POR ALEJANDRA ARELLANO
Através de su página de Facebook Virginia Garza López decidió compartir la noticia de haberle ganado la batalla al Covid-19.
Ella decidió contar su historia para alentar a los enfermos y sus familiares que hacen frente a este virus.
Aún se le dificulta respirar y le cuesta trabajo moverse, se siente cansada pero agradecida por estar viva después de más de dos semanas en las que ha permanecido en cama. Cada segundo que pasaba era para ella un martirio, pero un suspiro le devolvió la esperanza de que sus pulmones empezarían a funcionar como antes.
Su familia, aunque también contagiada del virus fue fundamental en este proceso; el cariño y cuidado de ellos, así como de las personas que de alguna forma la asistieron.
Recuerda Virginia, a sus 54 años de edad, que cuando se dieron las primeras noticias del virus acordaron que si alguno de ellos se contagiaba se mantendrían unidos y preferentemente en casa. Así lo hicieron, solo la hija menor que está embarazada tuvo que aislarse.
Al asomarse los síntomas de la Covid-19 en su familia trataron de averiguar cómo pudieron contagiarse cuando atendieron todas las medidas de prevención. Hasta el momento lo desconocen, pero el virus entró a su casa y sin piedad atacó principalmente a Virginia.
LA GARGANTA SE CIERRA
Alguna pastilla o paracetamol fueron suficientes para calmar las molestias.
En medio de una pandemia que inició en China y cuando la curva de contagios se disparó en México, Virginia empezó a sentir fuertes dolores de cabeza, pero el 25 de junio se empeoraron los malestares, se acrecentó el sufrimiento, la angustia y se apoderó de ella un sentimiento de impotencia.
“Ese día estaba sentada en el patio y empezó a llover así que me cambié debajo de un techo. Empecé a sentir que el vaporcito de la lluvia cayendo en la banqueta caliente me empezó a cerrar la garganta al punto de que se me fue la voz.
‘Esa noche iniciaron los problemas en la garganta y el malestar en todo el cuerpo. Al día siguiente amanecí con temperatura, mucho cansancio y una leve tos seca (tomé paracetamol). No me dieron ganas de comer nada (no percibía ningún sabor). Al día siguiente me sentía peor. Mi respiración se empezó a acortar, solo podía aspirar por dos segundos y exhalar otros dos segundos, si me pasaba a tres segundos sentía un profundo dolor en el pecho; seguía sin comer”, expresó.
Fue entonces cuando acudieron a la doctora Victoria Barbosa Sustaita, quien por los síntomas le prescribió un tratamiento contra la Covid: cinco inyecciones.
Menciona que los alimentos le sabían a cartón.
“Como si masticara cartón muy reseco y no podía deglutir la comida”, explicó.
LE FALTA LA RESPIRACIÓN
La mañana siguiente amaneció muy bien y agradeció la dolorosa inyección, así que empezó a organizar trabajo y mandó a comprar algunos materiales para ponerse en acción, pero conforme pasó el tiempo la fiebre regresó. Por la noche empeoró, se sentía cansada y le dolía el cuerpo.
La siguiente inyección no resultó igual. Permaneció acostada cuatro, cinco noches, quizá más, posiblemente menos, no está segura porque estaba desorientada.
“Sin comer, solo agua, mucha agua y muchas pastillas, alguna cucharadita de caldo, alguna mordida de alimento. Me levantaba solo para orinar. Nunca había puesto atención que cuando uno orina se relaja la respiración y eso resultó muy, muy malo por la situación que estaba pasando, ya que seguía respirando solo con dos segundos para adentro y dos para afuera, así que al ir al baño empezaba a toser y toser hasta quedarme sin aire.
‘… un ataque casi fulminante para mí, me daba tos, pero como si alguien me estuviera poniendo una toalla en la boca y en la nariz tapándome la respiración, causándome un agudo dolor en el pecho… Fueron tres ocasiones en diferentes días en los que estuve a punto de morir ahogada, pero mi esposo me levantaba, me sobaba la espalda, me hablaba y no sé cómo pero me hacía regresar, ya me daba mucho miedo orinar”, confesó.
