El domingo leí en el periódico una nota muy extraña. Decía que cada vez son más los nuevoleoneses que acuden a sus parroquias convencidos de estar poseídos por el demonio y solicitan un exorcismo. Tal cual.
El sacerdote Ernesto María Cano es el exorcista de la arquidiócesis regiomontana y dice que la abrumadora mayoría de estos casos se deben a problemas de salud (física o mental)… pero agrega que hay una verdadera psicosis en torno a esto.
Basta con conocer un poco de historia para saber que en la antigüedad muchas enfermedades, especialmente las mentales, se relacionaban con el demonio y también se creía que eran la consecuencia o penitencia que había de pagarse por los pecados cometidos. Pero principalmente, los trastornos psicológicos y las enfermedades psiquiátricas eran interpretadas como posesiones demoniacas, aunque no es lo mismo estar mal que ser malo, antiguamente no había gran diferencia.
Dejando a un lado las enfermedades físicas causadas por virus o bacterias que en el pasado no se conocían o las enfermedades psiquiátricas innatas, anteriormente se creía que el diablo y su séquito de demonios eran entidades externas que a consecuencia de embrujos, hechizos, pactos, o simplemente de las debilidades de la gente frente a las tentaciones mundanas, éstos “seres” se introducían en las personas para apoderarse de sus almas y los pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza), solían ser una invitación para que el demonio entrara y se adueñara de las almas humanas, trastornando sus personalidades, sus temperamentos, su carácter, sus conductas, y destruyendo su paz y la armonía propia y la de quienes les rodean.
Hoy en día sabemos que cuando se trata de “erupciones” de temperamento, carácter, personalidad y/o conducta, no es porque el demonio se nos haya metido, sino más bien, es porque se nos sale, sin correa y sin mecate. Y, aunque eso a veces es tratable mediante Terapia Cognitiva Conductual (o sea, “¡Date cuenta y hazte consciente de lo que haces y dices, déjate de fregaderas y párale a tu cuento!”), la realidad es que este tipo de exabruptos, si bien resultan endemoniados, no los arregla un exorcista con un “hocus pocus”, crucifijos o agua bendita.
Y sin embargo, es natural que luego de la explosión y sus consecuencias, la gente se sienta muy mal, con culpas, rupturas, remordimientos, angustias, estrés y cruda moral… “poseídos” por el malestar, porque te emborrachaste, te drogaste, viste “rojo” y te violentaste, te cegaron los celos, la envidia, o la ambición, la rabia, etc. y los demonios se salieron por todos los poros. Eso se cura cuando asumimos total responsabilidad sobre nuestros actos: acciones y reacciones.
El autoconocimiento, la autorregulación o autocontrol, la prudencia, la sensatez, la templanza y, sobre todo, el respeto hacia uno mismo y los demás son cualidades con las que no siempre se nace, pero se pueden cultivar. Esas son las “riendas” y el “bozal” que hay que ponerle a nuestros demonios que todos llevamos dentro, en mayor o menor grado, pero es a esos demonios a los que debemos someter y controlar, antes de que nos posean por completo y destruyan todo lo bueno que hay en nuestras vidas convirtiéndolas en un verdadero infierno.