En México se comen por tradición como pan, postre o bocadillo, ya sea en un lujoso restaurante o en la esquina de una calle. Adoptados por los mexicanos, los churros van muy bien en estas fiestas patrias.

Se dice que el consumo de los churros data del siglo XIX en España, aunque en la actualidad sigue discutiéndose su origen milenario al considerar que provienen de Arabia o Asia.
Tomando como base estos datos, se podría entender que esta fritura dulce llegó a México y al resto del continente americano por los españoles en la época de la Conquista.
Considerada una fruta de sartén hecha de agua, harina, aceite y sal, los churros se han convertido en parte de la gastronomía del país, agregándoles algunos ingredientes para darles variedad a su sabor. Con diferentes formas: bastón, lazos, rulos o pequeños cubos, el churro puede comerse como postre después de la comida, como pan junto con una taza de chocolate caliente, o bien como un bocadillo dulce.
Rebozados en azúcar y canela, también se rellenan de chocolate, crema, cajeta o mermelada, dándole un sabor extra al churro, incluso, acompañado de helado.
Investigaciones realizadas señalan que su historia comienza en China donde se servía en pares como una tira de masa frita en el desayuno, como símbolo de la dinastía Song Qin Hui y su esposa.
Sea cual sea su origen, los mexicanos desde hace tres siglos los han adoptado y se venden en el lugar más sencillo, o un lujoso restaurante de la ciudad más cosmopolita.

Así es el caso de la chef Blanca Guerra Martínez, de “La Piranga”, cocina estacional a las brasas, donde se preparan unos churros con receta de autor, dignos de comerse con el dedo meñique levantado, considerado un gesto de elegancia.