Fotos: Cortesía
En el siglo XIX en las clases altas de la sociedad, era común que las señoritas, entre los 17 y 18 años de edad, accedieran al cortejo alentadas por sus familiares. Para mostrar sus encantos y dones, tales como saber francés, tocar el piano, cantar o pintar, se organizaban tertulias y bailes.
Tirar el pañuelo, agitar o cerrar bruscamente el abanico eran parte del ritual de cortejo entre hombres y mujeres.
Los paseos y reuniones de la pareja eran con el fin de despertar su interés mutuo. Ella siempre acompañada por sus carabinas. Si se interesaba por algún hombre de manera discreta dejaba caer su pañuelo para que éste lo recogiera y se lo entregara, momento en el que se establecía el primer acercamiento. De lo contrario, si cerraba seca y bruscamente el abanico no había posibilidad.
Enamorarse tenía como fin encontrar al otro digno de afecto y comenzar una serie de cortejos que desencadenaran en el matrimonio ideal. Pero el consentimiento para que la señorita pudiera ser visitada por el prospecto galán lo daban los padres, y se daba bajo su supervisión y vigilancia, además de que debían cumplir con ciertas reglas de honor: retirarse a una hora prudente y sin escandalizar. Cuando la relación era aprobada por papá y mamá, la pareja podía salir sola, tomarse de las manos en público y dar paseos sin acompañantes. En estos casos, la relación ya se había hecho pública.
WhatsApp y messenger
La tecnología ha irrumpido en el terreno del amor y la seducción. En estos días encontrar pareja ya no requiere de una cita cara a cara. Una foto es el contacto más “digital” que se tiene, y una serie de preguntas con respuestas, para darse una idea de quién es quien y decidir si se continúa el ligue. El cortejo tradicional a mediados del siglo XX, en un restaurante a la luz de las velas o en una discoteca echando unas copas ya quedó en el pasado, sólo vive en el recuerdo de aquellas generaciones. Filtrear, ruborizarse, tomarse de las manos, escucharse, verse a los ojos y sentir escalofríos cuando están cerca ya quedó en el pasado, sólo algunos jóvenes considerados de la vieja ola se arriesgan a ponerse de rodillas y pedirle matrimonio a la que consideran el amor de su vida. Quizás sólo sea por costumbre o hacer sentir en las nubes a su Dulcinea.
Lo innegable es que entre redes sociales y una cantidad de aplicaciones se entretejen las más superficiales relaciones, algunas con finales felices y otras más en tragedia, tristemente. Es más fácil conseguir pareja desde la comodidad de tu casa u oficina, de un continente a otro y en un momento que no interviene con las actividades diarias. Menos responsabilidad y un camino más fácil para el ligue pero, sobre todo, un terreno de juego ideal para el sexo y las relaciones superficiales.