Después de la pérdida de su primer bebé y tener problemas para embarazarse, la luz llega a su vida al convertirse en madres.
POR VIRIDIANA LEAL
Para una mujer no hay regalo más esperado que convertirse en madre. Formar una familia con el hombre que eligió para procrear hijos. No obstante, es un sueño que a veces no puede hacerse realidad, o bien se dificulta por diversos motivos.
Para Mariana Villarreal de Mintun, Lulú Guarneros de Valdez y Alejandra Guajardo de Zamora tener el privilegio de ser madres es el mejor regalo que Dios les ha dado. Ellas coinciden que Dios les mandó a sus hijos cuando consideró que estaban listos para ellos. Consideran que tiene diferentes formas de hacer sus obras.
Para Mariana Villarreal de Mintun su más grande sueño fue convertirse en madre.
Después de un embarazo difícil que duró apenas seis meses, perder a Valentina cuando la tuvo con ella por sólo 15 días fue el momento más difícil.
Cuando decide unirse en matrimonio a Omar Mintun, ambos planean formar cuanto antes una familia; deseaban ser padres, por lo que inició un tratamiento antes de la boda.
El resultado fue el esperado pues no tardó mucho en quedar embarazada, sin embargo había un antecedente de preclamsia y un riesgo de aborto, razón por la que debería tener mayor atención.
Walter Omar estaba programado para octubre, pero nació en agosto, dos meses antes.
“Era tan pequeño que la ropa prematura le quedaba muy grande, pero a pesar de eso estaba totalmente sano”, recordó Mariana.
Ella y su esposo querían tener más hijos, y que no hubiera mucha diferencia de edad entre ellos, pero nuevamente Dios tenía otros planes.
Durante cuatro años estuvieron intentándolo, acudieron con médicos pero simplemente no llegaba.
Para ellos era muy triste cada mes encontrarse con una prueba de embarazo negativa. Más aún porque Walter Omar les expresaba su interés de tener un hermanito. Fueron momentos difíciles.
Recuerda que un médico en Río Bravo, después de algunos procedimientos, le dijo algo que nunca olvidó: “Científicamente te puedo decir que tu sola te puedes embarazar, pero es Dios el que tiene la última palabra”.
Al final no resultó y decidió hacerse a la idea de que sería madre de un solo hijo, el que la hacía muy feliz.
Continuó su vida sin la preocupación de un tratamiento o en la espera de resultados negativos.
¡ES UNA NIÑA!
El año pasado, durante la Semana Santa, salió de vacaciones con la familia. Pero no se sentía bien, pensaba que quizás la comida le había hecho daño o tenía una infección en el estómago. Se sentía más cansada de lo normal y lo justificó por las actividades realizadas: caminatas, tirolesas y exhaustivos paseos.
De regreso a casa notó que su olfato se había desarrollado, lo mismo que le pasó durante el embarazo del pequeño Walter Omar, por lo que su esposo le hizo el comentario de que quizás estuviera embarazada. Hizo caso omiso porque no quería volver a desilusionarse, pero él insistió.
Entonces se hizo la prueba y ¡vaya sorpresa, fue positiva!
Al saber que sería una niña se volvieron locos de felicidad, pero el más contento fue Walter Omar, quien siempre soñó con una hermanita.
Por supuesto tuvo los mayores cuidados prenatales, y el miedo latente de que su embarazo no llegara a término.
En la semana 26 Mariana empezó con contracciones, estuvo a punto de perder a la bebé, así que fue ingresada al hospital.
Después de estabilizarla regresó a casa con la recomendación de reposo absoluto pero se volvió a sentir mal y fue internada.
Les preocupaba que la bebé no crecía y el miedo los embargó. No querían que pasara lo mismo que con Valentina.
Pero Mariana asegura que Dios estuvo siempre a su lado, y gracias a los cuidados que su medico y su esposo le brindaron por fin Alessa nació en el mes de noviembre, con un peso de 2 kilos y 20 gramos. Tan sana como lo habían deseado.
“Mis dos hijos es el mejor regalo que Dios me ha dado, me los
mandó cuando consideró que estábamos listos para ellos”, aseguró Mariana.
Sin perder la fe
En noviembre del 2004 Lulú Guarneros de Valdez contrajo matrimonio. Como todas las parejas tenían la ilusión de tener hijos.
Ella dejó a un lado los anticonceptivos por las reacciones secundarias, así que no había motivos para no embarazarse.
Pasaron tres años y no había signos de que llegara el bebé, por lo que acudieron al ginecólogo para saber qué estaba pasando.
Después de varios estudios parecía todo estar bien, pero la especialista aconsejó exámenes para su esposo. En su caso tampoco había problemas, y sería muy probable que el embarazo pronto se daría, pero pasó un año y nada.
Acudieron entonces a un médico en Río Bravo que les recomendó una inseminación artificial. Lo intentaron pero fue inútil.
Estaban devastados y tristes, la ilusión de ser padres se desvanecía.
Pero no se rindieron y continuaron. En esta ocasión visitaron a varios especialistas en Monterrey, y tomaron la decisión de realizarse otra inseminación.
Pasó el tiempo sin buenas noticias. A pesar de todo trataban de distraerse, viajaban y se consolaban pensando que Dios en su momento los bendeciría con un hijo.
Dos años más entre médicos, lo que hizo que Lulú se diera por vencida, después de tres años desgastantes tanto física, como emocional y mentalmente. Se sentía realmente agotada, la solución era someterse a la fecundación in vitro, pero se resistía porque tenía miedo a un embarazo múltiple.