EN ESTADO DE INCONSCIENCIA
“Pude darme cuenta de cómo mi cerebro apaciguó todas mis neuronas… las veía flotando lentamente y sin tocarse entre ellas, pude darme cuenta que no recordaba ni familia, esposo, personas, trabajo, planes, ideas, nada, absolutamente nada, todo se puso en blanco y mi pensamiento se concentró en observar mi respiración cada vez más difícil y a un solo ritmo (dos segundos para adentro y dos segundo para afuera).
‘… abría los ojos de vez en cuando y veía siluetas (mis hijos y mi esposo)… como si fueran ángeles fuertes y poderosos que me estaban vigilando, despertándome para darme a sus horas el medicamento, para darme algo de comer, para inyectarme”, describió.
Virginia considera que unos familiares a su lado y otros desde lejos platicaron, planearon y pelearon la batalla para no dejarla ir.
Después de siete días de que iniciara su calvario estaba ya muy débil, cualquier movimiento hacía temblar su cuerpo, tenía mucho miedo de toser pero no lo podía evitar, sentía que desfallecía.
DOLOR PUNZANTE EN EL PECHO
Ya había terminado el primer tratamiento y continuaron con otro.
Por segunda ocasión la visitó en su casa la doctora Victoria Barbosa, le prescribió un suero con vitaminas y malteadas Ensure que le hicieron mucho bien, incluso tuvo el ánimo de bañarse aunque con esfuerzo y ayuda de su esposo. Sin embargo, en cuanto el agua le cayó sobre el cuerpo empezó con el ataque de tos y su presión se desestabilizó.
Levantar las manos para tomar el champú representaba un gran esfuerzo y tosía como si tuviera asma.
“Se escuchaba un chillido en el pecho y por más que trataba de agarrar aire sentía que ni una gota entraba a mis pulmones, nada, nada, absolutamente nada… me fui quedando inconsciente y las piernas se doblaron. Mi esposo me sostuvo y me llevó a un sillón toda enjabonada y ya casi muerta, sobando mi espalda, dándome golpecitos y de pronto respiré, solo una bocanada de aire de dos segundos y reviví; era la cuarta ocasión que vivía esta fea experiencia.
‘Mi esposo puso una bolsa de agua fría en mi frente, un trapo con alcohol en mi cuello, en los brazos, así estuvo como una hora hasta que poco a poco recuperé el oxígeno”, platicó.
Al día siguiente le prestaron un concentrador de oxígeno que usaba varias veces al día, una pieza clave para su recuperación, así como la máquina de oxígeno que le consiguieron.
“La fiebre dejó de atacarme pero si quería agarrar más aire el dolor era punzante en el pecho y los pulmones. Ya no permanecía dormida, ahora estaba todo el día sentada en un sillón. Salía durante la mañana a dar una vuelta al patio pero regresaba con los niveles de oxígeno muy bajos y mi corazón latiendo muy rápido”, señaló.
CON TEMOR A UN INFARTO
Cada ataque de tos superaba al anterior, y así sucedió después de tomar la decisión de volver a ducharse, pero esta vez su esposo la bañaría; la tos se hizo presente, pero esta vez Virginia pensaba, en su inconsciencia, que no la libraría.
“Lo percibí tenso y nervioso (a su esposo) así que cerré la boca y trate de respirar por la nariz. Mi corazón estaba latiendo muy, muy fuerte, creí que me daría un infarto; las lágrimas salían de mis ojos sin poderlas contener, logré respirar poquito por la nariz, quedé temblando muy asustada y mi oxigeno se fue de pique”, recordó.
Pero con el tanque de oxígeno lograron nivelarla nuevamente.
La gravedad de su enfermedad motivaron a su familia para ingresarla en algún hospital pero no había espacio.
Sin embargo, recordó que cuando se dio a conocer la noticia de la pandemia, en familia platicaron que si alguno enfermaba lo cuidarían y evitarían internarlo.
ONCEAVO DÍA
Al enterarse de lo delicada que estaba su prima, el doctor Ricardo Garza le indicó un nuevo tratamiento (el tercero). Empezó la odisea nuevamente para encontrar los medicamentos, además de que los vendían muy arriba de su precio.
