Rosie Garza nunca imaginó que al enterarse de que sería madre por segunda vez, también recibiría la mala noticia de que tenía cáncer. Pero luchó hasta el final y ahora además de un libro donde plasma su experiencia, creó la fundación “Levántate y anda”.
Fotos: Felipe Fernández Vázquez
Ser madre es lo más bello que una mujer puede sentir, sobre todo después de un año de intentarlo. Esta fue la mejor noticia que Rosie Garza recibió, pues aunque tenía un hijo de tres años, deseaba tener otro. Su felicidad, sin embargo, se empañó al saber que en su útero había un huésped incómodo llamado cáncer.
Rosa Isela Garza Corral se enamoró de Rogelio Baca, a quien conoció por un amigo en común que los presentó en el 2011; un año después se casaron en la Riviera Maya en una boda de ensueño a orillas del mar, en compañía de sus seres queridos.
En diciembre del 2012 en McAllen, Texas, nació de manera sorpresiva Roger, pues aunque deseaban formar una familia, no esperaban ser padres tan pronto.
Su embarazo fue normal, con los nervios de la maternidad, pero Rosie investigó y leyó para saber si su embarazo era normal, lo que los médicos le confirmaron.
Cuando el pequeño tenía pocos meses de vida su esposo fue trasladado a Monterrey, Nuevo León, por cuestiones de trabajo.
Para Rosie esta situación le resultó difícil pues no sólo estaba lejos de su familia, además tuvo que dejar el trabajo para adaptarse a la ciudad. La vida se había vuelto monótona y aburrida.
Cuando el pequeño Roger cumplió dos años, Rosie y Rogelio decidieron que ya era tiempo de darle un hermanito, pero embarazarse no fue sencillo.
Para que Rosie no se agobiara, Rogelio le propuso hacer un viaje en moto en noviembre del 2015, lo que le sirvió como distracción.
Antes de Navidad, Rosie se enteró que por fin estaba embarazada y decidió sorprender a su esposo en la cena de Nochebuena que disfrutarían en Chihuahua con su familia. Y así lo hizo, todos estaban muy felices por la noticia.
En 2016 con la familia de Rosie, en Reynosa, aprovechó la visita para acudir al ginecólogo en McAllen, que ya la conocía por su primer embarazo.
En su visita le hicieron todos los exámenes pertinentes, diez días después ya cuando estaba de regreso en Monterrey, recibió la llamada de la administración de la clínica en donde le decían que el doctor necesitaba hablar con ella.
Rosie le explicó que no podía viajar en ese momento y no podían darle el resultado por teléfono, pues el médico necesitaba su presencia.
Algo no está bien con mi bebé, eso fue lo primero que pasó por mi mente”, confesó.
El siguiente viernes, después de acomodar la agenda de su esposo programó una reunión en Reynosa para acudir al llamado del doctor quien le comentó que había una alteración de células, que requería hacer una colposcopía y después una biopsia, para descartar cáncer.
El descubrimiento
¿Y si es cáncer?, fue lo primero que preguntó Rosie después de escuchar las palabras del ginecólogo, quien respondió que lo único que podían hacer era interrumpir el embarazo.
“Cambia de ginecólogo”, le pasó por su mente, pues no le preocupaba el cáncer sino su bebé, no quería que se lo arrebataran después de buscarlo tanto con el deseo de ser mamá de nuevo.
Entonces le preguntó al médico si el estudio podía realizarlo en México, pero tenía que enviarle los resultados. Si ella hubiera accedido a realizarse el estudio en ese momento y si el resultado arrojaba positivo, tenía que intervenir de inmediato.
Motivo que la llevó a pedir una segunda opinión en México, donde consideraba que respetarían más la vida de su bebé, pues en Estados Unidos es común realizar este tipo de intervenciones.
Con una serenidad que no sentía le comentó a Rogelio que los estudios habían arrojado un resultado que mostraban una alteración de células y que el doctor desconocía las razones, que requería otro estudio para descartar cáncer.
En Monterrey se dio a la tarea de buscar a un ginecólogo que pudiera hacerle la colposcopía.
