ÑAM ÑAM
POR CYNTHIA ROBLES WELCH
Eran las ocho de la mañana de un domingo, toda la noche la pasamos con Rocco acompañándolo en su malestar: vómito, calentura, dolor de pecho… Usé aromaterapia y homeopatía para calmarlo, pero mi instinto de mamá me decía que el problema era complicado. Su boca estaba cambiando de color y respiraba cada vez con mayor dificultad, por lo que no esperé más y decidí llevarlo al hospital. ¡Vaya travesía! Una experiencia que de verdad no se la deseo a nadie. La atención fue precaria, las enfermeras lejos de sentir el amor al servicio y a su profesión, estaban conectadas al
YouTube. Sin esperar alguna cortesía por parte de ellas, porque estaban negadas a cualquier petición: cero empatía. Los pacientes sin una cobija y con el aire acondicionado helado.
Después de una larga y angustiada espera, a las seis horas nos dieron los resultados de los exámenes: le faltaba oxígeno al niño. La sugerencia fue internarlo para continuar con los estudios y descartar posibles padecimientos.
Empezó la nueva travesía con los estudiantes de medicina, terror en plena crisis. Se entiende que tienen que hacerle un diagnóstico, pero el pasante se tardó alrededor de 35 minutos en realizar la historia clínica, con un niño que tenía varias horas hospitalizado, desesperado, sin mejoría y sin poder estabilizarlo del todo.
Para entonces me empezaba a sentir un poco exasperada.
Volvieron tres estudiantes para hacerme las mismas preguntas, por lo que tuve que pedirles, amablemente, que leyeran la historia clínica.
No podemos dejar que se juegue con la salud de esa forma, más educación y respeto por el paciente enfermo, es lo que creo necesario.
La estadía en el hospital fue de cuatro días, una espera larga que intenté sobrellevar de la mejor forma para que nuestro hijo saliera adelante.
Sin embargo, además de esa falta de
atención y humanidad que recibimos, es importante destacar otros puntos imperdonables en un hospital de cierto nivel.
La oferta de alimentos para la recuperación de un paciente es limitada; el menú, por ejemplo, consistía en gelatinas empaquetadas industrialmente y yogur procesado, casi todo tenía lácteos, en general la mayor parte de los alimentos eran procesados, con marcas específicas que denotan muchos intereses, menos el que un enfermo recupere su salud, lastimosamente el señor dinero siempre presente.
Lo que también llamó mi atención fue una tienda de conveniencia dentro del hospital, comida procesada que mata el hambre pero también mata a la larga.
Observar en los pasillos a los estudiantes con sus galletas, panes y refrescos, fue decepcionante y triste. Con qué confianza se puede poner en sus manos a los enfermos si ni siquiera están conscientes de lo que representa la industria alimentaria que consumen. ¿Y esos estudiantes de medicina son los que serán nuestras nuevas generaciones de doctores? Mucho que pensar. Estamos acostumbrados a entregarle al médico todo el poder sobre nuestra salud, pero después de esta mala experiencia tenemos que cuestionarnos más y empezar a documentarnos, aprender a leer nuestro propio cuerpo y el de nuestras familias.
Fue una estadía llevadera y se lo atribuyo al amor que le pusimos los involucrados, el padre de mi hijo y nuestros familiares.
Finalmente, estamos muy contentos porque Rocco reaccionó favorablemente al virus que le obstruyó el pulmón, mejor de lo que esperaban los médicos, y eso me hace sentir orgullosa de que el proyecto de vida y camino que sigo es el correcto.
Agradezco a toda la gente que se preocupó por nosotros en este momento y brindó apoyo y buenas vibras.
Escribo estas palabras con todo mi respeto para los doctores y enfermeras que nos atendieron y le dieron todo su paciencia y amor a mi hijo.
Para mayor información
sobre el tema:
En el 90.5 de FM, Radio Udem. Busca la estación en Google
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