Por CYNTHIA ROBLES WELCH
En un partido de fútbol fui testigo de una acción que me pareció inapropiada. La describiré, pero con el debido respeto que merecen los involucrados.
Me tocó ver a una familia, mamá y dos pequeños de entre 8 y 12 años que en sus manos tenían unas cajas de dulces. En su rostro, se percibía desconcierto, temor, ansiedad, una mezcla de emociones que se reflejaban a simple vista, y estaban ahí juntos por una razón, el cáncer del patriarca de la familia, según supe.
A unos minutos que empezó el medio tiempo, el animador anunció la valentía y coraje de esta madre de familia y sus hijos al estar luchando contra la enfermedad del padre que por razones de salud no los acompañaba.
La señora en medio de la ovación dejó entrever a la distancia su incomodidad y rechazo a la situación, pero definitivamente en una urgencia cualquiera es capaz de hacer estas cosas.
Los niños desorientados miraban alrededor del lugar entre gritos aplausos y ruido. El presentador ofreció un peso de ayuda por cada compra y después los felicitó para terminar sus palabras.
Fue una falta de respeto y de tacto para
esta mujer y sus hijos, que la gente les aplaudiera eufóricamente y en unos segundos fueran echados de la cancha para que el juego siguiera su curso.
La familia pasó por el gimnasio con sus cajitas de dulces, teniendo poco éxito entre los asistentes, que ya estaban metidos en el partido.
A los niños junto a su madre se les veía que más que dinero, lo que necesitaban eran abrazos y comprensión.
Un nudo en la garganta se me hizo al ver como este recurso, ya tan manoseado para ayudar a una familia nos expone como una raza insensible, alejada de la realidad y necesidades primarias, como la empatía con el prójimo.
Este es el mundo de ahora, en donde a los enfermos se les trata como héroes y heroínas emergentes, esos que a su paso con todo y el peso de su enfermedad, se les agrega la luz pública.
En la actualidad no son los artistas de moda los favoritos de los publicistas, son aquellos quienes están en medio de la “batalla”, pueden ser niños, adultos mayores, madres, padres o jóvenes, que tienen cáncer o alguna enfermedad que los está matando.
Si una persona fallece se dice que perdió la batalla, como si ese “guerrero” tuviera por parte de nosotros las herramientas para enfrentarla, se le llama “batalla” a algo que les aseguro que no tiene nada que ver con ese concepto.
Ajenos a lo que nos atañe, el compromiso con el prójimo y con nosotros mismos es exigir salud pública y educación, entendimiento y respeto, porque cada persona que está de paso por este planeta merece respeto, salud, empatía, amor y calidad de vida.
Nadie sale victorioso de ninguna cuestión importante de la vida para luchar en soledad, ni con ovaciones pasajeras, ni con reconocimientos efímeros masivos.
Los enfermos son el resultado de esta tóxica forma de vivir la vida y de permitir que se viva de esta manera.
Investigación, equipo médico, acceso a la seguridad social, educación, hacen falta para que en el pueblo se viva mejor.
Gracias a Raúl Solís por esta inspiración.