Resolverles la vida a los hijos los hace inútiles, flojos y narcisistas.
Artículo tomado del periódico abc de españa
Después de conocer la historia de Saglana Salchak, muchos padres voltearon la mirada hacia sus hijos, ya que en su afán de protegerlos de un mundo violento, logran lo contrario. Aprenden a esquiar pero no pueden siquiera atarse las agujetas.
Tras conocerse aquella niña siberiana de tan sólo 4 años de edad que se internó de noche en un bosque habitado por lobos en busca de ayuda para su abuela enferma, la hazaña de Saglana Salchak empezó a difundirse.
Después de hablarlo con su abuelo, ciego, la pequeña caminó 8 kilómetros a 30 grados bajo cero antes de alcanzar la casa del vecino más próximo. Para cuando llegó el auxilio, la anciana había muerto y la ‘caperucita’ rusa era famosa.
En base a esta historia, Diario Sur recopiló información de libros, profesionales y páginas Web, acerca de los padres sobreprotectores.
“En su afán por protegerlos de un mundo peligroso y cegados por el amor y el miedo, muchos adultos han hecho de sus vástagos pequeños
inútiles, personas débiles, flojas, incapaces de sufrir una contrariedad sin derrumbarse. Como muñecos de peluche. Son los niños blanditos”, escribe.
Considera que a los 4 años muchos de los niños desayunan aún en biberón, son transportados en sillitas para bebés y llevan pañal para dormir. A lo mejor tocan el violín y aprenden chino, pero no saben decir ‘por favor’ ni ‘gracias’. Para ellos, los bosques con lobos forman parte de los cuentos. Cuentos que, probablemente, sus padres nunca les leerán, para no provocarles pesadillas.
Refiriéndose al libro “Hiperpaternidad”, de la periodista Eva Millet, recoge que en miles de hogares contemporáneos, los hijos se han convertido en el centro de la familia, en el astro rey alrededor del cual orbitan los progenitores. Porque el cascarón no se rompe a los 4 años. Un poco más mayores, muchos son incapaces de orientarse en la calle, hacen los deberes con sus padres o tienen una rabieta si no consiguen lo que quieren. Siempre hay alguien ahí para satisfacer sus necesidades y deseos.
En inglés ‘spoil’ significa ‘mimar’, y también ‘estropear’. De modo que los anglosajones saben muy bien que los niños mimados se echan a perder. Pero la hiperpaternidad es un fenómeno típicamente norteamericano que, como tantas otras cosas, ha acabado saltando el ‘charco’.
A principios del siglo XXI, los responsables de las universidades de Estados Unidos empezaron a ver que las nuevas hornadas de jóvenes realizaban este rito de paso –viajar desde su ciudad e instalarse en el campus para estrenar la mayoría de edad– acompañados de sus papis: estos les ayudaban con la mudanza, les solucionaban el mínimo contratiempo y hasta se empeñaban en hablar con profesores y compañeros para explicarles cómo tratar a su príncipe o su princesa.
El libro relata la anécdota de una joven norteamericana que, durante una estancia de estudios en Barcelona, se quedó encerrada en un ascensor. En vez de pulsar el botón de alarma o llamar a la empresa del elevador, pidió socorro con el móvil –ese cordón umbilical moderno– a su mamá. Desde Florida, ella envió al técnico.
Las causas de este ‘niñocentrismo’ son complejas. Los expertos apuntan en primer lugar a motivos demográficos y sociológicos.
Eva Millet resalta que, cuando ella era pequeña, las expectativas de los padres sobre los hijos eran más bien modestas: había que rendir en la escuela y saber comportarse para llegar a ser una persona decente.
“No éramos el centro de sus vidas», recuerda.
Sin embargo, ahora las familias son más pequeñas y los padres tienen más dinero y más atención que dedicar a cada hijo. Además, llegan más tarde a la paternidad y eso hace que importen a su estilo de crianza ciertos hábitos profesionales, como si la infancia fuese algo que hay que gestionar. En las clases medias y altas, los retoños son un símbolo más de estatus y hay una gran competencia para proporcionarles lo mejor en todos los ámbitos: la guardería es un campo de entrenamiento para la universidad –en Estados Unidos existen talleres de estimulación para convertir a los bebés en ‘carne de Harvard’–, hay que darles «experiencias mágicas –Disneyland ya es poco: hay cumpleaños con ‘beauty party’ o con limusina para niñas de 10 años– y apuntarles a mil extraescolares para descubrir sus talentos ocultos.
La psicóloga Silvia Álava opina que los padres de hoy están más ocupados y el poco tiempo que pasan con su descendencia quieren dedicarlo a “hacerlos felices”. O bien están demasiado cansados para decir “no” –la palabra mágica de la educación– y resistir la reacción de sus pequeños, o para esperar a que aprendan a hacer las cosas por sí mismos.
Por su parte, María García Amilburu, profesora de Filosofía de la Educación en la UNED, se acuerda que antes los niños tenían un padre y una madre.
“Ahora muchos a lo largo de su vida tienen dos madres y tres padres”, comenta.