Para su sorpresa el resultado salió “limpio” sin embargo, había ya un antecedente de unos análisis con alteración de células por lo que decidieron hacer una biopsia.
“Si tú hubieras venido sin el antecedente de ese laboratorio, yo te regreso a tu casa diciéndote que todo está bien”, fueron las palabras del especialista.
Diez días después de la biopsia le llama nuevamente, esta vez para confirmar sus sospechas: tenía cáncer.
La pesadilla inicia
Con dos meses de embarazo, Rosie ya tenía un diagnóstico claro, y también seguía con la misma negativa hacia la única solución que le brindaban.
Para ella, interrumpir su embarazo no era una opción, así que habló con el doctor y le comentó que no quería perder a su bebé.
El médico a su vez platicó con unos oncólogos de la Ciudad de México, quienes le confirmaron que este tipo de cáncer podía permitirle llevar a término el embarazo y que después de nacer el bebé iniciarían un tratamiento.
Al no ser su especialidad la canalizó con un ginecólogo-oncólogo que le informaría cual era el tratamiento que requería.
Primero el diagnostico arrojó un tipo de cáncer cérvico uterino proveniente de un tipo del virus del papiloma humano, el cual podía combatirse, por lo que todo parecía ser un procedimiento sencillo.
Hasta ese momento los pronósticos eran buenos, ya que en su tipo era uno que no crecía hacia adentro tocando más órganos, lo que le daba la posibilidad de esperar a que el embarazo llegara a su fin.
Cuando consultó con el ginecólogo-oncólogo le hizo otra biopsia que le dio de nueva cuenta positivo, en esa ocasión el panorama no era tan alentador pues los resultados lo identificaban como severo y riesgoso.
Cotejaron con las laminillas de los anteriores resultados. Efectivamente era un cáncer agresivo que no era detectable, al parecer el primer médico dio justo donde había una célula porque de otro modo se hubiera descubierto cuando estuviera toda invadida.
Fue gracias a su embarazo que esto pudo saberse.
“La opción sigue siendo la misma: interrupción de embarazo. Pero yo me sigo negando, está descartada”, comentó Rosie.
El médico le advirtió que siendo más agresivo el cáncer no podía asegurarle que su bebé fuera a lograrlo, ni siquiera que ella fuera a salvarse.
El siguiente paso fue someterse a una resonancia magnética para poder observar el tamaño del tumor, en caso de que fuera detectable.
En el escaneo de todo su cuerpo no encontró nada, prácticamente estaba limpio por lo que probablemente el tumor midiera entre tres y siete milímetros.
Le propusieron hacer una cirugía, un corte en forma de cono para poder confirmarlo. También un cerclaje que no es más que una tipo bolsita para unir el útero y mantener a salvo al bebé.
Después de una gran cantidad de estudios que el ginecólogo de embarazos de alto riesgo le mandó hacer, en marzo del 2016 se llevó a cabo su primera cirugía.
Hasta entonces ella le informó a sus padres, ya que necesitaba que le ayudaran a cuidar a Roger, su primer hijo.
“No podía decirles que tenía cáncer, así que les dije que me iban a intervenir porque había salido “algo”, pero que no sabían que era, restándole importancia”, dijo Rosie.
A los tres de los cinco días que estuvo internada por cualquier cosa que pudiera pasar, recibió la visita del ginecólogo-oncólogo para comunicarle que los resultados de patología no salieron como esperaban, no habían encontrado nada.
Quienes estaban enterados le sugirieron que reconsiderara su decisión pues tenía que pensar en su hijo y en su esposo, pues había la posibilidad de dejar un viudo y un niño huérfano de madre.
La resonancia magnética no había arrojado nada, al igual que la cirugía, por lo que existía la posibilidad de que no hubiera malas noticias, pero también que fuera lo contrario y eso no podrían saberlo hasta que sacaran el útero y lo abrieran, pero al negarse Rosie a interrumpir su embarazo, sólo le dieron oportunidad hasta la semana 28.
En busca del milagro
A partir de ese momento el ginecólogo de embarazos de alto riesgo se hizo cargo, más que el cáncer quería salvar al bebé, por lo que en las siguientes semanas se encargó de madurarlo para que llegado el momento estuviera listo.
