Optimista y con buen humor, don Octavilo celebró su cumpleaños al lado de su familia; asegura que todavía le faltan otros años más que agregar a su vida.
Fotos: Viridiana Leal / Cortesía
Como la gran mayoría de las personas, don Octavilo Guajardo González es un migrante que llegó a Reynosa en mayo de 1951 con una maleta cargada de sueños y proyectos que cumplir. Como buen norteño, es emprendedor y sabe trabajar, por lo que difícil no le fue cumplir sus metas.
A sus cien años de edad evoca su vida en esta ciudad que le abrió los brazos; una región a la que consideraba con un alto potencial de crecimiento.
Venía de San Pedro de Roma, Tamaulipas, lugar que después cambió su nombre por Miguel Alemán.
Al poco tiempo con su hermano Manuel y los Cárdenas se unieron para crear una línea de autobuses que nació a finales de los años 30 con el propósito de darle el servicio a las personas para viajar por la frontera de una ciudad a otra.
Casi de inmediato se hizo de grandes amigos, frecuentaban las tertulias que se organizaban principalmente en el casino, donde hoy en día se encuentra la plaza principal y el Club de Leones. Años después se puso de moda el Casino Petrolero y fue otro de los sitios muy concurridos por la sociedad.
“La vida en aquel tiempo era muy sana, no había bares y la mayoría de las personas pasaba a comprar a McAllen”, recordó Don Octavilo.
Al tiempo de establecerse en Reynosa, la familia creció con la llegada de su tercer hijo, Octavilo, “El coyotito”, como él le llama de cariño.
INFANCIA EN EL RANCHO
Aunque en Tamaulipas creció, la cuna que lo vio nacer fue China, Nuevo León, un 27 de febrero de 1918. Creció junto a sus padres Felipe Guajardo Rodríguez (†) y Soledad González de Guajardo (†) y sus ocho hermanos mayores: Natividad, Guadalupe, Porfirio, Luis, Inés, Manuel, Gudelio y Felipe.
De niño amaba correr en el campo, bañarse con el agua de lluvia, montar a caballo y dormir al aire libre, además de jugar beisbol con sus hermanos y vecinos.
Los fines de semana iban al rancho de sus papás que se llamaba “El Cuchillo”. Criaban vacas y algunos caballos, también sembraban
sorgo, maíz y frijol, lo que constituía su fuente de ingresos.
“En aquel tiempo decían que en la casa del rancho espantaban, pero a mí no me daba miedo y como quiera me quedaba a dormir los fines de semana en compañía de mi hermano Gudelio”, dijo con profunda emoción al remontarse a esa etapa de su juventud.
Estudió solamente la primaria, ya que en aquellos años no había muchas escuelas en los alrededores, y en la única cursó hasta quinto grado, ya que en el sexto año tomó clases particulares con el maestro Eliseo Sáenz algunas horas a la semana.
Siempre ayudó a sus padres en las labores del campo, por eso quería ser ganadero y tener su propio rancho con animales de crianza, para continuar con lo que sus padres le habían enseñado.
En su memoria no olvida a aquellos ingenieros que alguna vez le rentaron unos caballos, pues según entendió realizarían unos estudios para la creación de una presa cerca de los terrenos de su padre. Por unas semanas estuvieron tomando medidas, pero un día abandonaron el proyecto, incluso los caballos que les habían alquilado.
“Los encontramos el fin de semana que nos tocó ir”, comentó.
Al parecer, los trabajos se reanudaron en el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien fue el que inauguró la presa “El Cuchillo” en el año de 1994.
Son terrenos que formaron parte de su vida en el seno familiar, pero que años después vendieron.
DE CHOFER CONOCE A CLEMENTINA
No se le cumplió el sueño de tener su propio rancho como el quería, el destino lo llevó por otro camino. A los 16 años de edad unos primos hermanos que vivían en Matamoros lo invitaron a trabajar donde por algunos meses se dedicó a transportar mercancías a Harlingen, Texas.
En aquel tiempo no se necesitaba una visa o tarjeta local, por lo que no era tan complicado cruzar a los Estados Unidos.
Al poco tiempo, su hermano Manuel le platicó que en San Pedro de Romo (Después Miguel Alemán) sus cuñados lo estaban invitando para ser parte de un nuevo negocio.
Convencido de que así sería se mudaron para establecerse, allá por los años 30.
Se trataba de una línea de autobuses “Noreste”, donde empezó como chofer.
Para don Octavilo la mejor recompensa que pudo recibir de los recorridos que hacía fue que conoció a una hermosa mujer de nombre Clementina.
“Viajaba seguido al rancho “Guardados”, donde vivía. Usaba nuestros servicios para transportarse a su trabajo, así que la veía a diario”, mencionó sonriente, mientras señala que esa guapa dama se convertiría en su esposa.
Él nunca imaginó que su relación de amigo con Clementina terminara en matrimonio; se enamoraron, fueron novios durante un año y en 1946 unieron sus vidas y se juraron amor eterno, un amor que aún perdura y los mantiene juntos.
“Mi vida en pareja ha sido muy bonita. Ha habido una que otra regañada, pero nada que no podamos superar”, agregó.
Con el paso del tiempo de conductor pasó a ser el encargado de unas oficinas que abrieron en Reynosa.
Durante varias décadas mantuvieron la línea, sin embargo, en 1988 toman la decisión de vender la compañía a la empresa ADO para emprender otros proyectos.
EDUCAR CON EL EJEMPLO
Desde pequeño aprendió que en la vida tienes que trabajar mucho para poder conseguir lo que quieres. Con este pensamiento educó a sus hijos, a quienes les pidió estudiar una carrera, oportunidad que él no tuvo. Mencionó que los dos mayores se titularon de contadores públicos y el más chico se graduó de ingeniero.
También les enseñó que las cosas no son gratis, y desde jóvenes le ayudaron en su empresa, para aprender cómo se lleva un negocio.
Ya como profesionistas cada uno eligió caminos diferentes: se casaron y formaron sus propias familias.
Conforme pasaron los años decidieron marcharse de Reynosa y viven en otra ciudad.
EL CENTENARIO
Hace unas semanas don Octavilo llegó a los 100 años de edad, cumpleaños que celebró con su familia.
Reconoció que no imaginaba alcanzar esta edad, pero su hermano Manuel murió a los 106 años, y todavía hay posibilidades.
“Me siento muy bien y voy por más”, comentó con una lucidez que seguramente le permitirá seguir festejando.
En la fiesta que le organizaron se proyectó un video con algunas de sus tantas y tantas vivencias.
En algunas fotos se le ve junto a Pedro Infante y a Luis Aguilar, así como con un grupo de amigos que viajaban a Acapulco, pero pasaron por la Ciudad de México.
“Comía en un restaurante cerca de los Estudios Churubusco y de pronto pasaron los actores. Uno de mis amigos era familiar de Pedro así que se acercaron a saludar. Les invitaron un trago de tequila el cual bebieron directo de la botella. En ese momento tanto Pedro como Luis filmaban la película ‘Los Bandidos de Río Frío’ en el año de 1956”, dijo.
Añadió que unas de sus amistades eran primos de Eulalio González “Piporro”, por lo que en alguna ocasión convivió con él, pues de repente acudía a un rancho llamado “Los Guerra”.
En su memoria guarda los viajes que ha hecho con su familia, ya sea en México o al exterior, pero donde haya sido siempre han sido momentos memorables que guarda en su corazón.