Papá me enseñó a manejar en un carro de cambios (estándar), porque decía que quien no sabe manejar un carro estándar no sabe manejar. Era un Renault 12 color verde perico con la palanca de los cambios al piso. Clutch, primera, acelerador, freno, freno ¡frenooooo! Papá se sentaba en el asiento del copiloto, suspiraba, se armaba de valor y empezaba la lección de manejo.
¡Pobre de mi querido padre! Nomás se le paraban los pelos y se ponía pálido… porque para meter cambio yo tenía que bajar la vista para ver la palanca y entonces me subía a las banquetas y me llevaba de encuentro basureros y lo que hubiera… Gracias a Dios nunca a un transeúnte. ¡A ver hijita!, los ojos al frente, las manos al volante en posición de 10 para las 2..o sea, una mano tantito más arriba que la otra. Ahora sí, dale, clutch, primera, ve sacando el clutch y acelerando..¡despacio, despaci ¡Despacioooo! ¡Frena! Y así se me mataba el carro a cada rato luego de unos buenos tironeos.
Luego, hubo una etapa en la que pasaba de primera a segunda y, como no me dejaba bajar la vista para ver la palanca de los cambios, yo me equivocaba y volvía a meter primera en lugar de tercera…y mi papá se iba contra el parabrisas y ponía una cara que casi se le salían los ojos de coraje, luego como que se quería jalar el pelo y se tallaba los cachetes bien fuerte… porque el carro hacía un ruido muy feo… Pero como mi papá era tan bueno, no me regañaba… solo le daba gastritis. Después de cada lección, siempre se echaba su traguito de Melox.
Cuando por fin dominé el arranque en primera, logré pasar a segunda, tercera… Papá me enseño a escuchar el motor. ¿Cómo sé cuándo debo meter cambio papá?…”Pues escucha el motor, ahí te va a ir diciendo, escucha el motor y te va a pedir el cambio”…¡Pero no me dice nada papá! ¡Dime tú!..”Escucha el motor, te va a ir pidiendo el cambio, no te esperes a que se sienta forzado”. Me decía que lo ideal era que pudiera dominar tan bien la transmisión que ni siquiera se sintiera el cambio…que se fuera serenito. Por fin pude gracias a la paciencia tibetana de mi papá.
Nunca fui más acomedida que cuando recién aprendí a manejar; me ofrecía para hacer todos los mandados: ir por leche, ir a recoger a mis hermanos, ir a sacar copias, ir a comprar pan o tortillas…vuelta que se ofreciera para mí era oportunidad de usar el carro de la familia. No fue sino hasta mucho tiempo después que pudieron comprar un carro nuevo para mi mamá y a mí me pasaron el Renault verde, que ya tenía sus añitos y en él me iba a la prepa. Después, ese carrito se vendió y me compraron un vocho celeste bien bonito que fue mi regalo de cuando cumplí 19 años. Ese vochito fue el último carro que me dieron mis papás, de ahí en adelante ya era cosa mía tener en qué moverme.
Después de ese vochito, tuve mi primer carro automático y con clima, me pude comprar un Cutlass usado. ¡Estaba bien peloteado el carro ese! Era color guinda quemado (quemado por el sol). ¡Pero hey! ¡era automático y con clima!, y yo antes solo había manejado estándar y a ventanilla abierta, así que con tanto “lujo” yo me sentía la reina de Java. Mi papá no estaba tan contento con aquel cambio que hice vendiendo el vocho para comprar aquel Cutlass usado y peloteado con quien sabe cuantos dueños anteriores.
Papá siempre me dijo que el Cutlass había sido una muy mala compra y peor aun la venta del vochito que para mi papá era “la gran cosa”. Y tenía razón, el vochito nunca me dejó tirada y hasta jalaba casi sin gasolina…y el vejestorio que me compré (yo solita), como estaba picado por abajo, me dejaba tirada cada vez que pasaba por un charco. Y no nomás estaba picado por abajo también me habían picado los ojos con esa compra (según mi papacito).
Mi papá sabía mucho de carros porque le gustaban demasiado, y todo me explicaba hasta me decía que los espejos retrovisores eran para ver hacia atrás, no para verme yo ni para irme maquillando o peinando ¡No se me hubiera ocurrido nunca! Gracias a mi papá por tan valiosas enseñanzas.