A mí me criaron de forma diferente. Durante mi infancia no teníamos esas “áreas de juegos” en las escuelas o en los parques como las que hay ahora, fabricados con plástico suave y terso colocados sobre mullidos tapetes de espuma y rodeados de cuidadores supervisores vigilando que todos participáramos y cooperáramos armoniosamente sin que algún compañero nos estuviera haciendo bullying. Tampoco nos estaban motivando para fortalecer constantemente nuestra autoestima y alimentar nuestro ego haciéndonos sentir “excepcionales” solo por no ser un papanatas…No, en mis tiempos era diferente. En aquellos días, los “juegos infantiles” eran hechos con tubos de fierro viejo cubiertos con una pintura chiclosa a base de plomo. Uno podía rascar la pintura con la uña, hacerla bolita, metérnosla en la boca y luego escupírsela a alguien como si fuéramos una pistola de postas. Hasta que tanto plomo podía hacer que empezaramos a quedarnos pelones o casi ciegos…¡Felices tiempos aquellos!
…Y nos trepábamos en aquellas estructuras de fierro con esquinas oxidadas, subíamos alturas de dos o tres metros sobre el pavimento o la grava de piedras trituradas que formaban el suelo de aquellas bonitas áreas de juegos infantiles. Y luego nos colgábamos de unos aros sujetados con cadenas…y nos columpiábamos de un lado a otro, felizmente tirándole una patada al que estaba colgado a un lado y así agarrábamos más vuelo, hasta que comenzaba una lucha aérea, a puras patadas, como monos aulladores tratando de hacer caer al otro…Lo recuerdo con nostalgia. Claro, los niños nos caíamos, yo me caí alguna vez, o varias veces, me di tremendos azotones contra el piso duro, me quebré una pierna, fractura externa y hasta se rasgó el pantalón con el huesito que se me salió. Pero no pasaba a mayores, porque mi mamá, que siempre fue una buena madre, corría a mi lado y me decía: “¿Ya ves lo que te pasa por hacer tonterías?, ¿Qué te dije?…¡Ah qué terco eres! ¡Pero no haces caso por socarrón! ¡No tienes nada! ¡Levántate, sacúdete, acomódate ese hueso salido y vete a jugar otro rato!” Y es que mi mamá me amaba mucho.
Ahora los chicos quieren tener su propia área de juegos en el patio de sus casas ¿No?…Y es que si uno no les da lo que quieren, entonces son capaces de demandar a sus padres “por negligencia”. Porque los niños de ahora amenazan a sus padres con demandarlos ante las autoridades…¡Vaya! Que si yo hubiera amenazado a mis padres con demandarlos …¡Sabrá Dios
qué hubiera pasado! Los vecinos preguntarían -“¿Qué ha sido de Roger?…Hace tiempo que no lo hemos visto” Y mis padres contestarían -“¿Qué Roger? Nosotros no conocemos a ningún Roger. No sabemos de quién nos hablas”…Creo que yo sería un “desaparecido”.
Pero no…ahora los chicos van a áreas de juegos infantiles acolchonadas, patinan y andan en sus triciclos usando cascos, coderas y rodilleras…¡Así no era, no señor! En mis tiempos las áreas de juegos nos sacaban ampollas en las manos, los columpios nos descalabraban y no usábamos “cinturón de seguridad” en el columpio. ¡No qué va! Le dábamos vuelo hasta que alcanzábamos una altura superior al travesaño del que colgaba el columpio…ahí perdíamos el control y caíamos como costal de papas al suelo, levantábamos la cabeza, aturdidos, justo en el momento en el que el columpio vacío venía de vuelta y nos pegaba derechito en la cabeza abriendo una descalabrada legendaria. ¡Las bisagras de los juegos nos pellizcaban los dedos y el cemento del piso nos pelaba las rodillas y los codos con raspones impresionantes que formaban costras de sangre seca, duras,
color marrón con orillas amarillas!
Ah…¿Y qué me dicen del resbaladero? (o resbaladilla)…hecho con hojas de acero que se ponían ardiendo bajo el sol, pero además, dichas placas no eran de una sola pieza, estaban sobrepuestas, muchas veces en sentido contrario a la bajada y así, aquel juego era un verdadero rebanador de nalguitas…Y el juego de la campana, que daba vueltas y se mecía de un lado para el otro oscilando sin control aplastándonos las piernas contra el poste central…y lo emocionante era cuando alguien se caía entre la campana y el poste central, con peligro de quedar aplastado…cosa que a veces sucedía. El sube-y baja era también divertido porque al bajar, tratábamos de azotar tan duro en el suelo para que el que estaba en el otro extremo saltara catapultado por los aires…¡Emoción pura! Jugábamos con la fuerza de la gravedad, con la fuerza centrífuga, jugábamos con fuego…y todo era un juego…a veces jugábamos hasta con la suerte.

A FIN DE
CUENTAS
Ni qué decir cuando nos ganaba la sed, corríamos por el parque con botellas de vidrio con soda (Pep, Doble Cola, Grappette, Hit o Barrilitos) en la mano. No sé cómo sobrevivimos a esos ”peligros” ahora inadmisibles, o si fue precisamente por eso que sobrevivimos.
En mis tiempos, los juegos no estaban diseñados para evitarnos los golpes y las heridas, sino quizás para enseñarnos a aguantar los golpes y las heridas de la vida sin dejar por eso de divertirnos.
Pero no es culpa de las nuevas generaciones…yo no digo que las cosas fueran mejores antes, solo eran diferentes…muy diferentes.
(Anécdota original de Roger Radley. Adaptación: Susana Valdés Levy).