Olores y sabores es lo que se supone puede encontrarse en un mercado mexicano.
“Pásele guerita, llévele, llévele…”. Por Cynthia Robles Welch
El encanto popular atrapa a consumidores, visitantes y turistas que se pasean admirados por la variedad de alimentos que pueden encontrar.
Esa es la parte bella que idealizamos de los mercados tradicionales del país, pero hay millones de historias que se entretejen, que se repiten y se convierten en círculos viciosos para todos los que las viven.
Así, sonriente, con dos pequeños a su lado, uno de casi tres años y otro que cabía perfectamente en una caja de piñas y que dormía plácidamente entre sandías y melones, una mujer atiende a la gente.
El lugar no era propiamente un mercado, sino una de esas esquinas que se convierten peligrosamente en parte de éste, una de las cuatro esquinas que me quedé observando.
¿Pagará piso para poder montar su negocio familiar? ¿Cuál será su realidad?
Frente a ellos había un acumulamiento de basura de colores, no era propiamente un vertedero, pero al parecer todos lo reconocían como tal, grandes y chicos acudían ahí a amontonar lo que parecían desperdicios: tomates, zanahorias, fresas, nopales y lechugas que hasta cierto punto podrían alimentar a los vagabundos que habitan en los alrededores del mercado y, seguramente, hasta sobrarían.
Desafortunadamente, este cuadro es real, mientras la gente muere de hambre y pide dinero para la coca y la papa, el verdadero alimento se va a la basura por falta de conciencia y educación.
En la otra esquina, dos vendedores ambulantes se dan de golpes peleando el lugar para poder vender algo y sostener a su familia, mientras la “tira” pasa como si nada, contempla el panorama y hace como que no ve.
En la cuarta esquina está lo que parece ser una familia completa. La mamá amamanta al más pequeño de cinco, a quien ya tiene trabajando. El mayor, de alrededor de 12 años, grita: “llévele, llévele, a diez a diez, la piña, la fresa, la manzana, el platanooo”. Y mientras unos atienden, otros cobran. Todos tienen en algún lugar, a un costado de sus pies, refrescos, un tentempié que en cualquier oportunidad se agachan para darle un trago o una mordida a la galleta que probablemente compraron en la misma esquina donde está una tienda de conveniencia, de ésas de cadena que hay por todos lados. Aquí se surten la mayoría de los que trabajan en las cuatro esquinas de la extensión del mercado.
Estos estilos de vida y condiciones en las que se subsiste se han convertido en círculos sin fin, por llamarlo de alguna forma, o con fines catastróficos. Definen al país, llevándonos directamente a un circuito de irresponsabilidad, sufrimiento y poca calidad de vida.
¿Cómo ignorar lo que a gritos pide un cambio?
El comportamiento de nosotros los adultos será el ejemplo para los niños, y el comportamiento de nuestros niños es el reflejo de nosotros, los responsables de la educación.
Esto incumbe a todos, son realidades que hay que voltear a ver y exigir. Como ciudadanos nos toca buscar que se hagan los cambios, siendo proactivos como comunidad y asumiendo como ciudadanos nuestras responsabilidades, a proponer.