Me tocó visitar por razones de trabajo la ciudad de San Luis Potosí y me di cuenta que lo que más disfruté fue caminar por sus calles, donde de pequeña las recorrí de la mano de mi abuela, mamá, papá y hermanos.
Hay quienes no olvidan esa felicidad, sobre todo cuando de pequeños acostumbraron pasear en familia.
Nostalgias y alegrías que suavizan y amortiguan el día a día. Me encanta coleccionar aquellos recuerdos que me hacen sentir feliz.
Así durante un par de horas se pueden reencontrar con viejas amistades y observar el panorama para darse cuenta de lo mucho que ha cambiado todo, pero lo que no cambian son los recuerdos, entonces entendí que esos, vaya a donde vaya siempre irán conmigo para arrancar sonrisas en el momento indicado. Es la manera optimista de ver la vida y si lo empiezan a hacer vaya que les funcionará, porque se sentirán relajados y felices.
Con el paso de los años, y sobre todo estos últimos siete, podrán darse cuenta que aprenderán a tomar mucho valor a las experiencias y vivencias, a convivir con nuevas y viejas amistades.
Recordaba que quizá diez años atrás era lo que me daba felicidad, y se sorprenderán si no se reconocen, se convertirán en una persona más básica que valora su libertad, para disfrutar más cuando no tienen ataduras con los bienes materiales.
Menos es más, sobre todo cuando eres mamá y tienes la responsabilidad de criar a un pequeño, porque con frecuencia como padres queremos brindar lo mejor y (todo lo que no tuvimos), cuando en realidad lo único que se necesita es prestar un poco de atención para enfocarse en compartir con ellos lo que simplemente necesitan: amor, cariño y respeto.
Definitivamente es un reto en un mundo donde en cualquier momento se nos bombardea para comprar y comprar sin parar. El vacío es latente, pero nuestra mente es mucho más inteligente.
Hace unos años un amigo querido en una conversación señalaba que la mente guía las acciones, por ello dejé de prestar atención a los anuncios de la calle y puse mi foco en las montañas, porque vivo rodeada de ellas y nunca las miraba.
Mágicamente me convertí en una persona pasiva y contemplativa, sin la necesidad de desear bienes materiales. Hoy el mejor momento del día es cuando Rocco me dice: “mira mamá: la montaña, no te la pierdas”.
Aclaro, me gusta vivir cómoda, tengo mis gustos y placeres. Entre los libros, la buena música y los zapatos puedo perderme, pero cada vez me doy cuenta que una caminata, un paseo en tren, una conversación calurosa o simplemente una tarde de parque con mi Rocco me satisface mucho más.
No se trata de extremos, pero sí de evolución. Por ello se debe crecer en recuerdos, porque estoy convencida que el día que me vaya eso se irá conmigo y se quedará en los corazones de quienes fueron parte de mi historia. Eso es tan transparente como el agua, y a veces se nos olvida.