Un buen día y por azares del destino, me tocó la buena suerte de escuchar tocar una campanita y a un grupo de mujeres aplaudiendo a quien estaba sujetando el cordón que hacía sonar tan ansiada campana. Sí, en efecto, me causó mucha curiosidad y, por supuesto, que me levanté de mi asiento y me dispuse a ver de dónde provenía ese sonido tan peculiar y, por ende, el ruido que ocasionaba tal ovación. Mi sospecha era válida pues al ser mujer y estar en un área de consulta ginecológica, supuse que dicha algarabía provenía de alguna paciente que había vencido al cáncer. No supe de qué tipo sería y, desde luego, no lo iba a investigar. Sin embargo, mi reflexión ante esa experiencia fue más extensa que mi curiosidad.
Era la primera vez que presenciaba un hecho así y eso me llenó de emoción como si fuera alguna amiga, comadre, familiar o alguien muy cercana a mí. Y solo por el hecho de ser mujer ya estaba celebrando junto con las demás mujeres que aplaudimos alentando a la gran vencedora y felicitándola por ese gran logro que fue llegar hasta donde estaba en ese momento. Me llené de orgullo por ella y por todas las que en algún momento nos ha tocado ser o estar en un contexto como lo es el cáncer, ya sea porque eres paciente o porque vives muy de cerca una experiencia tan dura y dolorosa con alguien que lo padece o padeció.
Me llené de felicidad de ver cómo en ese momento no existía rivalidad entre nosotras. No existía la edad, el color, el estado civil, el físico, la economía o el estatus social; no había más que hermandad, empatía, calidez, sonrisas, lágrimas en los ojos de emoción, o de esperanza (me cuento entre estas últimas, ya que fue inevitable emocionarme a tal punto). En fin, todas celebrando tal acontecimiento: vencer el cáncer.
Mi reflexión iba más allá que todo lo anterior, me vino a la cabeza el imaginar la cantidad de lágrimas y horas de angustia por las que habrá pasado, las horas sin dormir, la falta de apetito, las náuseas después de los tratamientos oncológicos, la debilidad física, el miedo y la incertidumbre de saber si despertarás algún día libre de la enfermedad o si ese sería el fin de sus días.
No creo que sea nada fácil pasar durante varios meses e incluso años con esa expectativa de saber que dentro de ti están algunas células tan dañadas que no sabes si vas avanzando hacia la sanación física o de plano se va dañando el resto de tu cuerpo sin remedio.
No creo que todo ese tiempo haya sido fácil para esa gran guerrera. Sin embargo, hay algo de lo que sí puedo estar segura y me quedó muy claro: la actitud frente a la vida. Enfrentar las adversidades con fuerza de voluntad, positivismo, ganas de continuar, espíritu de lucha, aferrarse a la vida y apoyarnos con nuestra familia y amigos son las mejores armas con las que podemos contar en situaciones como ésta.
Esa mañana fue, sin duda, un gran acontecimiento para ella y para muchas de nosotras que nos tocó presenciar tal festividad, y no era para menos.
Me llenó de alegría ver la parte más sensible de nosotras y saber que juntas hacemos grandes cosas. Eso me llenó de esperanza y orgullo pues me quedó muy claro que en momentos difíciles siempre podemos encontrar la empatía, los buenos deseos y el apoyo emocional e incondicional en alguna otra mujer que se encuentre cerca de nosotras.
Somos grandes guerreras de la vida y nuevamente les aplaudo todos esos pequeños logros que nos han costado tanto, que hemos solventado hasta el día de hoy y que aún nos mantienen de pie, tan de pie como cuando aplaudimos a esa gran guerrera.
Ya lo sabes, si estás pasando por un momento difícil en tu vida solo voltea a tu alrededor, no estás sola, seguramente encontrarás quien aplauda cada uno de tus pasos hacia la victoria. No desistas, tú al igual que ella, lo vas a lograr.