Quiero aprovechar este espacio para contarles mi historia, pues a los humanos siempre les gusta hablar y nosotros rara vez podemos contar nuestras vivencias. No recuerdo exactamente cómo era mi vida antes o si realmente formé parte de una familia, pero recuerdo haber despertado en una brecha junto a un canal. También recuerdo que caminé por un rato y encontré unas casas con un enorme portón, y que logré ingresar sin que el vigilante me viera. Había un bonito parque lleno de niños jugando y adultos paseando a sus mascotas. ¡Cómo me divertí ese día! Así estuve por semanas, jugando con todos en el parque, comiendo de lo que me quisieran invitar, pero nadie me dejaba quedar en su casa.
Una tarde muy calurosa me acerqué a unos perritos que iban bajando de un auto para ingresar a su casa, y como también quisieron jugar, pues me metí a su casa, y aproveché para tomar agua y refugiarme del sol. Su humana muy amablemente me ofreció comida, pero con la condición de regresar por donde vine. Ella avisó a los vecinos para que mi familia fuera por mí, pero nadie llegó. Días después, un grupo de personas habló con la humana que según me iban a llevar con una doctora, y así fue, porque al día siguiente me metieron a una camioneta, me llevaron a un lugar donde me revisaron y me pusieron algo para dormir. Cuando desperté estaba mareado y me habían quitado mis bolitas (me esterilizaron). También me pusieron una vacuna. Al llegar a casa la humana me dijo: “en un par de semanas estarás listo para adopción”. En los días siguientes, nos visitaba un hombre, que me estuvo enseñando a no brincarle a la gente, a sentarme, echarme y caminar con correa. La humana y el hombre decían que, si me educaban, iba a ser menos probable que me volvieran a abandonar.
Lamentablemente, después de varios meses nadie me adoptó. Lo que no les he dicho es que la humana es doctora y trabaja anestesiando personas, y un día después de tranquilizarse me dijo: “te voy a llevar para que me ayudes en mi trabajo, para que las personas se tranquilicen al acariciarte”, y pues no bromeaba. Tanto ella como el hombre que me entrena me hicieron algunas pruebas, algunas con sonidos, otras con caricias, y al parecer sí aprobé. Después de eso, me enseñaron más cosas encaminadas a tranquilizar personas. Y por fin, se llegó el gran día: una humana necesitaba de mi ayuda para calmar su estrés antes de ser anestesiada, y la tarea no era nada fácil, pues me llevaron a una clínica dental. Recuerdo que yo sólo me acerqué, me dejé acariciar, poco a poco empecé a hacer compresión en sus piernas, y cuando menos lo esperaba, la humana le puso el suerito en la vena a su paciente. Ese día todos me premiaron y me dijeron que empecé con la pata derecha. Me sentí como un héroe.
A la fecha, la clínica dental Smile Factory ha solicitado mis servicios en distintas ocasiones, con adultos, pero sobre todo con niños, pues les ayudo para que no tengan miedo de entrar al consultorio y la dentista pueda trabajar en sus dientes mientras ellos se relajan acariciándome, y hasta abrazos me dan. Quiero agradecer a la humana, ahora mi tutora y manejadora, la doctora Alma Laura Ortiz González que es anestesióloga pediatra, a la doctora Lesly Rivas Sánchez que es odontopediatra, y al adiestrador Enrique Cantú Hernández del Centro de Adiestramiento Canino porque han confiado en mí una tarea compleja y delicada, pero que disfruto mucho. Les agradezco por darme un propósito y comprometerse con mi proceso de adiestramiento y capacitación, además de abrirme las puertas de su hogar, su clínica y su escuela, respectivamente, con mucho cariño y paciencia. Con gran orgullo les digo que soy el primer perro de asistencia entrenado en Reynosa, soy el pionero de este proyecto en la región, y espero llegar a otros espacios donde se necesite un perro de asistencia médica. Les dejo mi nombre y el de mi equipo en las fotos que les comparto.