FOTOS VÍCTOR BRIONES/MUSEO MENONITA
A la comunidad menonita le dio la bienvenida el presidente Álvaro Obregón y cubrió sus gastos de traslado el gobierno mexicano.
Sin importar la nacionalidad y menos aún sus creencias religiosas, etnia a la que pertenezcan, nivel social o circunstancias por las que hayan decidido emigrar, los mexicanos les abren las puertas a los extranjeros, incluso aquellos con visa vigente de Estados Unidos, ingresan a México sin ningún problema.
Tal es el caso de la comunidad menonita que en 1922 inició la inmigración a Chihuahua con la llegada de tres mil personas, a las que se sumaron años después otras siete mil que fueron repartiéndose entre los estados de Durango y Guanajuato.
Pero el éxodo continuó y se distribuyeron en Tamaulipas, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Zacatecas, Campeche, Quintana Roo, Baja California, Oaxaca, Tabasco y Yucatán, incluso la Ciudad de México, aunque es en Chihuahua donde están asentados el mayor número, quizás el 90 por ciento de los cien mil que se tienen registrados a nivel nacional.
Los menonitas, el mayor grupo étnico no indígena de Chihuahua, son una comunidad de origen germánico con fuertes raíces religiosas, así como tradiciones y costumbres muy conservadoras. Llegaron a México provenientes de la provincia canadiense de Manitoba, tras perder sus privilegios en medio de una campaña germanofóbica durante la Primera Guerra Mundial.
CORREDOR INDUSTRIAL
En este estado al norte del país, el más extenso de México, cuna de los tarahumaras y chabochis, fueron recibidos los menonitas por el gobierno de Álvaro Obregón en 1922, quien facilitó los trámites para su hospedaje, respetó sus creencias religiosas, forma de vida y les ofreció tierras para desarrollar las labores agrícolas.
Actualmente constituyen una población económicamente activa y a una corta distancia de la capital, en Ciudad Cuauhtémoc, desarrollaron un pujante corredor comercial, de 30 kilómetros, que ya es visita obligada para los turistas.
Lo conforman su propia institución bancaria, un museo, negocios de maquinaria para el campo y la construcción, ferreterías, farmacias, tiendas de conservas, frutas y vegetales, además de carnes frías y la fábrica de los famosos quesos, en la cual se tiene la oportunidad de conocer su producción.
En la colonia Manitoba, donde se han agrupado, entrar a sus casas es una experiencia única; ellos son más que unos vendedores de queso vestidos con overol.
Los restaurantes de pizzas “Los arcos” y “La Sierra” forman parte del tour y no hay quien resista la tentación de comerlas, pues están hechas con su propio queso e ingredientes y sin la catsup que lleva la fast food exportada por
Estados Unidos.
Jóvenes altas, rubias y coloradas, algunas con pantalones de mezclilla y sudadera, atienden a los comensales, apresurándose a servir en menos de 15 minutos, aun cuando el restaurante esté lleno.
En las viviendas, algunas más modestas que otras, donde algunas familias se dedican principalmente a la elaboración artesanal de panes, pasteles y conservas de frutas, las puertas están abiertas al público para ingresar a comprar sus productos.
Esta mecánica de organización laboral es, sin duda, la que los caracteriza como una sociedad trabajadora que impulsa y ayuda a su gente, utilizando sus propios recursos para establecer una cadena de beneficios que se comparten entre ellos.
Sin embargo, algunos menonitas conservadores y amish todavía tratan de vivir en comunidades agrícolas, sin aprovechar los beneficios de la energía eléctrica y los automóviles, pero también hay congregaciones liberales que se han adaptado al estilo de vida de las sociedades capitalistas. El museo menonita es una referencia de la forma de vida de este grupo racial, de sus tradiciones y costumbres, aun cuando una parte de ellos se ha ido adaptando a los cambios y avances tecnológicos.
MUSEO, UNA CASA TÍPICA
En Cuauhtémoc, una de las ciudades de mayor importancia en Chihuahua, el museo menonita abrió sus puertas en el año 2001, siendo uno de los más visitados por turistas de todo el mundo. De acuerdo a estadísticas, sólo el año pasado tuvo un ingreso de 42 mil personas provenientes de 47 países.
Su misión es promover el patrimonio cultural de su comunidad en México, a través de la difusión y preservación de las tradiciones y costumbres.
El museo es la representación fiel de una casa típica, rústica, tipo cabaña, de techo de dos aguas, construida de madera en forma rectangular, material con el que están realizados la mayoría de los muebles y aparatos en su interior. Al frente, en el exterior, un carruaje y un molino de viento.
Las habitaciones de la vivienda contiguas inician en las caballerizas y el granero, con la finalidad de que en tiempo de frío, el calor de los animales se integre al hogar.
Con un video y una breve explicación inicia el recorrido guiado por una menonita liberal que viste de pantalón y saco.
Cada cuarto conserva los muebles, artefactos y utensilios traídos de Alemania y Rusia, de hasta 140 años de antigüedad, con los que realizaban las tareas domésticas y el trabajo fuera de casa, hechos por ellos mismos.
No hay televisiones por considerarlas aparatos de mala influencia, tentaciones de la vida mundana. Tampoco utilizan energía eléctrica, así que aunque pretendieran adaptarla a sus costumbres les hubiera sido imposible.
Después del establo está la cocina con una estufa canadiense de leña, lavadora y secadora manuales, un trastero y una amplia mesa rectangular con una banca y varias sillas, al lado un trastero con la vajilla, mientras que del techo cuelga una lámpara de petróleo. Entre los muebles, una mesa de planchado y una máquina de coser, ya que las señoras elaboran su propia vestimenta.
En un pequeño cuarto anexo, sobre repisas descansan los trastes de peltre, una descremadera casera de lácteos, un sedal para colar la leche, así como las conservas de fruta artesanales, entre otros alimentos.
Al lado de la cocina está la sala decorada con un par de fotografías en blanco y negro, un reloj de péndulo que aún funciona, algunas cajoneras y bancas, además de un cofre.
Continúan las recámaras de la familia con camas matrimoniales y un sofá de colchón de paja adaptado como banca y para dormir, enfundados en sábanas blancas bordadas a mano. Dos vestidos en color oscuro y sombreros cuelgan sobre unos ganchos en las paredes, mientras que la ropa de hombre descansa sobre la cama.
Cunas, carriolas, roperos, baúles donde guardan la ropa, una mecedora, sillas y un calentador de petróleo son parte del mobiliario. Como adornos, muñecas de porcelana y tela, un radio de pilas de carbón, quinqués y una cámara fotográfica. La biblia, sobre una pequeña mesa, es un libro que no falta en ningún hogar menonita.
Los juguetes de los niños son manufacturados por la familia y cada año se renuevan para continuar usándolos. En el caso de las muñecas, a veces se omiten las facciones para evitar en las niñas la vanidad, al igual que utilizar espejos.
El museo menonita es, sin duda, el mejor ejemplo de una vida sencilla, en un hogar con los muebles y la ropa necesaria para estar cómodos, sin los excesos y lujos de la vida moderna.
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