En alguna ocasión aprendí que los budistas tienen muy pocas cosas ya que consideran que el apego es la principal causa del sufrimiento. Tanto así es que todas las noches duermen sobre un pequeño tapete hecho con pasto de arroz, y en las mañanas cuando se levantan enrollan el tapete como si se fueran a ir a alguna parte porque en realidad no saben (ni se obsesionan por saber) si volverán a dormir en el mismo lugar la siguiente noche. No dan nada por hecho y saben que lo único cierto en la vida es la incertidumbre y la única constante es el cambio.
Los budistas no se apegan ni a las cosas, ni a los lugares, ni a las personas… luchan constantemente contra esa tendencia humana a poseer, a acumular, a perpetuarse, a instalarse… No se aferran a nada porque todo eso causa más angustia, ansiedad y dolor que alegrías.
Cuando nos obsesionamos por poseer, nos volvemos “prisioneros” de nuestras supuestas posesiones, y en ese momento se vuelve más importante tener que ser…y nos llenamos de miedos ante la sola idea o posibilidad de perder, de que nos “despojen”, de que nos roben, nos quiten, y que luego ya no seamos nada porque nos habíamos convertido en nuestras posesiones o posiciones, y nuestro valor personal estaba basado en el “poder”, el precio o la cantidad de lo que teníamos.
Pero no solo los budistas ejercieron esta inmensa sabiduría de la felicidad, Jesús de Nazaret también pensaba así cuando dijo: “Observen atentamente las aves del cielo, porque ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; no obstante, su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas?”. O como le dijo el sabio Diógenes a Alejandro Magno, según cuenta la anécdota: “Alejandro Magno quien, conocedor de la fama del filósofo, buscó a Diógenes y le dijo: “Quería demostrarte mi admiración. Pídeme lo que tú quieras, puedo darte cualquier cosa que desees”, ante lo que Diógenes respondió: “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo”.
Aprender a no necesitar tanto, o a necesitar menos, es una excelente fórmula para encontrar la felicidad y la paz interior. Aprender que hay cosas que no podemos retener y que no podemos controlar aceptando que en esta vida solo vamos de paso, es lo que nos hace verdaderamente libres como aves al vuelo.