Algunas personas ante tal situación la proveyeron de algunas medicinas.
“Al tercer día del tratamiento, mientras comía, sentí que suspiré y el suspiro se partió en dos, ya que no podía tomar mucho aire de una sola vez, entonces me di cuenta que ya podía respirar por cuatro segundos, en lugar de solo dos sin atacarme. Como que algo se empezó a despejar en mi pecho, podía ir a orinar sin toser, empezaba a sentir mejoría ¡Por fin!”, exclamó.
LAS SECUELAS
La familia Méndez Garza no solo tuvo que lidiar con el sufrimiento ocasionado por la enfermedad, sino por los gastos excesivos de las medicinas, ya que todos tuvieron que seguir un tratamiento. Incluso solo una de sus hijas se sometió al examen del Covid, debido al alto costo, arriba de 5 mil pesos. El resultado fue positivo, lo que de cierta manera les permitió saber que habían luchado y vencido al virus.
Su esposo, de 59 años de edad; su hija, de 32; y dos varones, de 29 y 27 años, también presentaron los síntomas. El marido de Virginia incluso perdió 6 kilos de peso por lo que tuvieron que suministrarle vitaminas.
Del 25 de junio cuando la enfermedad le empezó a pegar fuerte hasta el sábado 18 de julio han pasado 23 días.
Virgina puede hablar un poco más y hasta decidió bañarse sin tener ataques de tos, solo se agita y el corazón se le acelera.
Su respiración la recupera lentamente con ejercicios pulmonares, la garganta la tiene áspera y perdió peso pero ya empieza a ganarlo.
DE CERCA CON LA MUERTE
Durante estos 23 días, Virginia asegura haber estado muy cerca de morir.
No obstante, reconoce que de haber perdido la batalla contra el coronavirus se habría ido muy tranquila y sin miedo, ya que en medio de toda esta turbulencia se sentía tranquila, en paz.
“Si me tocaba irme, me iría contenta, sin pendientes, sin preocupaciones, sintiendo mucho amor hacia los demás y sintiéndome muy amada por todos los que me rodean.
‘…Me encantan los abrazos, esos donde puedes sentir el corazón de la otra persona, disfruto mucho de los abrazos grupales, a veces abrazo a las plantas, a los árboles. Cuando hemos viajado también he abrazado a las montañas. Menciono los abrazos porque es algo que me ha hecho mucha falta en estos días, ya que por el distanciamiento social nadie me ha abrazado. Cuando ya por fin reciba el primer abrazo lloraré de felicidad, espero sea en estos próximos días”, externó.
¿Por qué compartir su historia de vida?
Porque en medio de tantas malas noticias, las buenas también deben difundirse. Y porque para las personas que estén pasando por una situación similar, puede ayudarles como referencia para no dejarse vencer.
Como psicóloga, Virginia reconoce que la cantidad de información negativa que circula en las redes sociales por el Covid-19 provoca depresión.
“A nivel inconsciente bajan nuestras defensas y nos hacen más vulnerables. En varias ocasiones escondieron mi celular para que no me enterara de los que estaban muriendo. Ahora yo quiero que también escuchen buenas noticias. Quiero que conozcan testimonios de personas como yo que estamos luchando con una actitud muy positiva, que sepan que estamos ganando y que se unan al equipo de vencedores”, expresó.
PENSAMIENTOS POSITIVOS
Virginia Garza aún sigue convaleciendo, pero eso no le impide exhortar a las personas enfermas con Coronavirus para que luchen.
“Agarren esa bocanada de aire que les hace falta por la nariz, no por la boca, coman aunque les cueste trabajo, se manténganse hidratados, serenos y tranquilos”, invitó.
Es necesario, consideró, cambiar conscientemente los pensamientos negativos por positivos, seguros de que lograrán superar esta crisis que después quedará en un recuerdo.
Pide agradecer todos los días por cada detalle, por tener la oportunidad de despertarse, de comer, de respirar, por las personas a su alrededor, por la cama donde descansan, por el lugar en donde viven. Por supuesto da las gracias a toda su familia y a las personas que estuvieron al pendiente de ella en este momento tan difícil.