Respetar los límites de velocidad es una medida de seguridad importante. Sin embargo, es común que, cuando llevamos prisa, pisemos el acelerador a fondo…y, no solo eso, queremos “rebasar”, irnos por el acotamiento, encontrar atajos, vamos “atrabancados”. Creemos que, con velocidad, le ganamos tiempo al tiempo que no tenemos.
Es común que, a medida que vamos envejeciendo, de vez en cuando nos cruce por la mente un pensamiento perturbador: la idea de que ya no nos queda mucho tiempo…Entonces, nos entra una prisa y una ansiedad por hacer lo que no pudimos hacer antes; y una de esas cosas puede ser encontrar el amor. Hay muchas personas que, habiendo cruzado ya la línea de los 60 años, se encuentran inmersos es una sensación de soledad porque, en gran parte, sus relaciones pasadas ya no están. Ya sea porque sus relaciones fracasaron, o simplemente perecieron.
Suele presentarse eso que llaman “el síndrome de las cuatro paredes”, que es cuando se vuelve muy evidente que, a estas alturas de la vida, casi nunca hay a dónde ir ni con quién, estas solamente ahí, entre las cuatro paredes de una habitación en silencio… Y La vida social que alguna vez tuviste se ha mermado y casi extinguido. Tus compromisos más frecuentes consisten en acudir a funerales. Mientras tanto, entre tus cuatro paredes, ya leíste, ya escuchaste música, ya viste todo lo que hay en Netflix, y aunque eso sirvió para “matar” el tiempo, no sirve para suplir la curiosa necesidad del contacto humano en función de amar y ser amado. ¿Acaso esto será todo? ¿Acaso es mentira aquello de que “hay más tiempo que vida”? Ese “gusanito” comienza a horadarnos la conciencia.
Luego resulta que un día cualquiera conoces a alguien que, por alguna extraña razón o mejor dicho, sin razón alguna, despierta tu interés; te “gusta” cuando pensabas que ya nadie podría gustarte, te interesas y esperas o “desesperas” porque aquel contacto sea mutuo. Sientes como si de pronto, te volviera la vida al cuerpo, haces planes, romantizas el encuentro, idealizas a la persona que representa ese extraño hallazgo tardío y las cuatro paredes parecen derrumbarse. El problema, es que olvidemos que el “amor maduro” (si es que existe) se cocina a fuego lento y no con prisa, porque se chamusca.
Pero si te desbocas agobiado por la ansiedad de pensar que te queda poco tiempo, si “pisas el acelerador” para forzar las cosas sin respetar los procesos, ni las etapas de toda relación, si operas bajo el concepto del “ahora o nunca”, con prisa, hambriento de afecto y desesperado, lo más probable es que sea nunca. El amor maduro es lento, sereno, pausado, prudente. Y, aunque el amor siempre tiene algo de locura, en la madurez de la vida, debe ser sensato.
Hay que tener cuidado, como dijo el poeta Manuel José Othón, respecto a en dónde, cuándo y con quién hemos de quemar nuestro último incienso y deshojar nuestras postrimeras rosas. Porque, de otro modo, si te aceleras, si te vas de bruces, entre tanto deliquio, volverás con pesadumbre a tus cuatro paredes, te llevarás un enorme disgusto, no de la otra persona, sino de ti mismo.