Susana Valdés Levy
A fin de cuentas
Evaluar los pros y contras de una estrategia a implementarse ante una situación de contingencia para la cual no se tiene precedentes es un ejercicio riesgoso a base de prueba y error, como ha sucedido durante la pandemia del Covid-19.
Por ejemplo, cuando restringieron el transporte público, con la intención de que la gente se quedara en casa, apostaban a que por el hecho de haber cerrado muchos negocios, empresas y comercios no esenciales, las personas no teníamos a qué o para qué salir. Pero el resultado fue adverso…
descubrieron que había más gente en la calle de la que creían, que había más negocios abiertos y operando y más gente de los que deberían estar trabajando, así que la medida causó aglomeraciones. Aprendieron que la estrategia adecuada era poner en operación a más unidades del transporte público y ampliar los horarios para que los usuarios no se amontonaran en tiempo y espacio elevando el riesgo de contagios.
Ante la pregunta de cerrar o abrir los espacios, ampliar o restringir los horarios, podríamos pensar que si hay más apertura y más amplitud de horarios, las personas podrán evitar aglomeraciones, administrar y distribuir mejor sus tiempos para efectuar salidas esenciales siempre y cuando cumplan con las medidas de prevención ya tan estipuladas, manteniendo la economía medianamente activa y en movimiento.
Por otra parte, los cierres absolutos o parciales así como las restricciones de horarios, pueden provocar los mismos resultados que vimos con la medida implementada en el transporte público: aglomeraciones y mayores daños a la economía.
La gradualidad con la que muchos países (incluyendo el nuestro) han aplicado sus medidas estratégicas ante la pandemia durante ya casi cuatro meses, han sido medidas tibias y titubeantes. Lo ideal sería tomar decisiones más radicales y contundentes: o se cierra todo y se paraliza todo con toque de queda durante un mes para cortar de un machetazo la cadena de contagios; o se abre todo y se duplica o triplica la amplitud de horarios de servicio para que las personas distribuyan sus tiempos y eviten aglomeraciones.
Por ejemplo: un concierto, podría presentarse en cuatro o cinco sesiones (fechas), en un espacio amplio y con poca afluencia cada uno, en lugar de que se presenten en una sola sesión frente a una multitud. Las tiendas y almacenes de ropa, calzado y otros artículos podrían abrir 24 horas y recibir solo a 30 personas por hora. Es difícil saber qué resultaría mejor o peor, si abrir o cerrar, si ampliar o restringir, si mover o paralizar.
Durante la cuarentena, el confinamiento o aislamiento (quedarse en casa), el uso obligatorio de cubre bocas, guardar sana distancia, lavarse las manos y utilizar gel anti-bacterial son medidas de prevención que pueden evitar o desacelerar los contagios hasta cierto punto, es decir no son una garantía absoluta. Sin embargo, no cumplirlas definitivamente nos llevaría a una situación tan caótica como catastrófica tanto en el aspecto de salud como en el económico. Eso es un hecho.
En el Apocalípsis 3:16 dice algo así: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16`Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Esto significa que uno no puede andar “a medias tintas”, Ni muy, muy ni tan, tan, como timoratos de doble moral, chiflando y comiendo pinole, y viviendo en el “nomás tantito, un poquito”….A grandes males, grandes soluciones.