“Quiero ser artista”, respondió Rey Durán cuando su maestra de secundaria le preguntó qué sería de grande. Y eso fue, un artista en toda la extensión de la palabra, un hombre que deja su legado al Valle de Texas y Reynosa, donde vivió desde que salió de su natal Durango.
Al ritmo del flamenco, principalmente, Rey Durán consagró su vida a los tablaos viajando por Europa, Estados Unidos y México, por lo que recibió innumerables reconocimientos.
Su encuentro con el escenario ocurrió hace mucho tiempo, a los seis años de edad, frente a un auditorio repleto. Su presencia cautivó al jurado del concurso estatal de poesía en Durango, obteniendo el primer lugar al declamar un poema dedicado a su madre.
A lo largo de su vida, Rey Durán viajó con diversas compañías de baile por la República Mexicana, Estados Unidos, Canadá y Europa, cristalizando así su carrera.
En cada país pisó los más importantes escenarios como el majestuoso Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México; el Gusman Theatre en Miami, Florida; el Town Hall en Nueva York; el Palacio de Bellas Artes en San Francisco, California y el Symphony Hall así como el Scottsdale Center for the Performing Arts, ambos en Phoenix, Arizona.
La primera academia de baile en la que estudió flamenco estaba en esta última ciudad y era dirigida por Laura Moya, quien lo marcó para siempre al demostrarle que aún, a los 75 años de edad, se puede bailar flamenco con maestría, buena figura y la sensibilidad a flor de piel.
La mayor enseñanza que recibió de su mentora, fue que el arte no tiene edad, sino que es algo que se lleva en el alma, como un estilo de vida.
“Era impresionante verla dando clases, con la fuerza para dirigir y el carisma que la caracterizaba, transmitiendo a la gente el deseo por verse bien en el sentido estético, técnico, pero también físico”, recordó.
Su vida cambió el día que José María y Chiquis Linares lo llamaron por teléfono desde Miami, Florida para invitarlo a participar con una