Susana Valdéz Levy
A FIN DE CUENTAS
Mis padres viven en una estancia para personas mayores. Así se les dice ahora a los otrora llamados “asilos de ancianos”, que todavía parecen estar muy estigmatizados por el prejuicio. Mi madre padece la enfermedad de Parkinson desde hace más de 15 años, y mi padre solo los estragos de la edad. Ambos están perfectamente lúcidos. Mis papás han estado casados por 58 años, y tuvieron cuatro hijos: tres mujeres y un hombre, siendo yo la mayor.
Todos trabajamos o vivimos fuera de Monterrey. La nada fácil decisión de que dejaran su casa para mudarse a otra de reposo para personas de edad avanzada. Pero la tomamos en familia, con la participación consciente de mis padres, quienes finalmente tuvieron la última palabra al respecto.
Es importante comentar que existen cuatro grandes síndromes geriátricos: inestabilidad (caídas y accidentes), incontinencia urinaria (necesidad de usar sondas o pañal), deterioro cognitivo (diversos tipos de demencias seniles y Alzheimer) e Inmovilidad (dificultad para desplazarse, pararse, sentarse o acostarse). La presencia gradual de estos síndromes acompaña y acompasa las dos grandes pérdidas que se manifiestan en la vejez: la de autonomía (capacidad para tomar las propias decisiones), y la de independencia (capacidad para valerse por uno mismo en la realización de las actividades cotidianas, por ejemplo: comer, vestirse, asearse, ir al baño, administrarse los medicamentos, procurarse una alimentación correcta, hidratarse adecuadamente, entre otras.) Mis padres habían perdido independencia, más no su autonomía.
Cuando en las personas mayores van mermando sus capacidades, sus “casas de toda la vida” se convierten en un peligro para ellos mismos, especialmente cuando viven solos: los accidentes están a la orden del día en el baño, en la cocina, por motivo de escaleras, uso de instalaciones eléctricas y/o de gas, dificultad o imposibilidad para el aseo del inmueble, entre otras cosas. Tener personal de apoyo a domicilio a su servicio las 24 horas, los siete días de la semana, no solo resulta muy costoso sino también riesgoso o simplemente impredecible e inconstante. Por eso, cuando los ancianitos son cuidados por un familiar, ese familiar cuidador que por lo general no es un profesional en materia de atención a personas mayores y cuidados paliativos, prácticamente tiene que renunciar a su vida personal, porque la labor de cuidar a uno o dos ancianos es un trabajo sumamente arduo, demandante y de tiempo completo…en ocasiones un solo familiar se ocupa de casi todo y los demás solo critican, exigen, opinan y se van.
Las estancias de ahora para personas mayores no son como los asilos de otros tiempos. Ahora promueven mucho la dignidad del anciano, la participación de
la familia, les organizan eventos, les programan actividades, les lavan su ropa y les asean sus habitaciones. A ellos los arreglan muy bien, les preparan sus comidas con un régimen nutricional adecuado, los visita una geriatra una vez por semana, les administran sus medicamentos de acuerdo a dosis y horario, y los tratan con respeto y paciencia. Aunque la convivencia con otros ancianos no siempre es fácil o agradable, (algunos de ellos desarrollan una actitud hostil) en general la estancia les ha facilitado mucho la vida y les resuelve problemas muy elementales.
Si las familias estamos presentes, si se les llama y visita con frecuencia diaria o varias veces por semana, uno puede darse cuenta de inmediato si están siendo bien atendidos o no. En el caso de mis padres, mis hermanos y yo no podríamos estar más agradecidos con el personal de la Estancia Los Olivos, por la entrega, la dedicación, el cariño, el esmero y, sobre todo, el profesionalismo con el que los atienden en todos los sentidos.
Mis padres están contentos con su decisión y nosotros, sus hijos, los visitamos con gusto, con frecuencia y con la confianza de saber que están bien.