Con sus sueños como compañeros de viaje y su equipaje en mano, Antonio Matarazzo recorrió miles de kilómetros despidiéndose de Italia, su país de origen, para lanzarse a la aventura hasta llegar a Reynosa, Tamaulipas, donde se estableció y continuó sus planes.
Apasionado, desinhibido, aventurero, impulsivo y sin límites, así es este italiano originario de Pignataro Maggiore, un pueblo de la provincia de Caserta, ubicado al sur de Italia, su casa hasta los casi 19 años de edad.
Recordó que siempre tuvo claro que quería estudiar arquitectura en Nápoles, pero tenía que cumplir con el servicio militar obligatorio en su país, así que durante un año vivió en el cuartel. Cuando lo concluyó se mudó a Florencia. Tenía 21 años, edad en la que inició su carrera profesional.
Para costear sus estudios universitarios, mencionó, trabajó en el hotel “Sheraton”, donde conoció a Massimo Frappi, chef del restaurante, quien lo introduciría al fascinante mundo de la gastronomía; hasta el día de hoy, una de las grandes pasiones de Matarazzo, al igual que la arquitectura.
“A Massimo Frappi le debo todo, le robé todo el arte y le exprimí todos los conocimientos. Siempre le preguntaba los tips y lo veía trabajar con su particular carácter, pero me armé de humildad para aprender y creo que finalmente lo hice”, relató.
Posteriormente fue invitado a trabajar en el “Caffe Paskoski” por el director del lugar, gran amigo de Massimo Frappi, sorprendiendo a Matarazzo, ya que era un lugar muy exclusivo en donde además se solicitaba que el personal hablara cuatro idiomas, entre otros requisitos.
Recordó que el día de la entrevista con el director del café, llegando al lugar se cruzó con una mujer que minutos después se enteró que era la dueña del “Caffe Paskoski”. Se sentó a esperarlo fumando un cigarro. Al poco tiempo el director se encontró con él y le dio la noticia de que la propietaria del lugar había decidido que mejor se integrara al “Caffe Gilli”, un restaurante con histori