se incrementa desmesuradamente, sin tomar conciencia de las enfermedades que ocasiona.
En el siglo XVII, por ejemplo, la ingesta promedio por persona giraba en alrededor de un kilo 800 gramos de azúcar al año; en el XVIII, en 8 kilos 600 gramos, y en el XIX aumentó el consumo a 287 kilos 800 gramos.
¿Alarmante, verdad? Sin embargo, vivimos delegando responsabilidades. Somos una sociedad de consumo que insiste en premiar a los niños con dulces y comida procesada.
“En esta casa así se come y nadie se ha muerto”, aseguró la abuela frente al refresco de dos litros que sobresalía en la mesa con una familia de ocho miembros reunidos, de los cuales seis son obsesos.
¿Y la calidad de vida? ¿Y el impacto real en su desarrollo a largo plazo? ¿Será que la conciencia está perdida?¿Es una moda esto de la conciencia alimentaria o será una necesidad? ¿Nos está tocando llegar al límite? Usted qué dice.
Cuando yo era niña crecí viendo a mi mamá en la cocina, siempre había un festín en la mesa, sin embargo mis hábitos alimenticios fuera de casa eran como los de cualquier niña, delgada por genética, pero no propiamente sana.
En consecuencia, la enfermedad tocó a mi puerta. Siendo adolescente ya sabía lo que era estar en un hospital, una escena que se repitió hasta los 26 años cuando comprendí que mi cuerpo no resistiría más operaciones y era hora de cambiar mis malos hábitos alimenticios, entre éstos, bajar el consumo de azúcar; nada fácil.
Desde entonces, me mantengo estable y gozo de buena salud.

DESDE LA ESCUELA
Donas, papas, refrescos, raspados, helados, dulces y golosinas, lo más nutritivo que había en la cooperativa de la escuela eran los taquitos de papa con salsa roja, de bote. Así comí durante mi infancia en la década de los ochenta y veo con tristeza que actualmente es igual o peor, ya que los productos de consumo contienen sustancias más agresivas, incluso algunas que ni siquiera deberían permitirse en los alimentos de consumo.
No recuerdo que entre mis amigos se hablara sobre el daño que causa la comida procesada. En mi caso, era común llevar de lonche un sandwich de chorizo o atún; la chatarra fue compañera de mi infancia.
En mi memoria están grabados mis maestros con sus refrescos en la mano. No fui de la generación de niños que creció viendo comerlos manzanas; en mi época jamás se cuestionaba el tema de lo que se comía en la escuela.
No recuerdo que hubiera casos de niños especiales, con déficit de atención o enfermedades mentales, sólo se decía que eran traviesos. Pero entonces, ¿qué pasa ahora?
México se declara, a oídos sordos, en una situación de urgencia y gravedad, y a pesar de los esfuerzos de algunas instancias y ciudadanos, pasa poco.
¿Cómo hacer un alto? Reconociendo y actuando. Estamos enseñando a nuestros niños una doble moral que está cobrando vidas. En lugar de brindar educación alimentaria, seguimos medicándolos y buscando a los culpables de sus problemas. Estos frentes asustan a cualquiera, vivimos en perpetua negación hacia lo que es necesario cambiar.
¿Cuál es la solución? Tomar la responsabilidad e informarse, el consumo responsable. Buscar fuentes reales y conectarse con sus propias necesidades.
Recomiendo buscar el documental “Dulce agonía”, así como @El poder del consumidor.

Categoría: Columnas

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