El chantaje ocurre: nadie quiere ser el que imponga normas y límites y convertirse en el “malo” de la película. Hay cierta reacción a la educación autoritaria de su propia niñez.
“No le puedes preguntar a un pequeño de 3 años qué quiere cenar, a qué colegio prefiere ir o qué ropa se quiere poner. La familia no es una democracia. Debe haber una jerarquía, unas normas, para que la convivencia sea agradable», subraya Millet.
ESPECIALMENTE NARCISISTAS
Álava, autora del ensayo “Queremos hijos felices”, responde la pregunta: ¿Cómo son los niños sometidos a ese coctel de súper protección y permisividad?
De acuerdo a su estudio desarrollan menos competencias emocionales y tienen más dificultades para resolver conflictos, porque ya lo hacen sus padres. Carecen de tolerancia a la frustración: si un pequeño no es capaz de posponer el momento de comerse un caramelo y se le permite dejar una tarea difícil a la primera, nunca aprenderá a enfrentarse a los inevitables contratiempos de la existencia.
Repetirles a los hijos desde la cuna que son “especiales” los vuelven tremendamente narcisistas pero, en realidad, tienen menos autoestima y confianza en sí mismos que aquellos a los que se les ha dado la libertad para aprender de sus errores.
El mensaje que hay detrás de ‘papá y mamá lo arreglan todo’ es: ‘tú no sabes hacer nada’ ,
recuerda la psicóloga.
En consecuencia, reconoce, son menos autónomos y más dependientes y manipulables; les cuesta hacerse responsables de sus actos y tomar decisiones. Incluso hay estudios que indican que son más propensos a ser víctimas de acoso escolar.
“La sobreprotección no prepara a los niños para aceptar, asumir y superar el sufrimiento físico y moral…”, destaca García Amilburu.
La especialista cita como ejemplo los deberes escolares, que encuentran una oposición férrea por parte de muchos alumnos y, lo que es más curioso, de sus familias.
“Toda esa cultura del ‘éxito fácil’ y el ‘dinero fácil’ es peligrosa. Lo bueno cuesta esfuerzo. No se trata de machacar a los niños porque sí, de ponerles las cosas complicadas. Es que la vida es así”, asegura.
LA ADOLESCENCIA
No es raro que estos niños lleguen a la juventud hechos un lío. Son más propensos a la depresión y a los trastornos de ansiedad.
“Los padres eran sus dioses proveedores y de pronto tienen que enfrentarse a la vida sin estrategias ni recursos”, considera Álava.
Por su parte, Millet enfatiza: “Sobreproteger es desproteger”.
El juez de menores Emilio Calatayud, coautor de “Mis sentencias ejemplares” constata todos los días “familias bien” que han convertido a sus padres en esclavos.
“Los padres van tapando sus travesuras hasta que dejan de ser travesuras y se convierten en delitos”, asegura.
Considera que en algunas ocasiones no son conscientes del daño que hacen, porque no han advertido que sus actos tienen consecuencias.
PEORES QUE LOS SIMPSON
En sus conferencias ante padres atribulados, el pedagogo Gregorio Luri, autor de “Mejor educados” hace la pregunta: “¿Se consideran ustedes peores padres que los Simpson?”
La respuesta sorprende. Todos, sin excepción, se consideran mejores que el desastroso Homero.
Pero, explica, que la familia amarilla, tiene dos enormes virtudes: una, su amor incombustible y que cada capítulo comienza de cero, sin llevar a rastras el memorial de daños que se han hecho unos a otros.
“Hay que aprender a perdonarse. Al fin y al cabo, los niños no son solo suyos, son hijos del mundo en el que viven.
A su juicio, la sobreprotección es fruto de la inseguridad con la que muchos adultos viven la paternidad.
“Tienen una voz interior que les lleva a interrogarse por todo lo que hacen: si castigan, la voz les dice que tenían que haber dialogado, pero sí no lo hacen les reprocha por ser demasiado blandos”, lamenta Luri.
En su opinión, los niños tienen derecho a unos padres relajados. Y estos, a ser imperfectos.
De acuerdo a estos estudios sustentados se debería educar así a los hijos. Sin embargo, es difícil llevarlos a la práctica.
La periodista neoyorquina Lenore Skenazy, tratando de no sobreproteger a su hijo de 9 años, sufrió los embates de los medios de comunicación y se creó una gran polémica en las redes
sociales.
Ella le dio 20 dólares y un mapa del metro al niño. Lo dejó volver solo a su apartamento de Queens desde la otra punta de la ciudad. Después, Skenazy lo contó en su columna.
La escritora fue declarada “la peor madre del mundo”.
En respuesta, fundó un movimiento, Free Range Kids, para “luchar contra la creencia de que nuestros hijos están en constante peligro a causa de la gente rara, el secuestro, los gérmenes, los exhibicionistas, la frustración, el fracaso, los ladrones de niños, los bichos, los matones, los hombres, las noches en casa de amigos o la fruta no orgánica”.
Por cierto, Izzy llegó a casa sano y salvo y abrazó a su madre. Estaba feliz con su juguete recién estrenado: la independencia.
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