Marzo, día 11, de 2020: el día que conocimos nuestra propia realidad.
Clara Villarreal
columna
El pasado 11 de marzo se cumplió un año que la Organización Mundial de la Salud emitió la declaración de pandemia de COVID-19. Desde entonces hasta ahora han pasado una serie de acontecimientos que nos han sacudido en todos los niveles, mundial, nacional, pero, sobre todo, en lo personal. Analicemos.
Sin duda este año ha sido crítico, con muchas pérdidas, con el enfrentamiento de nuevas realidades y con escenarios increíbles que solo veíamos en las películas. Sin embargo, también nos ha dejado ganancias que han llegado para enriquecer nuestras vidas y a la humanidad.
La dicha de estar cerca. En estos doce meses hemos restringido en buena medida la convivencia social. Las fiestas, eventos y reuniones se cancelaron o, al menos, disminuyeron significativamente en número y en frecuencia. Hemos estado aislados pero al mismo tiempo las llamadas de teléfono han cobrado mayor sentido, nos acercan a quienes más amamos. Las videollamadas nos generan alegría al ver de tan cerquita el rostro de nuestros amigos, compañeros de trabajo y/o familiares. Los mensajes han sido el intercambio diario, cotidiano y se han vuelto la manera de decir: “Hey, aquí estoy”. Y eso sí, cuando de verdad nos podemos ver en persona, así sea con sana distancia y la mitad del rostro cubierto, aquello se siente como la gloria. En diciembre, ya con varios meses de experiencia, aprendí a abrazarme de las piernas de mis familiares, para así hacerles sentir y sentir en mí, la cercanía de su presencia. A estas alturas los abrazos ya eran demasiado necesarios. Lo que no valorábamos. La luz del sol sobre la piel, lo fácil que era ir al supermercado a cualquier hora del día o la naturalidad con la que nos movíamos con niños y adultos mayores se volvió una añoranza. Un recuerdo del pasado cada vez más remoto. Sin embargo, ahora valoramos cosas, situaciones, sensaciones y personas que dábamos por sentado.
Desde luego, aquello que aprendimos a valorar más fue la salud. Respirar con libertad y ver que quienes amamos también pueden hacerlo, es motivo de agradecimiento y felicidad.
Bendita claridad. La pandemia ha arrojado luz sobre todas las relaciones. Aquellas que estaban fuertes se han solidificado aún más. En cambio aquellas que tenían alguna fragilidad se vieron confrontadas a renovarse o morir. El estrago ha sido doloroso pero, al final, la claridad es una bendición. Bajo la luz de la pandemia las relaciones auténticas, nobles, fuertes y amorosas han brillado con mayor intensidad. De esta manera se han vuelto más satisfactorias, plenas y un motivo para el goce.
A doce meses después del anuncio que cambió el curso del año se empieza a ver una salida. Todavía falta para volver a la normalidad, o construirnos una nueva. Pero eso sí, ojalá conservemos lo bueno que nos ha dejado la pandemia.
Y para terminar: si fuiste de los que siguieron la indicación #QuédateEnCasa y estás leyendo estas palabras, da gracias a la vida por haber sido generosa contigo, porque ese privilegio fue exclusivo de las clases media y alta. Y mejor ni hablar de la atención médica pública y privada.¿Hay mucho que agradecer no?