Entre mitos y leyendas, “La viuda negra” se convierte en uno de los personajes
más representativos de las historias “de miedo” que se reviven, principalmente, durante
las celebraciones de los fieles difuntos el 1 y 2 de noviembre, así como en Halloween.
El culto a los muertos en las culturas prehispánicas del continente americano ha tenido un significado especial, y aún en el tiempo perdura.
A la muerte en México se le venera y llora, pero también se le celebra de manera solemne, festiva, jocosa y religiosa.
En torno a las tradiciones de los fieles difuntos se tejen muchas historias y uno de los personajes a los que se ha dado vida es “La viuda negra”, a la que también suele asociársele con “La llorona”, pues cuentan por ahí que al quedarse sola, después de morir el amor de su vida, enloqueció y de rabia decidió vengarse de todo hombre que cruzara por su camino.
La leyenda dice que se trata de un espectro que se dedica a atacar a las personas solitarias en las noches, el alma en pena de una mujer o bruja.
Según se platica que la dama, antes de morir, hizo un pacto con el diablo.
Por esta razón, los jinetes solitarios por temor a encontrársela evitan transitar por algún camino en las noches. Tienen miedo de que se les aparezca “La viuda negra” a quien se le describe vestida de novia de pies a cabeza, ocultando el rostro.
Si el espectro logra acercarse a un hombre a caballo, el alma en pena usando sus poderes obligaría al animal a desbocarse y lo guiaría hasta un barranco donde encontrarían la muerte el animal y su dueño.
También hay quienes aseguran haberla visto desde la ventana de su casa, entre las calles de los poblados en busca del afecto masculino, olvidándose momentáneamente de su despecho.
La describen con el rostro perfilado, pálido y cadavérico, grandes ojos y una mirada aterradora.
De pueblo en pueblo ha traspasado que aquel hombre que logra ser seducido por sus encantos y tener una relación amorosa, al día siguiente amanece aturdido, con el rostro y el cuerpo arañado y la ropa desgarrada.
La leyenda de “La viuda negra” sigue cobrando vida y… muertes, sobre todo en el Día de los Muertos. Bueno, eso se cuenta.
MORIR, VIAJE AL INFRAMUNDO
Los indígenas concebían a la muerte en un binomio vida-muerte, lo que hacía que esta última conviviera en todas las manifestaciones de su cultura y, que por ende, la celebración siga viva en el tiempo.
Para honrarla, en México de manera simbólica las familias acostumbran año tras año montarle un altar, tradición que ha sido considerada y protegida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Para conocer los orígenes del Día de Muertos y el significado de los altares es necesario remontarnos a la época prehispánica. Los indígenas consideraban el acto de morir como el comienzo de un viaje al inframundo, término que los españoles tradujeron como infierno.
La idea de la muerte como un ser descarnado siempre estuvo presente en la cosmovisión prehispánica. Era común la conservación de cráneos como trofeos y exhibirlos durante los rituales, festival que se convirtió en el Día de Muertos y se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar mexicano.
Los indígenas creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida, no tenía la connotación moral de la religión católica, acerca del infierno y el paraíso.
Los entierros prehispánicos eran acompañados por dos tipos de objetos: los que en vida habían sido utilizados por el muerto y los que podía necesitar en su tránsito al inframundo.
LA RELIGION
Tras la Conquista de México en la época colonial y la divulgación del cristianismo, las creencias indígenas sucumbieron por el terror a la muerte y al infierno.
En esta época se comenzó a celebrar el Día de los Fieles Difuntos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar y el llamado “pan de muerto”.
El sincretismo entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que hoy se le conoce como Día de Muertos.
La celebración ha ido agregando significados y evocaciones según el pueblo indígena o grupo social que la practique, resultado de la mezcla de la cultura prehispánica con la religión católica.
DICHOS POPULARES
“No estaba muerto, andaba de parranda”.
“De limpios y tragones están llenos los panteones”.
“El que por su boca muere hasta la muerte le sabe”.
“Se me antoja una bien muerta (cerveza)”.
“Calaca, tilica y flaca…”.
“Uno propone, Dios dispone, llega la muerte y todo lo descompone”.
“A mí que ni me cuelguen ese muertito”.
“Los muertos al cajón y los vivos al fiestón”.
“Muerto el perro, se acabó la rabia”.
“En este mundo matraca de morir nadie se escapa”.
“Lo que mata no es la muerte, si no la mala suerte”.
“Entre flores nos reciben y entre ellas nos despiden”.
“Cayendo el muerto y soltando el llanto”.
“Antes muerta que sencilla”.
¿Cómo montar un altar de muertos?
Las flores de cempasúchil, la comida preferida del difunto y las velas no deben faltar.
Una de las formas más representativas de venerar a los muertos en México es a través de un altar, ya que se tiene la creencia de que el espíritu de los difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, con la finalidad de consolarlos y confortarlos por la pérdida.
El altar de muertos se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos niveles representan los estratos de la existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; mientras que los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio.
Cuando son de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz.
Los escalones se forran en tela negra y blanca y tienen un significado distinto.
En el primer escalón debe ir la imagen del santo devoto, el segundo se destina a las ánimas del purgatorio, en el tercero se coloca la sal, en el cuarto el pan, en el quinto el alimento y las frutas preferidas del difunto, en el sexto las fotografías de las personas ya fallecidas, y en el séptimo una cruz formada por semillas y frutas. No se debe olvidar adornar con flores de cempasúchil.