Ya tenía la certeza de que su bebé nacería, ahora sólo le faltaba confiar en que ella no iba a morir.
Las indicaciones era guardar reposo por lo que pasaba las 24 horas del día en cama, viendo series, películas y leyendo un poco. También hacía oraciones pues en su desesperación buscó opciones, así que si alguien le aconsejaba rezarle a un santo, ella lo hacía y todo lo que estuviera en sus manos lo ponía en práctica.
La percepción que tenía de la vida y la muerte le cambió. Ella se sentía sostenida en un hilo delgado, pues no sabía si viviría o moriría.
Durante mes y medio estuvo medicada y en reposo absoluto.
Ya no se trataba sólo de la vida de su bebé, sino también la de ella. Sabía que necesitaba cuidarse, al igual que a su hijo mayor. Quería que ambos tuvieran una mamá.
Siempre pidió que se hiciera un milagro, pero Rosie no creía en ellos.
“Sabía que existían porque me habían contado, pero no creía que hubiera uno disponible para mí”, comentó Rosie, con la voz quebrada.
Sin duda, esa fue la parte más complicada emocionalmente pues no tenía ni la confianza ni la certeza de que pudiera ocurrir algo extraordinario y se cuestionaba cada día.
Para ella su milagro sería que el cáncer desapareciera de su cuerpo, pero era una forma mágica, como si un mago viniera y dijera que se acabó. Que al nacer su bebé le informaran que no tenía nada, esa era la idea que sostenía.
En su travesía de buscar menjurjes, pociones, opciones, oraciones y técnicas de trabajo que fueran permitidas por el doctor, se encontró con el reiki, la acupuntura trasgeneracional, la medicina germánica, la manera de manejar las emociones de manera positiva y a una chica llamada Xóchitl que se dedica a hacer bendiciones de útero.
“Yo te puedo decir que seis meses antes de eso, si me hubieran dicho que existían las bendiciones de útero me hubiera reído, pero en ese momento para mí era una opción, muy valiosa”, reconoció Rosie.
Cuando acudió Xóchitl le comentó que los milagros pueden ocurrir de muchas maneras, que pudiera ser el haberle detectado el cáncer a pesar de que otros estudios no arrojaran resultados, que su bebé naciera, que después del parto pudieran curarlo.
Entonces se dio cuenta que se estaba desgastando por lo que decidió relajarse, aferrarse a un milagro que la daría paz.
¡Es una victoria!
En el quinto mes de embarazo el doctor les dio a conocer el sexo de su bebé: sería niña. Ella y su esposo estaban felices.
Muchas de las lecturas que realizó estaban relacionadas a los milagros y mencionaba siempre la palabra “victorioso”, fue entonces cuando decidió que su hija se llamaría Victoria, pues así
sería para ella.
Fue así que el 27 de junio del 2016 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, nació Victoria al cumplirse la semana número 31 de gestación y completamente saludable con un peso de 1 kilo 500 gramos.
Al nacer no necesitó ningún aparato, pero estuvo en una incubadora por seis semanas pues no contaba con reflejo de succión, así que se le alimentaba por medio de una sonda. La nena una semana después era capaz de comer por sí sola, pero seguía con bajo peso.
Rosie durante la cesárea tomó la decisión de no tener más hijos por lo que resultó más fácil el trabajo de los médicos al retirar el útero en su totalidad, dejando sólo los ovarios con el fin de no provocar una menopausia prematura.
Los médicos al remover dicho órgano se llevaron una sorpresa mayúscula, pues encontraron un tumor del tamaño de una toronja dentro, cuando en todos los estudios realizados durante el embarazo no había absolutamente nada.
“Creo que esto es parte de la vida de Victoria, ella es mi milagro”, comentó Rosie con la voz rota y las lágrimas contenidas.
Si este cáncer de considerables dimensiones hubiera sido detectado en la primer resonancia magnética que le realizaron, los doctores no le hubieran hecho caso, pues no sería sostenible su postura de no interrumpir el embarazo por el riesgo tan grande que tenía.
Rosie consideró que no había manera de que esto ocurriera, pues según las palabras del médico tenía alrededor de seis a ocho años por su tamaño, no había sido detectado desde su primer embarazo, porque ella no mostraba ningún síntoma.