Habían pasado cuatro años más, ya celebraban su décimo aniversario de bodas, no eran tan jóvenes y seguían sin ser padres.
Otra opción era adoptar un bebé, pero decidieron continuar intentándolo.
Lulú estaba consciente que no resistiría que volviera a fallar, pero aún conservaba la fe en Dios aunque se sentía presionada por el tiempo y su edad. Decidieron entonces asistir a una clínica en la Ciudad de México. Las esperanzas volvieron.
Dejaron el tratamiento pagado y Regresaron a Reynosa haciendo una parada en Monterrey.
Pero les sucedió algo muy extraño a ambos: se sentían mareados y con náuseas lo cual atribuyeron al viaje que fue por carretera y durante muchas horas. También consideraron que la comida les había hecho daño. Así que decidieron quedarse en esa ciudad donde pasaron la noche en la casa de la familia de su esposo.
Cuando le comentaron a su cuñada les dijo que quizás Lulú estaba embarazada.
UNA PRUEBA DE ESPERANZA
De inmediato llamó a su ginecóloga, quien le recomendó hacerse un examen de sangre.
Al día siguiente, 31 de diciembre, al llegar a Reynosa fue a ver a una amiga que es química para hacerse una prueba.
Apenas habían transcurrido 30 minutos cuando recibió una llamada del laboratorio, porque su amiga quería entregarle el resultado personalmente. Lulú tenía un mal presentimiento.
Pero no fue así. Las palabras que estaba esperando desde hacía años, las escuchó: ¡estás embarazada!
“¡No lo podía creer! Contaba los minutos para correr a darle la noticia a mi esposo”, expresó emocionada.
Era un día de fiesta no solo porque terminaba el año sino porque al fin podrían ser padres. Lloraron de felicidad, estaban muy emocionados pero esperaron hasta la cena de fin de año para compartir su felicidad con toda la familia.
Fue el brindis más especial. De todos los presentes recibieron las más cariñosas felicitaciones.
“Es un día que jamás olvidaré”, aseguró.
En el 2015 por fin se convirtieron en padres de una hermosa princesa, una pequeña nena que desearon con todo su corazón. Se sentían plenos, completos y realizados.
Tres años después, en el 2018, fueron papás de otra niña, quien nació en parto natural.
“Dios siempre tiene la ultima palabra. Los tiempos de Dios son perfectos y él sabe cuándo es el mejor momento.
UNA LUZ A SU VIDA
Cuando Alejandra Guajardo de Zamora y Andrés Zamora se casaron hace más de nueve años nunca imaginaron que tardarían tanto tiempo en ser papás.
Al primer año de intentar tener un bebé de manera natural y no conseguirlo, decidieron acudir a un especialista en fertilidad, pero se dieron cuenta que solo los veía como un negocio. Así que después de tres años optaron por no volver a verlo.
Aunque estaban desanimados intentaron con otro doctor. Desafortunadamente atravesaba por problemas personales y no recibían la atención adecuada. Fue otro año perdido.
Continuaron con otro médico en Matamoros, quien les devolvió la esperanza. Les ofreció otras opciones y el pronostico era más alentador.
El primer tratamiento no resultó como lo esperaban y volvieron a recibir un duro golpe, pero se mantenían de pie.
Lo repitieron con muy buenos resultados, después de ocho años de intentarlo, por fin Ale estaba embarazada.
Su felicidad muy pronto se convirtió en tristeza, ya que perdieron al bebé.
Aún con ese dolor en su corazón no desistieron en su lucha. Sin embargo, su cuerpo y su mente necesitaban un respiro y se alejaron por completo de las clínicas.
Con el tiempo una amiga le recomendó un doctor en Reynosa que a ella le había sugerido un tratamiento que le ayudó a embarazarse.
Alejandra estaba tan cansada que no tenía los ánimos, pero decidió continuar.
“Esta será la última vez que lo intente”, pensó.
Desde la primera cita le informó al doctor la razón por la cual no había quedado embarazada: pólipos uterinos. Afortunadamente son benignos y pueden ser retirados.
Conocer un diagnostico claro y saber que era reversible le devolvió las esperanzas. Confió con la ilusión de que esta vez sí prosperaría, y muy pronto podrían ser padres.
Cuando el médico le dijo que requería una cirugía, por supuesto que tuvo miedo, y su esposo le preguntó si realmente quería ser mamá. Su respuesta fue sí.
En febrero del 2019 se puso en manos de Dios y del médico, quien después de que todo saliera bien les recomendó iniciar un tratamiento o esperar a un embarazo de manera natural. Optaron por la primera sugerencia.
Cierto día Alejandra despertó sin poder respirar. De la sala de urgencias ya no saló pues sus pulmones estaban mal.
Derrame pleural fue el diagnóstico que le dieron. Había que hacerle varios exámenes, entre éstos el de embarazo.
Además de detectarle problemas en los pulmones le dieron la noticia de que estaba embarazada por lo que tenía que quedarse internada.
Contrariados no sabían si llorar o reir.
”Jamás nos imaginamos que pasaría así, yo muy delicada de salud y finalmente con un bebé dentro de mi”, comentó.
Durante 13 días estuvo hospitalizada en terapia intensiva luchando por ella y por su bebé. Este era el escenario menos esperado pero Dios tiene maneras diferentes de obrar.
Para su sorpresa eran dos bebés, pero uno no resistió
El 26 de diciembre, nueve años de lucha tuvieron la recompensa más hermosa: Lauro Eduardo, un pequeño que nació completamente sano y como un bebé arcoíris trayendo luz a la vida de sus padres.