Parece inevitable que hoy por hoy, más temprano que tarde, surja el tema político en cualquier reunión. Muchos comentarios que escucho, tanto a favor o en contra de los aspirantes a la presidencia, están plagados de desinformación y de noticias falsas, como también están los que tienen acceso a mejores y más fidedignas fuentes.
La resistencia al cambio, el miedo a lo desconocido (a la transformación y también miedo a volver a lo mismo), la falta de referentes históricos, el odio fanático, la adoración ciega, el evidente temor misógino a que nos gobierne una mujer; misoginia y machismo que se evidencia cada vez que alguien dice (y asegura) que, seguramente, habrá un hombre capaz y colmilludo ejerciendo el poder “detrás del trono” -o tras las bambalinas de quien quiera que sea la presidenta…
Nunca falta quien se “descomponga” a grado tal que se enfurece, rechina, comienza a manotear y a alzar la voz estridente aderezando sus argumentos con todo tipo de falacias y abundante surtido de maldiciones e insultos. Se encienden las pasiones, se pierde la cordura, se esfuma la capacidad de análisis coherentes…se arruina la reunión.
Corre el tiempo y el 2 de junio está cada vez más cerca, la elección más grande en dos siglos, 20 mil puestos de elección popular están en juego.
Luego alguien pone música a ver si se apacigua la cosa…
y suena esa canción popularizada por Oscar Chávez, titulada “La Casita” que dice: “¿Que de dónde amigo vengo?”; y luego pienso que yo tengo prácticamente -si no es que exactamente la edad de las dos candidatas mujeres y edad suficiente para haber tenido un hijo de la edad del candidato varón.
Pero ¿De dónde amigo vengo y qué clase de cambio quisiera para el país, para mi familia, para mí como mexicana? Solo sé que vengo de seis décadas de vivir junto con mis amigos y familia bajo el yugo de devaluaciones, desempleo, inflaciones, recesiones, escasez, corrupción rampante, pobreza, magnicidios, aunque con relativa “paz” pero no sin mortificaciones…
Con los años, pasé de ser una niña que hacía las tareas de civismo pegando estampitas de presidentes de México, con admiración y respeto, cual si fuesen próceres de la patria, a convertirme en una mujer adulta que los veía con decepción, con indignación y hasta con desprecio…
Los veía consumirse como trapos viejos al final de cada sexenio y casi salir por la puerta trasera desapareciendo del ojo público, sumiendo la cabeza en un agujero cual avestruces. Pasé de llorar de emoción cuando entonaba el Himno Nacional en la escuela, a -en ocasiones- llorar de tristeza.
Vi también partidos políticos cuyas diferencias eran irreconciliables, convertirse en aliados solo para garantizar su permanencia… Vi surgir muchos nuevos y vi también caer torres de marfil, vi como se reventaban poderes enquistados salpicando pus de podredumbre y cómo surgían jóvenes apresurados, ansiosos, desesperados y decididos por erradicar el pasado y sentar las bases de algo distinto, ¿pero qué? El dilema es que no quiero volver al pasado, ni un cambio incierto, ni quiero saltar al vacío; en pocas palabras, no quiero equivocarme otra vez. La premisa aquella de que “mas vale malo conocido que bueno por conocer”, realmente no aplica cuando el futuro de una nación entera está en juego cual moneda en el aire.
Me queda poco tiempo para pensar y decidir: ¿Qué se necesita? ¿Quién puede realmente con el paquete? ¿Quién tiene la personalidad, la presencia y la capacidad para ser líder ante la nación y ante la comunidad internacional? ¿Quién sabe realmente negociar sin perturbar la paz en tan diversos frentes? ¿Quién puede escuchar y respetar opiniones distintas o contrarias de expertos, sin por eso llamarles adversarios? No sé… solo sé que nadie gobierna solo (o no debería).
Es fundamental considerar el peso de los equipos, la conformación de los gabinetes, el contrapeso que debe ejercer el poder legislativo, y que se logre la reivindicación y saneamiento del poder judicial. Que haya verdadero equilibrio de poderes. Que funcione equitativa y realmente el federalismo, que haya un verdadero “proyecto de nación” consistente, congruente y coherente.
Y ya sin mirar atrás, salvo para no cometer los mismos errores, para la definición de lo que viene, cada voto cuenta. Pese al dilema…Hay que ir a votar y debemos votar con la consciencia y no con las vísceras. Nos queda poco tiempo para decidir. México necesita un cambio, es cierto. ¿Pero ese cambio lo harán los de ayer, los de ahora o los de mañana? ¿Qué de dónde amigo vengo? Como mexicana ¡Preferiría saber con más claridad a dónde voy!