También en la cirugía cuando lo removieron descubrieron que la categoría del tumor cambió, no se trataba del virus de papiloma, sino de un tipo invasivo, por lo que revisaron los demás órganos y encontraron otro brote pequeño en la placenta.
Mientras tanto la pequeña Victoria estaba en perfectas condiciones pero ella continuó recibiendo cinco quimioterapias y 28 radioterapias.
Cuando Victoria llegó a casa apenas había subido medio kilo, y aunque tenía reflejo de succión no podía amantarla, por lo que la alimentó con fórmula láctea.
Después le hicieron un estudio llamado PET/CT (Tomografía por Emisión de Positrones / Tomografía Computarizada), el estudio más avanzado para detectar si hay un tipo canceroso, pero salió “limpia”.
Meses después de la cirugía tuvo la oportunidad de hablar con su médico a quien le preguntó sobre los diferentes resultados que dieron los exámenes. A lo que contestó: “Rosie, hubo cuatro patólogos que no se pueden equivocar”.
Fue entonces que ella empezó a ver el milagro, ese por el que tanto pidió sin sentirse merecedora.
Por un rumbo
Con un divorcio en su espalda, mucho sufrimiento, noches en vela, dinero gastado, un proceso entre la vida y la muerte, Rosie aprendió a valorar más su propia existencia.
En sus propias palabras, el cáncer no es lo peor que le ha pasado en la vida, por ello ha decidido tomar sólo lo bueno que esta experiencia le dejó.
Acudir a revisiones cada seis meses, llevar una alimentación saludable y tener un pensamiento positivo, se ha convertido en su nuevo estilo de vida.
A nivel personal evolucionó emocionalmente. “Despierta, estás en esta vida, ¿qué vas a hacer con ella?”, se cuestionaba.
Aprendió en sus muchas investigaciones a armar su propio programa de intervención, con horarios de meditación, afirmaciones y muchas cosas.
En el tiempo que recibió las radiaciones y quimioterapia se levantaba todos los días para vestirse y maquillarse como si tuviera una fiesta, cuando lo que hacía era volver a la cama.
Psicología positiva
Esta enfermedad llevó a Rosie por una rama profesional que no había considerado antes, esto es, trabajar con pacientes en la misma situación que ella, con cáncer pero con ganas de vivir.
“Antes, sentía que mi vida era gris, sin un propósito y es ahora que lo he encontrado. El cáncer sólo vino a darme una fuerte sacudida para descubrir lo que realmente me apasiona”, señaló Rosie.
Actualmente está estudiando un doctorado en biotécnica, la investigación y tesis que hará, está relacionada a un nuevo programa de trabajo de intervención psicológica en paciente oncológico, aplicando la psicología ontológica positiva.
Conocer a personas gracias a lo que pasó no ha sido difícil y entre estas se encuentra un grupo de especialistas con los cuales unió fuerzas para crear el Instituto Mexicano de Psico Oncología Positiva (IMPOP) dirigido a brindar información y apoyo desde las diferentes especialidades médicas, además de humanas, a todas aquellas personas que así lo requieran.
También, dentro de este proyecto nació la fundación “Levántate y Anda” con el que se busca brindar atención psicológica grupal y masiva, con un sentido más social encausando todo ese dolor de la enfermedad hacia una actitud más positiva ayudando así a la sanación del paciente.
¿Quién es Victoria?
El 27 de junio la encantadora Victoria cumplirá apenas sus primeros dos años de vida, en este corto tiempo le ha dado tantas lecciones a su madre, más de las que ha recibido Rosie en sus 38 años.
Si tiene hambre, ella va solita y toma lo que quiere del refrigerador o alacena. Si por alguna razón se cae, se levanta sin llorar y hacer escándalo. Cada mañana se despierta con una sonrisa y con ganas de abrazar a su mamá, así es Victoria quien además de valiente, es intrépida, coqueta y siempre tiene una actitud positiva ante todo.
“En todo este proceso, ella fue mi palanca emocional, me atrevo a decir que de no haber estado embarazada, quizás el final de la historia sería diferente sin ella”, aseguró Rosie.