Su amor puede definirse con los versos de una canción que a la letra dice: “Hablan de un amor alucinante, tan intenso y fascinante como el sol de primavera. Cuentan de un amor que es tan perfecto, tan hermoso y tan honesto que se exhibe donde quiera. Dicen de ese amor que son el uno para el otro y es que están hablando simplemente de nosotros…”.
Un idilio de amor, el de Rodolfo Villarreal Tijerina y Margarita Gámez Montfort, que inició cuando apenas tenían 15 años. Desde entonces el amor ya anidaba en sus corazones.
A Margarita le gustaba ir a misa de 12 todos los domingos, a la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, y después a Disco Centro, una fuente de sodas muy popular y concurrida en aquel entonces, alrededor de los años sesenta. Pero nunca fue sola, la acompañaban Tere Dávila y Viola González, sus amigas de la infancia; disfrutaban de un trolebús en un rincón del establecimiento y en el otro extremo, emocionado, se encontraba Rodolfo acompañado de Nono González, su amigo de siempre. De lejos contemplaba a la dueña de sus ojos. Se encantaron al verse y, por lo mismo, se convirtió, sencillamente, en un amor a primera vista. Fue un domingo de abril o mayo de 1967.
Ya no se volvieron a ver hasta después de un largo e interminable año: en julio de 1968. Ella estudiaba el internado en Monterrey y él en Ciudad Victoria, la secundaria. Rodolfo era muy amigo de Pablo Gámez Montfort, hermano de la joven que adoraba, pero Pablo no lo sospechó, mientras que Abel y Carlos, hermanos mayores de Margarita, no la dejaban salir con nadie.
Una tarde de julio, 23 marcaba el calendario, Viola y Nono González los presentaron en “Los Jacalitos”, donde oficialmente se conocieron. Después de tomarse un refresco y convivir un rato, se fueron los cuatro a la plaza principal, logrando la tarde para platicar y contemplarse.
Antes de que le entregaran su certificado de secundaria, Rodolfo fue a buscar a Margarita para preguntarle si su novia quería ser, y al darle el tan