En un tiempo de 28 horas, Mónica Lucía Ramírez de Egner concluyó la carrera de cien millas; inició el 31 de enero a las 6:00 horas y terminó al día siguiente a las 10:05 de la mañana.
El objetivo era correr cien millas (160 kilómetros) en menos de 30 horas, en el ultra maratón Rocky Raccoon en Huntsville, Texas. Para cumplirlo pasó casi día y medio sin dormir, pero eso no fue lo relevante para la reynosense Mónica Lucía Ramírez de Egner como demostrarse hasta dónde podía llegar como persona.
No sólo se trataba de cruzar la línea de la meta, más que eso se trataba de vencer barreras mentales, eliminar obstáculos, y aún con ampollas en los pies, fatigada y dolorida, sentirse orgullosa de haberlo logrado.
Entre un total de 367 corredores, 32 por ciento no pudieron terminar la carrera y sólo 68 por ciento llegó hasta el final, entre ellos Mónica, con un tiempo de 28 horas, cinco minutos y 18 segundos.
CAMINAR, PERO NO CLAUDICAR
El 31 de enero, Mónica Lucía Ramírez se despertó a las tres de la madrugada para prepararse y viajar rumbo a Huntsville desde la ciudad de San Antonio, donde radica desde que se casó en el año 2010.
Tenía que manejar más de dos horas para poder llegar al parque donde con el resto de los participantes esperarían el banderazo de salida. Cada uno animado a llegar hasta el final.
La sensación de adrenalina que le causa correr, a Mónica le da seguridad para hacer lo que se proponga, se siente invencible y, de esa forma, inició el recorrido.
“En toda la carrera no paré a descansar, sólo en las estaciones de ayuda me detenía no más de dos minutos para comer algo y rellenar mi camel back de agua y Gatorade. En dos ocasiones hice un alto con las enfermeras, después de la milla 60, para que me curaran las ampollas de mis pies”, comentó.
Sin embargo, no dudó en continuar, incluso bajo la oscuridad de la noche, cansada y dolorida, prefirió caminar, pero no claudicar; su hijo Dominiq también fue su motivación.
El sol de las primeras horas del día le dio la fuerza suficiente para seguir corriendo… como pudo, pues las ampollas provocaron que su paso fuera más lento.
“Más allá de eso, no tuve ningún problema de deshidratación o estomacal”, mencionó.
La noche, sin duda, había sido larga quizás más que otras. Ya era domingo y las manecillas del reloj marcaban 10.05 de la mañana, hora exacta en la que Mónica, con el número 415 cruzaba la meta. Lo había logrado, estaba exhausta, pero la emoción que sintió en ese momento compensó cualquier sufrimiento. Lloró, pero de alegría, de satisfacción, de saber hasta donde puede llegar si se lo
propone.
“Nunca pasó por mi mente rendirme. Fue un reto que me demostró la capacidad y fortaleza que tengo, midió mi condición física, el poder de mi mente para seguir y no rendirme a pesar del dolor. Mi hijo Dominiq fue mi inspiración para inscribirme en esta carrera, ser su ejemplo, y mi esposo Shane Egner siempre me apoyó en mis entrenamientos”, reconoció.