Han transcurido ya 54 largos años y el Cristo de cuatro clavos de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe sigue dándole la bienvenida a su casa a todos los feligreses que a diario lo visitan.
Colocado por primera vez el domingo 1 de junio de 1958 para empezar a hacer historia, fue mudo testigo de la visita que en su momento hizo Monseñor Ernesto Corripio Ahumada (†) a la ciudad.
Sucediendo, de acuerdo a una invitación de la época… al día siguiente.
Así, siendo el lunes 2 de junio del año de Dios de 1958 en punto de las siete de la noche Monseñor Ernesto Corripio Ahumada (†) bendijo el Cristo de cuatro clavos colocado en la fachada de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, siendo el párroco de entonces don José Domingo Castellanos.
Así, de una manera u otra, en nuestras páginas se narra esta casi olvidada historia, disipando, de algún modo, el misterio que envuelve al Cristo de cuatro clavos y rostro sereno.
Esta crónica fue contada de acuerdo a la memoria de doña Bertha Garza de Peña y los apuntes de doña Bertha González de Garza Zamora (†) su madre, además de la colaboración del antropólogo Martín Salinas Rivera.
La historia comienza en junio de 1956, cuando doña Bertha González de Garza Zamora encargó traer expresamente de Italia esa imagen de Cristo, pues ahí se encuentra el mármol más elegante del mundo.
Por medio de cartas doña Bertha y el hermano Alfredo Torres Villanueva, miembro del Colegio Máximo de Legionarios de Cristo en Roma, se mantuvieron en contacto durante el progreso de la escultura.
Pero este no fue un compromiso que doña Bertha de Garza Zamora se echara a cuestas sola, ya que junto con la sociedad de Reynosa solventaron tanto el costo de la obra como los gastos de envío.
Por lo mismo se realizaron tres pagos: el primero, al recibir una fotografía del bosquejo del Cristo solicitado, después cuando les llegó el aviso de que la obra estaba terminada y el último, al montar el Cristo de cuatro clavos en la facha