Como un mal necesario y hasta más preocupante de lo que significaba propagar el contagio del covid19, se ha considerado la recomendación de “quedarse en casa”, promovida por los principales organismos internacionales de salud.
Acostumbrados a permanecer más tiempo fuera del hogar e interactuar preferentemente con otras personas que no son la familia, el distanciamiento social vaya que ha pesado.
Aun cuando las redes sociales se han saturado de mensajes “positivos” en los que por unos escasos segundos una familia se graba en video jugando jenga con los hijos, mamá haciendo ejercicio hasta con el perro o los chicos obedientemente realizando sus tareas, las cosas no han resultado fáciles: se trata de una cuarentena.
Cuarenta días en donde la gente que pudo quedarse en casa se pregunta: ¿Qué voy hacer las 24 horas de cada día? Quizás al inicio no resultó tan “fastidioso”.
Difícil, pero cierto. El alejamiento de casa al que nos hemos acostumbrado reduce a unas cuantas horas convivir con los hijos, si no es que, en el caso de la mayoría de los papás, solo lo hacen los domingos. Entre semana, por la noche, un beso a los angelitos que ya están en cama basta para expresarles que ya llegaron; obvio, a dormir.
No es un caso generalizado, ni tampoco de muchos de los padres, pero sí es un común denominador de las sociedades capitalistas y las familias modernas.
Aprendamos la lección. Que sea un llamado a valorar lo que hemos estado perdiendo: la convivencia. Dejemos de creer que “más vale la calidad que la cantidad”, como pretexto para justificar nuestras largas ausencias.
A veces, sin duda, es necesaria una sacudida, pero siempre, sin duda, es bueno sacarle el mejor provecho a los problemas. Regresemos a las reuniones en casa, a compartir los alimentos en familia, a ese tiempo de sobremesa para platicar de los hobbies, los gustos y hasta de los disgustos… Esta es una oportunidad para volver a las buenas costumbres, y valorar los abrazos, los besos y los apretones de mano.